Antonio Sarmiento -86 años-, natural de Parada de Amoeiro, se entretiene con sus cuatro gallinas. En su finca de Vistahermosa, un espacio de naturaleza, un refugio en la ciudad, ha aliviado el confinamiento. Como les sucede a otras personas vulnerables, la excepcionalidad se prolonga más en su caso. Desde que se declaró el estado de alarma, no ha podido regresar a terapia y a las actividades presenciales que cada lunes y jueves por las tardes -de 16.30 a 19.30 horas- recibía en Afaor, la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer de Ourense, fundada en 1995 y con 350 asociados en la actualidad. Los centros ocupacionales y terapéuticos permanecen cerrados -la Xunta decidió retrasar la reapertura hasta septiembre, aunque todavía estudia si es posible anticiparlo-, lo que alarga la situación de anormalidad y paraliza la atención que requieren personas con un deterioro cognitivo como Antonio.

"Cuando se acuerda pide regresar, dice que quiere ir y me pregunta: '¿Cuándo vuelvo al cole, por qué ahora no hay? Yo le explico que con este problema están todos cerrados y que tampoco nuestro hijo José, que es profesor y orientador, puede ir al suyo, y tiene que trabajar en casa". Pepita Campos -84 años, natural de Ourense- es su mujer y también es su cuidadora, con una dedicación plena debido al cierre prolongado de las instalaciones terapéuticas. Se casaron hace 58 años, tras 8 de noviazgo. Criaron a dos hijos. El amor es el principal salvavidas. "Lo cuidaré hasta la muerte, porque siempre fue un hombre estupendo, extraordinario, muy cariñoso y con buenas palabras", expresa la señora, emocionada.

"Hace unos dos años le empezamos a notar algunos despistes, un día se desorientó y en aquel momento nos dimos cuenta de que algo estaba pasando. Fuimos al médico y supimos que tenía alzhéimer", recuerda Pepita. Antonio todavía reconoce a los suyos. "A lo mejor tiene una conversación, termina y ya no sabe de qué hemos hablado. O responde 'no sé'. O estamos en casa y rebusca en los cajones y cambia las cosas".

Hace más de un año que Antonio es usuario de Afaor. "Estamos contentos, le vale de mucho. Él dice: 'Voy al colegio'. Allí hacen algo de gimnasia, cada uno lo que puede, trabajan con números, les mandan actividades como por ejemplo buscar pueblos que contengan la letra 'r' o 'l', juegan a las cartas, al parchís o la lotería. Si gana me trae un bombón. 'Toma, para ti".

Una desescalada desigual

Mientras la mayoría de la población avanza hacia la normalidad en la desescalada -tras el regreso de terrazas y playas, a partir de mañana podrán volver discotecas y salones de juego en la fase 3-, las personas con deterioro cognitivo no pueden volver aún a sus centros terapéuticos. Pepita agradece que Afaor mantenga el contacto. "La chica que nos llama nos pregunta si hay algún problema y nos envía trabajos para hacer en casa. Están muy pendientes y es necesario, porque a veces uno está decaído y terminal mal el día", confiesa la mujer.

"Desde que empezó este problema soy yo la que juega con él a las cartas, aunque no m e gustan, y también al parchís. Los dos hacemos gimnasia juntos. Yo le dijo por ejemplo: 'Ahora mueve el brazo'. Y él me responde: 'Allí no lo hacemos así'. Es como un niño. Mis hijos volaron de casa hace años y ahora lo tengo a él".

La asociación asesora a los familiares sobre qué estrategias seguir para la convivencia y los cuidados con estas personas. Pepita acudía cada 15 días a Afaor y participaba en una reunión grupal en la que los parientes recibían pautas y recomendaciones. Durante estos tres meses sin actividad presencial y con las instalaciones cerradas, la mujer es la guía de su marido. "Le encargo cosas y él las hace. Lo voy llevando. Hay días que a lo mejor se calla y no lo hace, pero enseguida se le pasa. Yo a veces le digo: 'Te pido esto pero no soy una mandona".

La atención plena y en exclusiva es exigente. "Tengo miedo de que pueda perder yo un poco, aunque de momento voy llevando las cosas, pero a veces te encuentras desorientada. Por suerte mis hijos están siempre pendientes de nosotros. Él, que vive en la ciudad, y ella, en Redondela, se preocupan a diario de cómo estamos".

Con las visitas de la familia ourensana desde que están permitidas, y con el deseo de poder ver pronto a su hija Conchi, que trabaja en el hospital vigués de Meixoeiro -la movilidad entre provincias en Galicia se permite desde mañana-, la familia Sarmiento ha permanecido unida en esta época difícil gracias a las videollamadas y a Whatsapp.

El matrimonio de octogenarios encontró un alivio al confinamiento, que aumentaba el estado de desorientación de Antonio, pudiendo desplazarse a una finca situada a menos de 500 metros de su casa. El médico así lo aconsejó y Pepita guardó su informe por si necesitaba acreditar su situación a la Policía cuando los movimientos estaban muy limitados, durante la mitad de marzo y todo abril.

Transcurridos ya tres meses de una realidad excepcional por la crisis sanitaria, Pepita Campos asegura que "lo que más me apetece es ver a mi hija, porque la última vez fue antes de todo esto". Lo que implicará, se ríe, contentar a su nieto Martiño, de 11 años, que tiene ganas de volver a comer su tarta especial. "Es normal y corriente, de galleta y chocolate, pero lleva el amor de abuela".

La señora es una apasionada del teatro, que el estado de alarma también frustró. "Estoy en el grupo Aturuxo y teníamos que representar una obra en el Auditorio, el 20 de mayo, pero no fue posible. El teatro me aporta mucho desde que empecé hace 17 años". Pepita quiere que esa nueva normalidad que está más cerca implique la vuelta cuanto antes de su marido a su rutina de actividades, "porque le hace falta y también a mí, y al menos durante ese tiempo que pasa ahí te despreocupas", finaliza.

Seguridad para poder volver

Óscar Doval es el gerente de Afaor, que atiende a casi 450 personas a la semana. Las instalaciones permanecen cerradas desde el 13 de marzo. La paralización de la terapia y la rehabilitación presenciales afecta, reconoce. "Muchas familias lo están pasando mal porque no es fácil cambiar de repente las rutinas y más habiendo tenido que estar permanentemente en casa. La prestación de servicios sociosanitarios es fundamental, porque da vida tanto al enfermo como al familiar, pero nos ha tocado una época casi de guerra; hay que tomar decisiones muy complicadas", concede.

"La estimulación continua y la rutina son claves, pero la resolución es compleja, porque hay estudios que demuestran que la incidencia del coronavirus en personas con demencia en Europa tiene una virulencia mucho mayor, y por eso en las residencias seguramente haya muchos casos, aunque los datos de la administración no los arrojen. La demencia conlleva un extra de vulnerabilidad, tanto a nivel de contagio como de letalidad. Toca decidir entre seguridad y conciliación, y no es sencillo. Mientras no se asegure por parte de las autoridades que, cumpliendo los protocolos, podemos garantizar la atención a las personas, nosotros no abrimos", explica el responsable de la entidad.

Desde el inicio de esta crisis sanitaria, Afaor ha intentado suplir la atención presencial con el seguimiento telefónico, facilitando ejercicios de estimulación para hacer en casa y con interconsultas con los servicios sociales y de salud. El sector ve necesaria una alternativa de intervención domiciliaria, con protocolos marcados.