La charla en la plaza, un lugar de encuentro en las villas y las aldeas, y la tertulia o la partida en los bares -en mesas compartidas- quedan prohibidas desde la pasada madrugada para las personas que no vivan juntas. Es una restricción social para poner coto al avance descontrolado del virus en la provincia de Ourense. Los 26.000 vecinos de los nueve municipios que conforman la comarca de O Carballiño, más los 38.000 residentes de los concellos de O Barco, Barbadás y Verín se suman a los 105.000 habitantes de la capital que no pueden congregarse en domicilios, establecimientos o espacios públicos con aquellos con los que no compartan techo.

"Antes de esto, todos los mediodías estaba el bar lleno de gente echando la partida. Ahora...", dice Manuel Fernández, apesadumbrado. Él y su mujer regentan el Vaticano, en la plaza de Cea. No recuerda una situación tan dura para el sector como la actual. "El negocio ha caído un 50% tranquilamente. Esta es la peor crisis que yo he visto nunca, con mucha diferencia. Mientras podamos aguantar, aguantaremos. Si tenemos que terminar cerrando será complicado volver a abrir. Pinta mal", confesaba ayer este hostelero, unas horas antes de la entrada en vigor de la medida que prohíbe reunirse a las personas que no compartan casa.

Antonio López y Antonio Rodríguez aprovechaban su último café en una mesa compartida de aquí a los próximos días "Yo esperaba a uno de los que venían a la partida pero no viene", decía ayer el primero. Los amigos se resignan a no poder mantener el plan -aún podrán coincidir en el bar, pero en mesas diferentes- con el que socializaban, pero se muestran responsables. "Se llevará a rajatabla porque no queremos que la cosa vaya mal", dice López, su tocayo asiente. "Nosotros nos quedaremos en casa, pero quien lo va a pasar mal aquí es Manolo, sufriendo sin clientes". Los meses de la pandemia se prolongan y la carga emocional aumenta. "Se está llevando bastante así así, poco a poco", dice primero Antonio López. "Es muy duro", reconoce al final de la conversación.

"Hay que concienciarse mucho para acabar con esto", opina Tamara. Acudió este miércoles a ver a sus padres a Cea y aprovechó para tomar algo con su amiga Leticia. Eran las únicas en la terraza del Vaticano, en la víspera de la entrada en vigor de la prohibición de reuniones para personas no convivientes. "Me parece muy difícil controlar esta medida, sobre todo a nivel privado, en los encuentros y celebraciones entre familiares y amigos. Pero espero que sirva de algo", desea Leticia. Tamara sería partidaria incluso de medidas más severas, como "cerrar toda la provincia o la comunidad. Si no, no vamos a acabar con esto".

Leticia cree que la prohibición de las reuniones extendida a buena parte del rural busca evitar la picaresca, insolidaria, de vecinos de la capital que, el pasado fin de semana, se desplazaron a municipios como Barbadás o Allariz para mantener su vida social tras la restricción que inauguró la capital. "Hay gente más o menos coherente, hay de todo. Suele pasar que quien tiene a alguien mayor a su alrededor, o con problemas, se conciencia más", dice Tamara. "Yo también creo que es algo generacional. En nuestra pandilla, tenemos entre veinticinco y treinta y pico y se cumple, pero tanto la gente más joven como más mayo tiene un poco más de problemas". Los planes compartidos -si no se convive-, en suspenso para atajar al virus.