Soportando la intensa lluvia casi sin inmutarse, los sobrinos y demás familiares de Castor Cordal Garrido y Ramón Barreiro Rodríguez observaban con atención cómo trabajaban los arqueólogos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en un rincón del recinto de la iglesia de Curro, en Barro. Poco a poco iban dejando al descubierto los esqueletos de dos personas, uno tendido boca abajo y otro boca arriba, dentro de la fosa común abierta para ellos por los vecinos de este pueblo hace ya 73 años. Estas familias están a punto de ver cumplido un anhelo que persiguen desde entonces: que estos dos jóvenes asesinados durante la represión franquista puedan descansar junto al resto de sus seres queridos en los cementerios de Cambados y Sisán, Ribadumia, de donde eran originarios.

En el corazón de O Salnés es donde empieza, en el año 1936, esta trágica historia que, por desgracia, se repitió demasiadas veces en otros muchos puntos de Galicia y España durante aquellos meses. Elena Barreiro, sobrina de Ramón Barreiro, explica que su tío entonces contaba sólo 19 años. Su "pecado" fue ser "poeta e escritor, publicaba no xornal, pero como escribía cousas que non lle conviñan aos que mandaban, pois o sacaron de diante, liquidárono". Temiéndose cuál iba a ser su final, Ramón Barreiro decidió huir "escondeuse no monte, nos muíños do Batán na Armenteira", dice su sobrina. La familia Barreiro conoció entonces el "modus operandi" que utilizaron los represores para que sus padres desvelaran el paradero del fugitivo: "Violaron a súa nai diante do seu home, queimáronlle os ollos e deixárona cega. Ao meu avó rompéronlle as pernas e tivo que andar toda a súa vida con muletas, torturáronos para que dixeran onde estaba, pero seguramente nin eles o sabían", relataba Elena ayer ante los restos de su tío.

Finalmente lo atraparon y su historia se cruzó en una cuneta de Curro el 15 de septiembre de 1936 con la de Castor Cordal. Allí ambos eran ejecutados a sangre fría en la curva de la carretera que se dirige hacia Pontevedra, en donde hoy en día está ubicado el restaurante "El Abuelo Pintos".

Una vez muerto, los asesinos de Ramón Barreiro todavía tuvieron tiempo para mutilarlo cortándole el dedo en el que llevaba una sortija con una tijera de podar. También se llevaron una chaqueta. Sus allegados nunca más supieron del paradero del cadáver hasta que hace unos meses la Asociación de la Memoria Histórica les indicó que podía estar enterrado en Curro. Ni tan siquiera supieron durante años si estaba vivo o muerto, ya que los represores quisieron prolongar la incertidumbre de las familias asegurando que ambos habían huido a Portugal.

Sin embargo, los hermanos de la otra víctima, Castor Cordal, un electricista cambadés –en concreto de Corbillón– sabían que esto no era cierto y que su hermano había sido asesinado.

Una hermana de Castor todavía vive. Tenía 9 años cuando lo mataron. Pese a que era su deseo, su edad le impedía estar ayer en Curro mientras los restos de su hermano eran exhumados. No obstante, una sobrina de Castor, Luisa Cordal, relataba todo lo que ella les contó a lo largo de su vida. Les explicó cómo cuando detuvieron Castor éste les dijo: "Miñas irmáns eu vou para morrer, pero algún día vengarédesme. Saberedes quen me entregou e quen me matou e teredes que convivir con eles toda a vosa vida". "E si que o souberon", remacha Luisa. Esa "venganza" que pedía su tío se convirtió ayer en la "dignificación de todos aqueles que, coma el, perderon a vida por defender un réxime elexido democraticamente", que "poidamos andar coa cara ben levantada", decir que "fomos víctimas dun atropelo brutal e criminal a todos os niveis", añade otro de los sobrinos de Castor, Lois Cordal.

Las últimas palabras que dirigió Castor a sus hermanas no fueron la única evidencia de su muerte. Luisa explica como los comerciantes de Corbillón que se dirigían aquella mañana hacia Pontevedra para vender sus productos en el mercadillo se encontraron en la cuneta con los dos cadáveres y reconocieron el de su vecino. También cuenta como descubrieron el lugar exacto en el que había sido enterrado por varios vecinos de Barro y como cada año acudían a depositar flores y unas velas en esta zona del cementerio el día de Difuntos. Sin embargo ni esto se les permitía. Se enteraron de lo que hacían en su pueblo "e tiveron que deixar de facelo polas ameazas, eran como apestadas". Así, en silencio, tuvieron que llorar a Castor hasta ahora. Luisa dice que su hermana por fin respira "aliviada": "Dinos que agora xa pode morrer tranquila e feliz ao saber que os catro ósos que están aí podémolos levar a onde xa descansan os seus pais", dice emocionada.

Sus sobrinos lo recuerdan como una persona "que sólo facía ben". Nació en una familia muy humilde de 13 hermanos. Él destacó y se hizo electricista, simpatizaba con la CNT y defendía los derechos de los trabajadores. Esta vinculación sindical "e as envidias" –aseguran que los señores de la casa en la que había servido como criado y que lo delataron no soportaron que Cordal destacase profesionalmente– lo pusieron en el punto de mira de los falangistas. Tenía 27 años cuando fue asesinado. Cuentan sus familiares que sus ejecutores le rompieron un brazo tras levantarlo con el puño cerrado en alto momentos antes de que lo mataran.

Está previsto que hoy finalice la exhumación. Aunque todas las pruebas encontradas indican que los cadáveres pertenecen a estas dos personas (así como mutilaciones que presentan los esqueletos y que permitirían identificar los cuerpos), los restos mortales serán trasladados al laboratorio de la ARMH en Ponferrada en donde se identificarán de forma fehaciente antes de entregarlos a sus familiares y que por fin los puedan enterrar en sus cementerios, un proceso que, calculan, puede tardar aproximadamente un mes.