Globos azules y blancos de distintas tonalidades adornan el balcón de la casa en Ourense de Daniel, un niño de 6 años que, cuando casi tenía 3, fue diagnosticado de trastorno del espectro autista (TEA), grado 3 (afectación alta). Ayer se conmemoró el día mundial de esta discapacidad, una jornada de sensibilización en medio de la crisis del coronavirus, que ha revelado la mirada inquisitorial de ciertos vecinos ignorantes que censuran desde sus ventanas la salida de padres y menores de este colectivo a la calle, pese a que sus paseos están permitidos también en estado de alarma, como medida terapéutica. Daniel había hecho dos salidas en dos semanas hasta ayer a mediodía. Eva Guzmán, su madre, no ha tenido que sufrir por fortuna ningún dedo acusador por llevar a su hijo a que corra y se desfogue al aire libre, junto al río. La reclusión en casa está siendo llevadera. "Yo lo he sacado por obligarnos a que salga y para minimizar el impacto del después. A él la soledad le gusta, así como la rutina instaurada, y de momento vamos bien en esta situación. El problema será volver a la rutina, a la normalidad, porque supondrá un cambio. Y todo cambio les afecta mucho", explica Eva, la presidenta de la asociación 'Por Eles TEA'.

El balcón de su piso en la calle Basilio Álvarez aporta una solución para estos días de reclusión entre cuatro paredes. "Jugamos en él. Hacemos y tiramos aviones de papel y desde los pisos de abajo nos los devuelven", relata.

Dani, como lo llama su madre, con un hermano de 14 años, Yago, "empieza a soltarse" y los pictogramas ayudan como sistema de anticipación. Eva empezó a sospechar pronto, porque desde que era bebé su hijo pequeño lloraba mucho. En sucesivas visitas al pediatra relacionaron los llantos con gases, reflujo o acidez, pero el comportamiento del pequeño no variaba. "Notaba que le pasaba algo, porque no me miraba, no sonreía", recuerda Eva.

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En la guardería lo atribuyeron a una posible sordera que una logopeda consideró improbable. "Insistiendo con el pediatra me derivaron a atención temprana y, tras unos meses de pruebas, el autismo era la principal sospecha". Pero todavía era necesario confirmarlo. "El problema que tenemos aquí en la sanidad pública es que no logramos un diagnóstico fijo", subraya esta madre. "Para conseguir un diagnóstico tienes que pagarlo".

Cuando la normalidad lo permitía, la rutina terapéutica de este niño de Ourense consistía en una combinación de terapia ocupacional, logopedia, psicomotricidad y reeducación psicológica. Actividades complementarias al colegio durante el lunes por la mañana y las tardes del martes y miércoles. Eva Guzmán, que cuando trabajaba solo podía ver a su hijo por la mañana y por la noche -su madre la ayudaba-, se ocupa ahora de mantener a Dani en equilibrio en su nueva rutina. Ella, como miles de trabajadores en la provincia, está inmersa en un ERTE. Trabaja de comercial para el sector hostelero, prácticamente paralizado por la crisis del Covid-19.