Amparo Fernández García, "la señora Amparo", vive hoy el que posiblemente será uno de los días más especiales de su vida. Llegar a los 100 años y hacerlo en condiciones envidiables es un privilegio del que aún disfrutan muy pocos. Esta pacense de nacimiento, crecida en Avilés y de vida adulta en Combarro, reúne a su familia para celebrar tan singular jornada. Con "tranquilidad" se dispone a cruzar la barrera del centenario dejando atrás infinidad de experiencias "tristezas y alegrías". Una vida que califica como "dura" pero en la que se ha ganado el cariño de los vecinos a los que a lo largo de décadas atendió en uno de esos negocios que servían como punto de encuentro del pueblo y en los que se podía comprar desde unos macarrones a unos calcetines.

"Casa Amparo", el establecimiento que regentó bajo su vivienda durante décadas y que puso en marcha en 1950, ya viuda y con dos hijos, funcionaba a modo de ultramarinos y mercería. Una auténtica emprendedora. "Pues puede ser", dice entre algunas risas al ser preguntada si se ve a sí misma como pionera del ahora tan propugnado autoempleo. "Fueron tiempos duros hubo muchas penas y mucho trabajo, esos sí que eran tiempos difíciles", recalca esta mujer que mantiene un tono amable y risueño durante toda la conversación.

Una comparación para la que tiene abundantes elementos de juicio. No solo las complicaciones que como mujer viuda tuvo que afrontar para sacar adelante su familia y su negocio, sino también su vivencia de momentos históricos. "La Guerra Civil la pasé en Asturias; aquello fue...", recuerda quedándose sin palabras para. "Los jóvenes cogían el fusil y se marchaban, y los mayores se tenían que ir al extranjero; al menos en nuestra familia nos quedamos todos juntos", explica sobre un conflicto que le sorprendió cuando tenía 22 años y estaba en Asturias, donde se crió durante su infancia y juventud.

Sin embargo, la vida le reservaba a Amparo golpes más duros que los de haber vivido en primera persona el mayor conflicto bélico español del siglo XX. "Me quedé viuda muy joven, mi marido (Manuel Fernández Graña) murió con 33 años", lamenta. Un recuerdo que permanece en su dolor después de que pasasen ya más de 60 años del trágico suceso: "Me quedé con una hija de nueve años y mi hijo de siete y nos vinimos a Combarro, donde estaba la familia de mi marido, que es de Xuviño". Fue entonces cuando se decidió a abrir el negocio que dirigió hasta que su hija cogió el testigo y se mantuvo abierto hasta hace 11 años. Una etapa de la que destaca el cariño recíproco de sus vecinos. "Aprecio mucho a la gente del pueblo y creo que ella a mí también", apunta.

A pesar de tener sangre andaluza (su padre era sevillano), ver la luz en Badajoz y criarse en Asturias, ella decidió quedarse ya para siempre en Combarro. Un lugar que "ha cambiado mucho". Pero no solo el pueblo en el que decidió quedarse a envejecer. "La vida ha cambiado mucho también", reflexiona esta mujer que tuvo que salir adelante en unos años ya de por sí complicados para la mayoría: "Tuve que luchar mucho". Una pelea en la que también tuvo que enfrentarse a la muerte de su hijo, que falleció con 41 años en un accidente marítimo.

Dejando atrás ese pasado en el que la superación ha sido una actitud constante, le toca vivir con calma. Ahora, aunque "con una pensión pequeña" -dice quejándose- disfruta de ese sosiego que le faltó en sus tiempos jóvenes, de los que afirma que su trabajo y el cuidado de sus hijos sin la ayuda del padre apenas dejaban espacio para algo más. Sus cinco nietos han sido los encargados de organizarle la celebración que acoge hoy el restaurante Nuevo Parada. Le acompañarán casi medio centenar de parientes y allegados. "Vienen algunos de Sevilla, otros de Gijón...", explica con orgullo poco después de salir de la peluquería, hábito que sigue manteniendo y que no podría faltar para una ocasión como ésta: "Al principio no quería, pero ha sido una gran sorpresa y estoy encantada".