El fuego registrado en el monte Xiabre y que se inició en la parroquia caldense de Saiar, y que el viento trasladó hacia Vilagarcía, calcinó 290 hectáreas, además de obligar al desalojo de una decena de viviendas y empresas del polígono de O Pousadoiro.

Se originó a las 15.51 horas del lunes y rápidamente se extendió por Castroagudín y otros puntos de la parroquia vilagarciana de Cea, además de avanzar durante la madrugada de ayer hasta el entorno de Rubiáns, después de cruzar carreteras e incluso vías de circulación de alta capacidad.

Pero el intenso viento de componente noreste dificultó las labores de extinción y permitió que este incendio avanzara con rapidez.

La Consellería de Medio Rural explicaba a la una de la tarde de ayer que la "Situación 2" había sido desactivada, dado que ya no corrían peligro la viviendas, y aseguraba que a las 11.45 horas el fuego había quedado "estabilizado", aunque ni mucho menos extinguido, y así seguían las cosas a las ocho de la tarde.

En el control del mismo trabajaron tres técnicos, 16 agentes, 36 brigadas, 17 motobombas, dos palas excavadoras -encargadas de abrir paso a los demás vehículos a través del monte y trazar cortafuegos-, un tractor, once helicópteros y dos hidroaviones.

Sin olvidar a los equipos de emergencias municipales, bomberos, Unidad Militar de Emergencias (UME) y Policía Montada. Los helicóperos cogieron agua dle embalse de Castroagudín para cargar sus cestos de agua

Un infierno

El infierno en el que se convirtió Castroagudín durante la tarde y la noche del lunes no lo olvidarán en la vida los vecinos. Decenas de ellos fueron desalojados de sus casas ante la voracidad de la lengua de fuego, que llegó a apenas metros de algunas viviendas. José Abal y Sonia Vázquez vieron como las llamas sobrepasaban el tejado de su casa. "Pensé: nos quedamos sin nada", dice Sonia con lágrimas en los ojos. Recordar aquellas horas de tensión todavía le eriza el vello. Se vieron rodeados por el fuego "por delante, por detrás, al lado. Pasamos mucho miedo e impotencia", pero aún así no siguieron las órdenes de desalojo para, con mangueras y cubos de agua, velar por su morada en lo más alto de la aldea.

"Gracias a la brigada de incendios que nos ayudó, a los vecinos y a los amigos, que no nos abandonaron, logramos salvarla. Hicieron todo lo posible para que la casa no sufriera daños y nosotros tampoco", comenta aún nerviosa. Fue sobre las 3:45 horas de la tarde cuando percibieron el fuego, todavía en la parroquia caldense de Saiar. "Empezamos a mojar toda la huerta", porque la experiencia de 2006, cuando estaban construyendo la vivienda en la que hoy residen con su hijo pequeño, les decía que "nos iba a llegar encima. Y así fue, en media hora las llamas sobrepasaban el tejado, era impresionante. Horrible". El fuego fue muy difícil de controlar debido al viento y "llegó con más fuerza, lo arrasó todo muy rápido" y ayer el terreno negro y cubierto de cenizas todavía humeaba. Y en un lateral de la parcela, la manguera extendida y calderos llenos de agua por si las llamas revivían mientras los helicópteros iban de un lado a otro cogiendo agua en el embalse y descargándola sobre las decenas de hectáreas quemadas.

Unos metros más abajo que Sonia Vázquez, su abuela, Rosa Doval, relataba también la noche de angustia que pasó. Ella no reside en Castroagudín, pero estaba en la aldea y fue desalojada junto a otros muchos vecinos. "Vino un policía muy cariñoso para llevarme en coche", ya que recientemente fue operada de una pierna. "La gente decía que estaba ardiendo la casa de mi nieta y pensé que quedaban todos allí. Nunca en mi vida lloré tanto como ayer, fue espantoso".

La mujer de 80 años destaca la unión de los lugareños frente al fuego y la implicación de los más jóvenes en las tareas de extinción, protegiendo las viviendas para evitar daños mayores. "Con el humo era imposible respirar, pero los más jóvenes se sacaron las camisetas, las mojaron y se las pusieron en la cara" para abrirse paso hacia las zonas en peligro a pesar de que eso supusiera poner en riesgo sus propias vidas. "Los aviones trabajaron como negros y la policía", pero aún así "la gente de Castroagudín no durmió nada en toda la noche. Pudo haber mucha muerte", pero al final todo se quedó en un mayúsculo susto sin que haya que lamentar daños más allá de los ambientales, que son muchos. Rosa Doval tiene claro que el infierno del lunes fue obra de un incendiario. "No sé si lo hacen por dinero o es algún loco, pero podían quedar carbonizados en el monte", dice con rabia.

Por su parte, Manuel Miguéns y su suegra Lucía Seco también pasaron una mala noche ante el temor a que se quemara su casa. "Pasé mucho miedo porque había fuego por un lado y por el otro".