No es una labor sencilla luchar contra algo que no ves y hacerlo con una sonrisa. Eso de puertas para dentro, de puertas para fuera, la realidad es diferente. El personal de la Residencia Nuestra Señora de la Esperanza tuvo que trabajar durante más de un mes con más de un centenar de residentes que fueron diagnosticados con coronavirus. Fue el principal foco de infección de Galicia donde se registraban más de 140 personas infectadas entre los usuarios del geriátrico y las trabajadoras al cargo.

María Aranzazu es la directora del geriátrico. Llegó con el coronavirus y le tocó lidiar con una pandemia que puso patas arriba el centro: "La sensación fue de miedo. Nosotros teníamos desde hace varias semanas un cierto control y unas medidas y estábamos viendo que se contagiaba mucho, lo que no sabíamos era que ya lo teníamos dentro. Saber eso fue como una sensación de miedo".

Sonia Rodríguez y Leticia Diana Correia son dos gerocultoras que se pusieron el mono de guerreras. Sonia alega que "sabíamos que causaban muchas muertes entre las personas mayores y eso nos preocupaba mucho, pero cuando supimos primero que eran 3 positivos después más de 20 y luego más de 100, te invade una sensación de miedo". Leticia tiene la misma percepción: "Se te viene el mundo abajo, porque teníamos medidas y no sabemos como entró. Lo veíamos de lejos y de repente lo vimos de cerca, muy de cerca".

Los más de 100 residentes positivos (la cifra más alta oficial fueron 107) en el inicio de abril fue un punto de inflexión para el patronato de la Fundación San Rosendo que tuvo que reorganizarse para sacar a los negativos del centro hacia una residencia contigua. María Aranzazu lo recuerda: "Teníamos que buscar soluciones. Después de la realización de test masivos, recuerdo que se hicieron por la tarde y a la mañana siguiente ya teníamos los resultados, se desinfectó el centro que tenemos al lado (Santa María) para llevar allí a los negativos y también la residencia de la Esperanza para poder atender a todos los positivos. Se bajaron los negativos y aquí nos pusimos el EPI de guerreras". Leticia ejemplifica: "Con los más de 100 positivos, si antes se nos había caído el mundo, en aquel momento se nos calló el universo. Pero decidimos no aparentar tener miedo nos pusimos los EPI como si fueran batas de superheroínas y con un actitud de guerra trabajamos sin parar". Sonia suma un enfoque más: "La sensación también era de miedo porque no sabíamos si podíamos ser portadoras y expandirlo al ámbito familiar, o al revés. Intentamos salir lo menos posible para no contagiarnos las trabajadoras que estábamos sin el virus, pero al hacer la compra por ejemplo, conlleva riesgos".

La vida en una habitación

A los turnos llegaban con media hora de antelación, para comunicar las novedades y las actuaciones más minuciosas. Se enfundaban el EPI y transformaban la realidad con bromas y sonrisas. Sonia explica que "muchos son conscientes y saben lo que pasa, pero teníamos que estar tranquilas para no transmitirles preocupación, porque eso no nos beneficiaba". A Leticia los contagiados le preguntaban si podían bailar y cantar, ella decía que no con pesar. La directora advierte que "tenían que hacer vida en las habitaciones y eso es estresante. No lo entendían y querían salir a hacer su vida normal, bailar, cantar y otras actividades, pero les explicamos que no se podía cada vez que nos los preguntaban y acabaron entendiéndolo".

Leticia tiene el turno de tardes. Entra a las 14:30 y sale a las 22:00, en el mejor de los casos. Al salir del geriátrico Nuestra Señora de la Esperanza todo era vacío. "Era salir por la puerta del centro, meterme en el coche y me derrumbaba. Empezaba a llorar por toda la tensión acumulada de la jornada de trabajo, pero también por la sensación de estar todo el día intentando convencer a los residentes que todo irá bien. Era un momento de vacío. También llegaba a casa y comía poco o no comía y dormía mal". Un virus que no solo afecta físicamente, si no que debilita mentalmente hasta a la más fuerte.

María Aranzazu añade que "para muchos somos su única familia y verlos así, pues la verdad que fastidia y ver también que otros no pueden ver a sus familias, solo por llamada o videoconferencia pues la verdad que también te entristece. Pero debíamos ser fuertes y así lo hicimos".

Tardan en describir el sentimiento producido después de que la Consellería de Sanidad de la Xunta de Galicia le transmitiese 54 altas de residentes. "Fue una sensación de alivio muy grande. Estábamos reunidas y nos salió aplaudir a todas", dice Sonia. Leticia también se anima y sonríe.

Los datos oficiales informan de que, al menos, 20 personas fallecieron entre las paredes del geriátrico. La directora señala que "son momentos duros, porque para nosotros son como una familia, son parte de nuestra vida y sentímos las bajas como si fueran nuestra familia". Sonia añade: "Aquí se crea un vínculo muy especial que es diario, por lo que las bajas nos afectan, para muchos éramos su única familia".

Leticia aprendió a valorar más los detalles: "La pandemia te enseña a vivir y disfrutar el ahora. Es decir, un "buenas noches angelito" que nos decían o una sonrisa o un baile, el momento, porque mañana no sabes qué va a pasar". A María y Sonia el regreso gradual les genera desconfianza y una calma inquieta: "Tenemos que tener cuidado". Ellas son una representación del personal que luchó contra el virus en la Residencia de Nuestra Señora de la Esperanza. Nada fue fácil. Ahora están en la recta final. Por esfuerzo y compromiso, no va a ser.