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Conectadas con la vida

Julia Agulla y Luisa Vázquez, dos pontevedresas de 86 y 105 años, son usuarias del Servicio de Teleasistencia Domiciliaria de Cruz Roja "Uno más de la familia"

Águeda Portela comprueba el funcionamiento del dispositivo junto a Julia Agulla. // Gustavo Santos

"Esto me salvó la vida en dos ocasiones. Me tranquiliza mucho ". La pontevedresa Luisa Vázquez de Silva, de 105 años, agarra con la mano el colgante que lleva al cuello con el botón rojo del Servicio de Teleasistencia Domiciliaria de Cruz Roja, que utiliza desde hace dos años.

La centenaria nos recibe en el salón de su casa. Está calcetando, una de sus pasiones, y en ese momento se encuentra también en la casa su asistenta, que cada mediodía le deja la comida preparada y le hace la limpieza. El resto de la jornada, si no recibe la visita de alguno de sus familiares o amigas, la pasa sola, incluida la noche, de ahí que se haya hecho necesario en su vida un servicio que la mantiene en contacto con los servicios de emergencia médica.

En poco más de dos meses, la pontevedresa, hija de uno de los hermanos Vázquez-Lescaille, cumplirá 106 años, una edad que no le impide, entre otras cosas, leer y salir a dar paseos por el barrio en el que vive, en el centro de la ciudad.

"Utilicé este botón dos veces. La primera fue cuando sufrí una caída en el cuarto de baño. Me golpeé la cabeza y sangraba mucho. Eran las dos de la madrugada. Afortunadamente, llevaba el colgante y pulsé. Enseguida se presentaron en casa", recuerda.

La segunda ocasión fue en su habitación. También fue otra caída.

Luisa Vázquez asegura que no tiene grandes problemas de salud, salvo artrosis y los típicos derivados de la edad. Al parecer, la longevidad le viene de familia, ya que su madre falleció con 100 años.

La pontevedresa tenía siete hermanos, de los que ya solo vive uno, de 93 anos. Su familia directa es la de ellos, ya que, aunque ella se casó, nunca llegó a tener hijos. Muchos de sus sobrinos viven en su misma calle, así que casi a diario recibe sus visitas o sus llamadas.

Gran parte del día, lo dedica a descansar. Además, también le gusta ver la televisión y leer los libros que le regalan. En el salón tiene su librería, con títulos tanto actuales como antiguos, y en la mesa en la que apoya los instrumentos de calceta se encuentra uno sobre la historia de Pontevedra.

"Ahora estoy leyendo uno de rey Juan Carlos I, del año previo al día en que anunció que abdicaba", explica.

En los paseos que da por la ciudad, Luisa Vázquez también saca su lado crítico.

"Hay muchos baches en las calles. No me importa que esté peatonal, pero han quitado muchos jardines", afirma.

Pero ella no siempre vivió en Pontevedra. Cuando se casó, a los 38 años, residió durante 24 años en Santiago de Compostela, donde su esposo ejercía de médico.

Del campo a la ciudad

Julia Agulla, de 86 años, utiliza el servicio de teleasistencia de Cruz Roja desde febrero del año pasado.

La pontevedresa, originaria de la parroquia de Salcedo, toma una medicación de sintrón, pero fueron unos vértigos frecuentes los que la animaron a llevar colgado en todo momento el colgante que la mantiene en contacto con la vida.

Echó mano del servicio en varias ocasiones desde entonces, la última en el mes de mayo.

En una de ellas, cuando estuvo al borde de una trombosis, terminó ingresada varios días en el Hospital Montecelo. "La gente de Cruz Roja se encargó de llamar a mi familia y allegados, por lo que no estuve sola en ningún momento", indica.

Julia Agulla recibe la ayuda de una mujer dos horas dos días por semana a través del programa de dependencia que la Xunta tiene en colaboración con el Concello de Pontevedra.

"Estoy encantada con ella, porque yo utilizo bastón e ir a la compra es muy difícil para mí. Ella me compra alimentos para varios días y yo me organizo. A veces tengo que ir yo a la tienda, pero no son grandes compras", explica.

La pontevedresa decidió dejar su casa natal cuando tenía 14 años. "Le dije a mi madre que no quería dedicar mi vida al campo, así que me vine a Pontevedra a trabajar. Fui doncella interna para varias familias, aunque con la que más estuve, 50 años, fue con una de la calle Daniel de la Sota, a la que me unía una fuerte amistad", recuerda.

Pese a haber estado casada -su marido era funcionario-, Julia Agulla no tuvo hijos, de ahí que en los 24 años que lleva viuda haya habido muchas ocasiones en las que ha sentido mucho esa soledad.

"En el edificio somos pocos vecinos, pero los que hay se preocupan por mí. A veces subo a ver la tele con Pura, la vecina del quinto y se nos pasa la hora. Cuando nos damos cuenta son las nueve de la noche", dice graciosa.

El día a día para ella transcurre entre el trabajo de la casa, "yo no paro quieta", sus recados y pequeños paseos por el barrio de San Antoniño.

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