El CEIP de Baños de Molgas es un edificio inmenso en el que campan a sus anchas 24 alumnos, ocho de infantil y dieciséis de primaria. El director, Juan Rivas, estudió en este colegio y recuerda que llegó a tener 500 escolares.

En aquellos tiempos, el comedor se quedaba pequeño. Había que habilitar espacio en el gimnasio y hacer dos turnos de comidas. Más o menos lo que ocurre hoy en cualquier centro educativo de la ciudad adaptado a los protocolos de seguridad ante el Covid.

En tiempos de coronavirus, ir a la escuela rural es un privilegio. Las medidas de protección son las mismas que para el resto de colegios pero su implantación ha sido mucho más sencilla. El quebradero de cabeza que supone organizar cinco lavados de manos en un centro con más de cien alumnos, no es problema cuando casi hay más lavabos que alumnos. Tampoco es necesario parcelar los patios ni hacer puzzles con los pupitres para respetar la distancia de metro y medio.

En la provincia de Ourense, machacada por la despoblación, hay 22 municipios en los que ya no hay colegio y en ocho, según las cifras de matriculación facilitadas por la Xunta, no llegan a los 20 alumnos. Son Vilariño de Conso (9), Taboadela (8), Sarreaus (11), Punxín (9), O Bolo (15), Muíños (18), Beariz (10) y A Veiga (17).

Baños de Molgas alcanza este curso las 24 matrículas pero muchos de estos alumnos son niños únicos en pueblos de la zona para los que el colegio es el lugar de socialización. "Después de seis meses en casa, vinieron con una ilusión grandísima y es frustrante para nosotros no poder cogerlos y darles un abrazo", relata el director.

El primer día se incorporaron 13 alumnos y hoy llegan los 11 restantes. Aunque la matrícula sea baja, el protocolo Covid es el mismo, con la ventaja en el rural de que su cumplimiento es mucho más sencillo. "Aquí la rotulación de los sentidos de circulación y la cartelería la pusimos esta semana. Solo tenemos tres aulas, una en la planta de abajo para infantil y las dos de primaria arriba, cada una con ocho alumnos, así que no se nos complican las distancias. Sobran metros por todos lados", señala. En el comedor, por ejemplo, cumpliendo estrictamente el protocolo quedaría vacía la mitad de la estancia. Así que pueden reforzar todavía más la seguridad con una separación entre mesas que llega hasta los cuatro metros y la distribución se reduce a dos niños por mesa, sentados en oblicuo, con una distancia de dos metros.

Tampoco han tenido que parcelar el espacio de recreo. "Tenemos un patio precioso con zonas de jardín., arbolado y espacios pavimentados con canchas deportivas que se alternarán los grupos". No está permitido el balón por lo que, opina Juan Rivas, "es un buen momento para recuperar los juegos tradicionales. Estoy seguro de que les van a encantar".