Tal vez podríamos suprimir los edificios modernos situados a la derecha de la fortificación, lo que permite suponer un solar todavía más amplio, en el que se situaba el edificio civil más bello del último gótico pontevedrés, el palacio de los Churruchaos, trasladado al complejo urbanístico que González Besada levantó en Poio, donde todavía subsiste.

El Eirado das Torres poseía una función defensiva, la de evitar los daños que pudiera efectuar la artillería enemiga, por lo que se aleja lo más posible de la fortificación; el denominado Pleito Tabera-Fonseca, elaborado a la altura de 1526, nos tramiste cómo una de las torres acusaba los golpes que ouo de los trabucos, que Fernández de Córdoba aclara que no se trata de armas de fuego, sino de una máquina similar a las catapultas, que lanzaban grandes esferas de piedra, los bolaños. Hasta la abolición de los señoríos en las Cortes de Cádiz, a los arzobispos compostelanos incumbía la potestad de autorizar la más mínima alteración de este espacio, como la apertura de una ventana lateral en la plazoleta de Santa María, en 1778.

Tras las guerras de la segunda mitad del siglo XV, el abandono de la fortaleza obliga a los titulares del señorío a pactar, en 1550, con el concejo local la exención del impuesto de mula y cuchara, fijado en cinco mil maravedíes anuales, siempre que el concejo les diese casa para carçel y auditorio al juez y alcaldes.

A pesar de su ruina, las Torres conservaban un valor simbólico y ante sus muros los merinos y alcaldes rendían pleito de homenaje a lor arzobispos compostelanos, en una ceremonia anacrónicamente feudal, como recoge la documentación en 1567.

La recuperación de esta fortaleza se producirá bajo el arzobispo de Sanclemente y Torquemada (1587-1602), que según sus testigos acometió la restauración de este edificio; restauración que debió limitarse a levantar el nuevo edificio anexo, que sirviera de sede y habitación de los jueces arzobispales. La torre del homenaje, como reconocían los declarantes, continuaba desprovista de suelos y tejado. Una nueva cárcel había sido levantada, en torno a 1590, en el arranque de la puente del Burgo. En definitiva Sanclemente se desentendió del edificio medieval y lo adaptó a los nuevos tiempos.

La modestia del proyecto arzobispal se vio truncado por la amenaza luterana, que representaban en la ría de Pontevedra las amenazas del pirata Francis Drake, en 1585, que obliga a tratar de recuperar el sentido defensivo de la vieja fortaleza. El arzobispo echa mano del maestre de obras Jácome Fernández, que se intitulaba aparejador de Santa María, y se entretenía en el refuerzo de la torre de las campanas, entendida como contrafuerte ante la debilidad de los cimientos, obra que continuaba en 1592.

En 1589, el arzobispo encarga a nuestro aparejador Ilebantar el baluarte que está a la puerta de la dicha forteleza, esto es, el foso desescombrado en la actualidad. Su ejecución corre por cuenta del cantero local Antonio Barral, sujetándose a los planos de dicho aparejador. Tras estas obras, el visitador arzobispal, Jerónimo del Hoyo, en los años iniciales del siglo XVII, describe la fortaleza medieval, haciendo hincapié en su nueva disposición: en la villa de Pontevedra (el arzobispo) tiene una fortaleza dentro della y arrimada por una parte a la muralla y por l aotra tiene una caba y foso, que se salvaba con un levadizo.

A la entrada del puente Sanclemente dispuso que campearan sus armas, a modo de arco triunfal. Este coronamiento lo recordarán muchos pontevedreses pues remataba el portalón de la llamada huerta del cura en las inmediaciones de la basílica. La venta de este solar provocó su traslado al edificio conventual de Sor Lucía, en la rúa de San Martiño. El arzobispo encara la invasión luterana promoviendo una serie de construcciones, como la de reparar los muros de Compostela, y habrá que suponer alguna otra construcción en la ruta Pontevedra-Santiago. Su temor llegaba a tal extremo que desalojó de la sede compostelana los restos apostólicos.

Estas inversiones resultaron inútiles, como reconocía en 1595, el ingeniero militar Rodríguez Moñiz, que emite un informe sobre las posibilidades de fortificación de la villa y puerto, en el que condena taxativamente la efectividad del castillo arzobispal: la fortaleza que, a mi parecer, no es de consideración sino es para servir de morada.

Para entonces, las defensas debían situarse en las plazas costeras, al convertirse el Atlántico en campo de batalla. Los monjes cistercienses de Marín, siguiendo la estela de sus hermanos de Oia, instalaron una pequeña batería artillera cara la mar, en 1521, servida por dos monjes, con motivo de la primera guerra contra Francia. Sin embargo, la verdadera defensa del puerto pontevedrés será su barra, dotada de una luz de aviso, el fuego de San Miguel. Este arenal que se extiende desde Lourizán hasta Tambo y desde este islote a Combarro, no es posible atravesarla a quienes no sean conocedores de sus recovecos y con la marea oportuna.

La Virgen de Quitapesares o de los Placeres, que protegía a los mareantes y navegantes desde su ermita de Lourizán será considerada por las gentes del mar su defensora (las tropas de Drake habían desembarcado en Tambo, cometiendo todo tipo de brutalidades); no es de extrañar que, a modo de agradecimiento público, los mareantes del Corpo Santo labren en la torre de las Campanas de su iglesia y al exterior una ráplica de la advocación de Quitapesares.

Como reflexión final queremos reivindicar la necesidad de que en toda intervención arqueológica urbana participe un historiador, acostumbrado al manejo de los fondos documentales.

Contamos con un archivo histórico de un fondo documental excepcional; la historia de las villas marineras de Biona, Vigo, Cangas, Pontevedra... Se encuentra entre sus papeles y permite un conocimiento en el tiempo de un determinado edificio.