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Jabones: pasado (y futuro) de Pontevedra

La comarca contó con una floreciente fábrica en Mollabao, un proyecto que un grupo de empresarios busca recuperar con un programa de investigación y desarrollo basado en las aguas medicinales de San Xusto

Anuncio de los años cuarenta con el saludo a Franco.

Las ideas ilustradas y los avances científicos irrumpen en el siglo XVIII para, literalmente, ventilar las vidas de los europeos. Hasta entonces solo las damas más escrupulosas se bañaban dos veces al año y la ropa interior, de haberla, se mudaba con una frecuencia nunca superior a dos ocasiones al mes. Un tiempo antes había aparecido la bañera, ese para muchos invento infernal que Luis XIII tardó 7 años en atreverse a usar y que solo por prescipción utilizó Luis XIV. Su médico, temeroso del experimento, escribe: "Hice preparar el baño, el rey entró en él a las 10 y durante el resto de la jornada se sintió pesado, con un dolor sordo de cabeza, lo que nunca le había ocurrido? No quise insistir en el baño, habiendo observado suficientes circunstancias desfavorables para hacer que el monarca lo abandonase".

Se consideraba que el baño debilitaba el organismo y no es hasta mediados del XVIII que arranca tímidamente un cambio de tendencia sobre lo que hoy consideramos higiene. Es lo que explica que el comercio de jabón se desconociese en Galicia con anterioridad a esos años. A partir de ahí, la importación de este producto de limpieza supondrá para la Comunidad una importante fuga de recursos.

"Los arrieros maragatos solían concurrir en gran número a puertos gallegos para proveerse de pescado, y luego transportaban en el tornaviaje una crecida carga de jabón importante para su venta en el mercado interior", señala Antonio Meijde Pardo en su estudio sobre las Tentativas para promover la industria del jabón en la Galicia setentista, realizado para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

En él recuerda que Sarmiento y otros tratadistas del siglo XVIII pusieron de relieve hasta qué punto Galicia era deficitaria de Jabón. "Los suministros foráneos comportaban, dentro de su habitual comercio pasivo, un renglón considerable, por lo que mucho lamentaron que no existieran fábricas de esta manufactura tan necesaria".

Las dificultades para producir jabón en Galicia se debían básicamente a la falta de barrilla, planta utilizada tradicionalmente para la elaboración de sosa cáustica, y, en menor medida, de aceite, por aquel entonces dos ingredientes básicos para la fabricación de jabón.

Es "infinito el dinero que los maragatos extraen de Galicia a título de xabon y aceite", se lamentaba Sarmiento en 1756 en su Histoira natural de Galicia.

El propio Sarmiento regala dos años después a su hermano, ministro de Marina de Pontevedra, semillas de barrilla alicantina, con la idea de que fuesen plantadas en la isla de Tambo o A Lanzada. En esta planta también confiaba el pontevedrés González Zúñiga, que esperaba que se aclimatase en Noalla, Portonovo y Sanxenxo, donde, estaba convencido, podría obtenerse una barrilla tan buena como la de Alicante.

Todos los tratadistas abogaban por una fábrica gallega que produjese jabón, algo que no se produjo hasta 1763. Domingo de Tara, residente en Lisboa, el vigués Miguel de Godoy y el pontevedrés Francisco María Cántelo, ponen en marcha la primera fábrica en la parroquia de San Mariño de Salcedo, en una casa propiedad de Manuel Félix de Montenegro.

La industria no tuvo mucha suerte, estuvo dirigida por dos compañías y apenas sobrevivió unos años. "Aunque en algún testimonio coetáneo se alude a la poca pericia de los fabricantes", indica Mejide Pardo, "lo que más incidía negativamente en la futura suerte de esta fábrica era, sobre todo, la falta de recursos económicos para proveerse de aceite y barrilla, muy costosos porque sus bases de suministro estaban muy distantes", generalmente en Levante y Andalucía.

La empresa cae en la ruina en 1785. De este modo, el siglo XVIII concluye sin que haya podido elaborarse un producto saponizado en Galicia, una tendencia que tardaría décadas en corregirse.

El cambio en la comarca de Pontevedra también vendría de la mano de los maragatos, el sobrenombre con el que se conocía en Pontevedra a los oriundos de Astorga. El protagonista es Manuel Prieto Salvadores, comerciante e hijo de una familia de emprendedores.

Al arrancar la década de los treinta del siglo XX pone en marcha su proyecto de fabricar jabón. Siguiendo un proyecto del arquitecto Emilio Quiroga, hermano del genial violinista Manuel Quiroga, arranca en el año 1938 la construcción de la fábrica.

Fabril Gallega de Jabones, como sería bautizada la industria, estaba ubicada en el barrio pontevedrés de Mollabao y sus productos más renombrados eran los jabones de tocador: Jabón de sales del San Justo y Carmiña, bautizado así en honor a la hija mayor de Manuel Prieto.

Aún sin pretenderlo, el nombre no sería la única contribución de Carmiña Prieto a la empresa familiar. La heredera de Manuel Prieto contrae matrimonio con Juan Uguarte Pollano, un ilustre químico y profesor, que colaboraría decisivamente en la industria de jabones.

"Era una persona de gran bonomía y con una sabiduría enciclopédica", señalan desde la Asociación Amigos do San Xusto, "con una sabiduría enciclopédica".

El químico tenía varias patentes y se unió a su suegro para poner en marcha el Jabón de Sales de San Justo. Se elaboraba con aguas termomedicinales que salían del manantial de Monte das Caldas, en San Xusto, y su anuncio en Radio Pontevedra proclamaba: "Por las mañanas que gusto lavarse con Jabón de sales del San Justo".

A mayores de los productos de tocador, Fabril Gallega de Jabones comercializaba otros productos para lavandería doméstica.

Manuel Prieto Salvadores y Juan Uguarte Pollano no eran los únicos emprendedores implicados en el proyecto empresarial. Éste también contaba con otro vecino de la comarca de origen maragato, Jesús Juanes Carrasco, como indispensable colaborador.

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