A lo largo de todo el siglo XX numerosos arquitectos probaron sobradamente la versatilidad y capacidad contemporánea del ladrillo. Años antes en la ciudad del Lérez parecían anticuadas las toscas (y también únicas, auténticas, irrepetibles) piezas de arcilla manufacturadas, de modo que quien podía permitírselo estrenaba edificios de flamantes acabados rojizos y rosados recién salidos de la fábrica de A Caeira.

Lustrosas fachadas de ladrillos mecánicos, de arcillas seleccionadas y cocidas en los hornos cuyas chimeneas permanecieron en la ribera del Lérez hasta finales del siglo XX y que adornan algunos de los mejores inmuebles de la ciudad.

Dos buenos ejemplos son la nueva sede municipal en Michelena 30 o el edificio que mañana reestrenará la Diputación Provincial en Montero Ríos.

Será otro punto de arranque de un inmueble capaz de resistir y, llegado el caso, recomenzar. Los primeros pasos se dieron en los años ochenta del siglo XIX: el concello adquiere a la familia Munaiz la finca situada en la entonces "Gran Vía", un espacio vacío en una calle trazada apenas diez años antes para enlazar la Alameda con los terrenos que ocupaba la feria.

En estas fincas (que con anterioridad formaban la huerta del convento de Santo Domingo) se había levantado entre 1882 y 1890 el palacio de la Diputación Provincial y el actual Gobierno Militar (1889-1892), en el marco de un gran proyecto encargado al arquitecto Alejandro Rodríguez Sesmeros para trazar el nuevo centro administrativo de la capital.

No sería Sesmeros el encargado de diseñar el nuevo edificio, sino el arquitecto Arturo Calvo Tomelén, que asume el proyecto en 1895.

Los trabajos de construcción se prolongaron durante al menos cuatro años (si bien la recepción oficial del edificio no se produjo hasta 1901) y supusieron levantar un gran edificio de estilo ecléctico de dos plantas sobre un semisótano.

La fachada, en granito y ladrillo y coronada por un arco hoy desaparecido, camuflaba un retranqueado que años después dio lugar a la actual tercera planta.

Finalmente, el coste total del proyecto ascendió a más de 260.000 pesetas, una 30.000 más de las previstas inicialmente, pero que no desanimaron a la administración en su empeño de crear la "nueva" Pontevedra de finales del XIX.

La conservadora del Museo Provincial María Ángeles Tilve Jar recuerda que tanto el palacio de la Diputación como la nueva Escuela Normal de Artes y oficios reducen sensiblemente el espacio destinado a la antigua feria "por lo que se decidirá su traslado a la plaza de Barcelos, comenzando entonces el ajardinamiento de la zona y posteriormente la construcción del instituto".

De hecho, en las vistas más antiguas que conserva el Arquivo Municipal de Pontevedra (en la otra página) no figura el actual IES Valle-Inclán, que vendría a completar la flamante Gran Vía de la ciudad en 1927, ni tampoco el monumento a los héroes de Pontesampaio, erigido en 1911.

Durante años, con distintas denominaciones y siguiendo los diferentes planes de estudios implantados a lo largo del siglo XX, el edificio mantuvo su vocación docente.

Desde las ventanas, los alumnos podían contemplar a los elegantes pontevedreses que paseaban sus sombreros de copa por la Alameda y, más hacia la ría, a las lavanderas que cada día acudían al río Gafos.

A lo largo de esas primeras décadas el edificio tuvo diversos ocupantes pero siempre jóvenes y sus profesores, desde los alumnos de Magisterio a las estudiantes de Bachillerato.

Así, durante las obras de rehabilitación del IES Valle-Inclán en la década de los setenta del pasado siglo también fue sede del entonces instituto femenino de la ciudad.

Excepción hecha de ese retranqueado para añadir más superficie en la zona de la fachada (ya que en la parte posterior sí que existió desde el principio esa tercera planta) el exterior del edificio apenas cambió en más de un siglo; se mantuvo con un cuerpo único de planta cuadrada rodeado por un zócalo de granito.

Muy al contrario, los interiores sufrieron varias remodelaciones sucesivas a fin de adaptar las instalaciones a los diversos usos, primero docentes y posteriormente administrativos.

Y es que a finales del siglo XX el destino del inmueble diseñado por Arturo Calvo dará un nuevo giro y pasará a convertirse en sede de la delegación de Educación, inicialmente de la administración central y en una segunda fase dependiendo de la Xunta.

Posteriormente, el concello se convirtió en titular de la sede, que cedió a la Diputación a cambio de la construcción del nuevo puente sobre el Lérez en Monte Porreiro.

Coincidiendo con el 175 aniversario de la institución provincial, ésta se convierte ahora en la nueva propietaria del edificio, situado a apenas 30 metros de su sede central y en el que ha invertido en los últimos meses un total de 670.000 euros.

El presidente provincial, Rafael Louzán, explicó que las obras de reacondicionamiento de los interiores "han supuesto un gran cambio, antes eran pequeños habitáculos, sin luz e incómodos y agora eso se ha mejrado, si bien no se realizó más obra que cambiar los espacios y facilitar la entrada de luz".

El titular del gobierno provincial indica que antes de las obras la nueva sede "estaba totalmente taponada, es un edificio quizas más noble por dentro que por fuera, una nobleza que antes estaba tapada",

En un futuro, está prevista la conexión de esta nueva sede con el Pazo Provincial mediante un túnel bajo los jardines, conexión que ya está proyectada y que se llevará a cabo en próximos años en función de las posibilidades presupuestarias, según avanzó el gobierno provincial.

Menos aceptación ha tenido el proyecto de sustituir los ladrillos rosados de la fachada. La Diputación ha solicitado a la Dirección Xeral de Patrimonio que autorice el cambio de los parámetros verticales interiores y el gobierno provincial no descartaba recientemente incluso un cambio de color.

Por su parte, voces de la cultura destacan que precisamente la fachada policroma es uno de los elementos que da carácter al edificio.

Se preguntan si una sede que ha soportado la invasión francesa, una guerra civil, la dura postguerra y un final del siglo XX urbanicida se reconocería pintada (por ejemplo de azul) y revocado su ladrillo. Y mientras los técnicos se debatetn entre lo difícil (que puede hacerse inmediatamente) o lo imposible (que lleva más tiempo) en el nuevo edificio de Montero Ríos mañana todo empieza de nuevo.