Entonces igual que hoy, para soslayar una cosa semejante era necesaria la determinación política de algún mandamás que pasara por encima de cualquier normativa al uso. Ese peso político lo tenía y lo puso al servicio de esta ciudad aquel pontevedrés de pro que fue don José Pazó Montes.

Del cargo de secretario general del Ministerio del Aire saltó el teniente coronel Pazó a la presidencia del consejo de administración de Aviaco, responsabilidad que ejercitó durante casi toda la década de los años 50, mientras la compañía que había nacido en 1948 se mantuvo independiente de Iberia.

Legendario piloto y experto aeronáutico, fue capaz de vislumbrar con medio siglo de antelación el estrepitoso fracaso comercial que acabó suponiendo para Galicia la disponibilidad de tres aeropuertos en Vigo, Santiago y A Coruña. Este posicionamiento exclusivamente técnico lo compatibilizó, no obstante, con su apoyo sentimental al aeropuerto de A Lanzada, aunque con carácter complementario. Por puro pontevedresismo propició sin rubor el aterrizaje de Aviaco en el corazón mismo de la ciudad, junto a la plaza de la Peregrina.

La oficina de Aviaco en Pontevedra abrió sus puertas al público el 2 de octubre del año 1955 y se presentó como una subdelegación que dependía de la delegación de Vigo. Ese rango supuestamente inferior fue en realidad la estratagema urdida para justificar su instalación en una ciudad sin aeropuerto.

La enorme importancia de este servicio aéreo radicaba en que la conexión directa de Pontevedra con cualquier capital del mundo no respondía a ningún eslogan más o menos agresivo, ni se trataba de ninguna falacia. Operativamente hablando era una verdad inapelable.

Aviaco estaba integrada en una asociación internacional compuesta por sesenta compañías de servicios aéreos y, por tanto, podía vender desde aquí billetes para cualquiera de los vuelos que realizaba a los lugares más lejanos. Además, Aviaco ofrecía a todos sus clientes el traslado en coche hasta los aeropuertos de Peinador o Lavacolla desde la mismísima plaza de la Peregrina, que entonces no era peatonal, obviamente. Comodidad, rapidez y confort estaba garantizados.

A mediados de los años 50 Madrid se encontraba a dos horas escasas de avión desde Vigo, cuando un viaje por carretera bastante tortuoso no bajaba de las ocho horas, con parada casi obligada para comer, y subía hasta las doce o trece horas cuando el desplazamiento se hacía por ferrocarril.

Tanto para viajeros como para mercancías, Aviaco ofrecía vuelos directos a Madrid desde Vigo los lunes, miércoles y viernes a las once y media de la mañana. Media hora más tarde, a las doce del mediodía, estaba también operativa la llamada línea del Norte, con vuelos a Asturias, Bilbao, Zaragoza, Barcelona y Mallorca.

El balance del primer año de funcionamiento de aquella oficina de Aviaco resultó bastante bueno. El índice de ocupación fue muy alto durante algunos meses. Luego las cosas empezaron a torcerse rápidamente, hasta que en diciembre de 1957 la compañía anunció de improviso la suspensión de su servicio de vuelos de Vigo a Madrid.

"Un ajuste del servicio". Así rezó la somera y prosaica explicación dada por la compañía para tratar de justificar su fulminante decisión.

Enseguida se supo que detrás de aquel traumático acuerdo solo había una motivación económica: el servicio ya no era rentable porque los aviones de Aviaco, que tenían treinta y tres plazas, no registraban ni tan siquiera un 30% de ocupación media. Entonces Lavacolla e Iberia empezaron a marcar diferencias con unas prestaciones mejores y más competitivas.

La apertura de la oficina de Aviaco en Pontevedra constituyó tal acontecimiento social que los primeros billetes no se vendieron al primero que entró por la puerta en sus modernas dependencias. Tal distinción se reservó para un cliente de postín como don Vicente Riestra y su señora, que estrenaron el nuevo servicio con un viaje a Madrid.

Notarios virtuales de esa curiosa efeméride fueron Pilar Sobrino y José Seoane, los dos empleados que desde la apertura del establecimiento compartieron allí sus servicios de atención al público.

Al frente, como delegado de Aviaco en Pontevedra y también en Vigo, estaba Rafael Olmedo Limeses. Además de su inmejorable ubicación en el centro de la capital, seguramente la oficina se ubicó en el bajo de la calle Michelena número 1 porque el edificio pertenecía a Inmobiliaria San Fernando, propiedad de los Olmedo.

Sus instalaciones fueron muy alabadas porque combinaban de manera equilibrada funcionalidad y belleza. Un atractivo especial para los niños de aquel tiempo resultó la maqueta de un avión de Aviaco que lucía sobre un mesa baja junto a su gran cristalera. No era nada infrecuente encontrar algunos niños ensimismados frente al escaparate disfrutando de aquel vuelo inalcanzable.

Tanto la estructura y el montaje de la oficina, como todos los detalles de su decoración interior, corrieron a cargo del arquitecto pontevedrés Alejandro de la Sota, quien con el paso del tiempo se convirtió en un reputado maestro.

De la Sota Martínez tuvo a su cargo el diseño de todas las delegaciones que Aviaco abrió en España por decisión del presidente de la compañía. Don José Pazó era íntimo amigo de don Daniel de la Sota, padre de Alejandro, y apoyó de esa forma la carrera de su hijo cuando todavía estaba empezando.

En justa reciprocidad, a mediados de los años 60, Alejandro de la Sota proyectó la casa de Pazó en Sanxenxo. Más tarde elaboró también el diseño del edificio central de Aviaco en Madrid, que finalmente nunca llegó a construirse.