El reciente 12-O no ha servido para que la estatua de Colón luciera la mano devuelta hace un año a través del FARO por un desconocido que la escondió durante treinta años a causa de una gamberrada infantil. Al parecer, la Escuela de Restauración está desarrollando una operación de microcirugía tan delicada, hueso a hueso, tendón a tendón, vena a vena, que a este paso podría acabar dotando a la mano del almirante de una movilidad suficiente para atizar un guantazo al primer gamberro que se arrime con torcidas intenciones. FARO hizo en su día lo que consideró más correcto: entregar la mano al Ayuntamiento, que tiene la custodia de la estatua. Pero vista la prisa que ha metido a los restauradores, quizá habría sido mejor entregar la mano a la Diputación, puesto que del invernadero de su Palacio de Lourizán salió Colón para los jardines de Vincenti por mediación del alcalde Hevia. Seguro que Louzán se habría interesado más que Lores por este asunto. El meollo de la cuestión está en aventurar si la mano estará al fin en su sitio el próximo 12-O, y adivinar cuando volverá a desaparecer de nuevo, salvo que los entusiastas miembros de la Asociación Cristóbal Colón Gallego monten un turno de guardia a pie de estatua para preservar su integridad.