El reloj marca la hora tempranera con un ángulo de 90 grados. Huele a café y a galletas. Las ojeras de las siete personas, que se sientan en las sillas del paritorio "cerrado" de Verín, denotan cierto cansancio corporal. Hoy se cumplen 46 días desde la fecha en la que los vecinos y colectivos sociales decidieron encerrarse para evitar el cierre. Acaban de dar el relevo a la retaguardia que duerme en colchonetas o colchones en un habitáculo de una habitación. "No dormí nada, pero todavía así, hoy es la primera noche que dormí unas dos horas o así de forma tranquila", dice una de las personas que conforma la resistencia a "una decisión política" según alegan a la postura tomada por el gobierno de Núñez Feijóo.

Ahora, tienen todo organizado. "Los primeros días veníamos todos y se formaba aquí un alboroto tremendo, pero con el paso del tiempo, tenemos la 'pericia' de organizarnos mejor, ya que aquí pasamos la noche, la mañana y todo el día", dice una voz enérgica. Mantienen la calma y cada uno ocupa una silla en señal de resistencia y de apoyo a unos profesionales que apoyan, incluso veneran por su trayectoria y por la amabilidad con la que los trataron en sus patologías.

Son vidas encerradas en una reivindicación social y una familia que se cose con debates sobre el propio paritorio, sobre el amor, la vida o se cuentan historias (casi) surrealistas de la época franquista. Todo detalle inicia una conversación, con el simple propósito de pasar el tiempo. Días que corren a su favor desde que Guillermina Agulla, la nueva gerente del hospital de Verín, accedió al cargo que dejó Miguel Abad. "Tenemos esperanza con ella. Nos pidió tiempo y le daremos ese tiempo que nos pidió", dice una mujer. Un casi septuagenario responde: "Veremos...". En la réplica gobierna la esperanza: "Peor que antes no podemos estar, así que nos pidió tiempo y se lo vamos a dar, confiamos en ella".

Para la retaguardia que forma la "familia peche" el cierre del paritorio es el primer capítulo de un libro que se titularía Cuéntame cómo pasó "Tenemos problemas con el servicio de anestesistas, necesitamos más traumatólogos y lo mismo pasa con pediatras, neumólogos y más servicios", añade otra mujer con las manos agarrando un bolso y mostrando la pegatina "Verín, non se pecha".

Hoy es San Antón y con esta festividad -muy celebrada en la aldea de Ábedes- empieza el Entroido verinense. Los cigarrones bajarán como prólogo a una de las épocas del año que se vive con énfasis en la villa. Sin embargo, la "familia" hace una cronología de los días tachados en el calendario. Un mes de diciembre atípico en los hogares verinenses que pasaron las navidades en las mismas sillas donde hablan, cantando, creando villancicos o comiendo las uvas. El apoyo traspasa el ideal. Los detalles son intangibles y denotan la empatía con un tema tan delicado para el desarrollo del mundo rural. "Mi hijo no viene a comer a casa, porque se baja al bar mientras yo estoy aquí apoyando esta reivindicación. Dice que él me apoya, que me entiende y así no me da trabajo", dice una madre verinense. "Yo estuve aquí el día de Nochebuena y mi familia me dijo que no me preocupase, que me esperaban", recuerda otra madre.

Las sillas se aferran al suelo, como su esperanza a la gestión de Guillermina Agulla. Su rutina se amuralla en unas sillas y se abraza a la organización de una libreta "privada" y a un grupo de whatsapp que "echa humo".

Emilia llega con una pañueleta al cuello y hace levantar a todos de las sillas por su compromiso desde el primer día: "Vengo todos los días, todos los días". Estuvo -y está- enferma por culpa de la tensión. Natalia se acerca a darle el número para ayudarla en todo lo que pueda. Cada vez entra más agente a medida que el día crece. La villa está volcada con su hospital, con un servicio que engloba más que Verín "es toda una comarca que lucha por mantener nuestro hospital. Hoy es el paritorio y mañana es todo, están destruyendo el crecimiento del rural", dice encrespado un vecino que acaba de llegar. Vieron como el Gordo huía de Ourense, sintieron a Papá Noel pasar por el pasillo, cantaron villancicos, comieron las uvas en Nochevieja y los Reyes le dieron ánimos. Ahora ven el Entroido a la vuelta de la esquina con la aparición de un pediatra por la puerta. Con horarios, con organización y con la perspectiva futura de que "su" hospital se mantenga firme en todos los servicios que tenía antes. Como su resistencia, como la retaguardia y defensa de la "familia peche" que invita a la hospitalidad de "su segunda casa".