El coronavirus mutó el ambiente entre las profesionales de Unión Terapia Integral y las familias. Un equipo multidisciplinar dedicado a trabajar con menores con diversidad funcional donde la 'nueva normalidad' les lleva a parecer astronautas durante todo el día y la comunicación visual se limita, pero se ha readaptado a partes iguales.

La vieja normalidad permitía esperar en las escalera de la entrada donde se generaba un ambiente familiar. Ana Alonso, una de las propietarias, lo explica así: "Esto era como una familia, entraban los niños y las niñas y el centro se llenaba de padres esperando en las escaleras. Era como una segunda casa para muchos, porque hay muchos niños que llevan más de diez años con nosotras, es decir, casi toda su vida. La actividad era muy fluida, el trabajo te hacía estar muy próximo a los niños. Una de las cosas es que los padres podían entrar en la sala y ver la dinámica de la terapia que teníamos con los niños. Muchas de las veces nosotras trabajábamos con los padres delante, porque uno de nuestros objetivos es trasladar todas esas pautas para que ellos luego lo apliquen en sus relaciones. Ahora vemos una diferencia importante con todo lo que ha pasado y tenemos que readaptarnos".

Cristina Bouzas, la otra propietaria del centro, define que "el ambiente familiar se perdió y ahora la rutina de los niños que entran es otra totalmente diferente y ajustada a las medidas preventivas que están establecidas por las autoridades sanitarias". La entrada de los niños se produce a diferentes horas para evitar los grupos de personas y tampoco pueden entrar los progenitores. La vida ha cambiado para todos desde que el coronavirus estalló. Cristina reanuda la explicación: "Antes los niños entraban y esperaban en las escaleras y los recogíamos abajo en la recepción, ahora todo ha cambiado. Los niños deben pasar primero por el 'pistoletazo' de la fiebre, para después pisar el felpudo para limpiarse el calzado y descalzarse para bajar a la sala".

Ellas y su equipo reciben a los menores con la misma sonrisa aunque esté escondida y con más entusiasmo. La mascarilla priva de un gesto que desahoga los nervios y da tranquilidad. En eso también, su trabajo ha mutado. Ana profundiza que "nuestro trabajo era de mucho contacto. Estabas en permanente contacto con ellos en la sala y ahora todo es diferente, debemos llevar mascarilla, guantes, bata y desinfectar todos los juguetes y objetos que tenemos en la sala. Nuestras terapias se han tenido que readaptar, como nosotras. Reinventamos las terapias de forma que utilizamos los elementos que tenemos para hacer más amena la sesión, por ejemplo las mamparas nos sirven para tocarnos sin contacto".

El coronavirus les ha puesto a prueba no solo en la terapia, si no en acondicionar un centro al que le han tenido que poner armarios, mamparas y elementos de limpieza, uno para cada sala y profesional, con el objetivo de que la sesión -ahora de 45 minutos- se reduzca para poder desinfectar y limpiar antes de que venga el siguiente menor. Cristina arguye que "todos los objetos que utilizamos en una sesión se ponen en un cubo para desinfectarlos. Hemos establecido unas normas claras para que todos estemos más seguros".

El coronavirus enseña que la protección y la higiene es importante, pero el miedo es libre e individual y algunas familias han preferido esperar para reanudar las terapias. Ana aclara que "el número de niños se ha reducido, algunos porque consideramos que tienen factores de riesgo y es mejor otro tipo de atención que no sea presencial".

Mientras posan para la foto de grupo en una de las salas, un menor tira un cubo de juguetes al suelo buscando una tarta. "Ves? Esos juguetes todos, van a ir al cubo para desinfectarse", dice María, una de las logopedas. En otra sala, Elena y Cristina abordan conocimientos con un menor en un ordenador. Su comunicación se ha reinventado incidiendo más en que los ojos sean su mejor sonrisa, su método de relación. La inversión económica para adaptar el centro no ha repercutido en el bolsillo de las familias y son ellas las que siguen con un servicio fundamental para el desarrollo de muchos niños de toda la provincia.

La mascarilla esconde su sonrisa, pero no la ilusión que despiertan sus ojos para volver a ser "una familia" como en la vieja normalidad. Para eso, solo el tiempo tiene respuesta. Sin embargo, su capacidad de imaginar juegos, planear sesiones divertidas, concebir nuevos conocimientos con nuevas premisas ha crecido. El coronavirus les ha puesto a prueba y ellas (y su equipo) se han reinventado para no perder el ritmo de desarrollo de "sus niños".