Desde Prado y Alberguería, la carretera se comba con frecuencia y serpentea la falda de montañas imponentes. Grandes moles de la naturaleza desafían a la tecnología más avanzada, capaz de perforar más rápido por un camino que ya recorrieron, a mediados del siglo pasado, los responsables de una gran epopeya: los constructores, con medios precarios, del trazado del viejo ferrocarril entre Zamora y A Coruña, que se prolongó durante tres décadas. Tras años de obras, tras lustros de promesas y retrasos, el tren de alta velocidad se aproxima a un territorio que guarda, entre sus senderos y sus cimas ondulantes, las viejas huellas ferroviarias, la memoria de los hombres que edificaron, con pico y pala, el camino de hierro del siglo XX. Pocos testigos quedan de aquella hazaña que puedan presenciar la llegada del AVE a Galicia. Laureano Otero -93 años- y Juan González -87-, primos segundos, son dos de los últimos carrilanos, dos testigos de la historia.

Un vecino de Laza introduce: "Se te pos a subir a costa xunto a Lan -así conocen en la aldea a Laureano-, non lle das aguantado o paso". Tiene 93 años y 4 meses pero no se sabe muy bien dónde: el cuerpo siempre erguido, el paso ligero y una memoria cristalina de los años en los que ayudó a construir el trazado del tren de mediados del siglo XX. "Cando fun por primeira vez tería 18 anos ou así, estiven no túnel de Muíños. Gañaba 9 pesetas ao día. Era unha miseria pero non había outro sitio onde ir gañar a vida. Daquela nin che facían contrato e eu penso que nin asegurados estabamos".

Juan González matiza con un "bueno, bueno" cuando alguien comenta su buena condición física a su edad. Él también era un crío cuando se enfrentó a la construcción del ferrocarril en la montaña, recién estrenada la mayoría de edad. "A través de veciños empecei con 18 anos, porque entón non te querían se eras menor, ou pagábanche moi pouco. ¿Como era o traballo. Traballei nunha das chimeneas máis grandes que houbo", recuerda.

El camino de hierro fue extendiéndose gracias a la determinación de los obreros, que vencieron la resistencia de la complicada orografía de Laza y los alrededores. Las cuadrillas, integradas por regla general por diez hombres, se daban el testigo en tres turnos diarios de 8 horas cada uno. "Daquela non había maquinaria, faciamos todo a man. Pico e pala todos os días, sacando o escombro en vagonetas", relata Laureano, como si aún se sorprendiera de aguantar tanta dureza. "Non había roupa especial nin nada. Se chovía, chovía, nin traxe de auga nin botas nin nada".

Los carrilanos ejecutaron una labor exigente y pasaron penalidades en los largos viajes a pie hasta el lugar de trabajo, invirtiendo dos horas para cada trayecto. El punto más próximo a su casa en Laza era O Corno, por donde también discurre ahora la línea de alta velocidad. "Faciamos 5 ou 6 kilómetros a pe, ibamos por sendeiros polos que non andaban nin as corzas. Levabamos chancas, con dous dedos de pao e ferradas, porque doutra maneira non había calzado que chegase ao ter que ir entre os penedos. Chegabamos todos mollados. Se lle dis agora a un home que ten que facer iso...", dice Lan.

"Tiñamos que facer un traxecto que nin as cabras andaban", asiente su primo Juan. "E que non pelexaramos polo camiño uns cos outros", reconoce. Los obreros cruzaban el río en un tablón. "Un día chegamos tres á zona da Armada, tiñamos que empezar ás 6 da mañá, era luns. Chovera moito e a chea do río levara o tablón, así que tivemos que ir cruzar á ponte que vai cara Cerdedelo, cerca dos muíños. Pasamos unha pequena ponte de madeira e fomos todo ó longo do río. Cando chegamos, os outros xa levaban dúas horas traballando. Menos mal que como era causa de forza maior nos contaron igual o día. Derrengados non chegamos, chegamos mollados", rememora Juan con gran detalle. "Tiñamos práctica xa de tanto andar. Os que eramos novos baixabamos correndo por aqueles sendeiros. O colesterol alí non se criaba", bromea Lan.

Tras sus inicios, Laureano Otero tuvo que cumplir con la mili, en África, y aparcó el trabajo hasta su regreso. "Marchei no 47 e volvín no 49. Ganábanse xa 20 pesetas e, se facías 20 días ao mes, porque daquela querían apurar para acabar pronto, pagaban 500 pesetas e se non, 400. Daquela 100 pesetas eran as que tiñamos os mozos para quedar e entregar o resto, porque había que comer".

En Laza el calendario empieza con el inicio del Entroido, la fiesta más arraigada y celebrada. A Lan le gustaba vestirse de peliqueiro. "Febreiro tiña os días de traballo xustos para poder cobrar a prima. Tiña que ir ás 6 da mañá, quitei o peliqueiro ás 12 da noite e cando espertei xa debía ter levado alí 2 horas traballadas". Para compensar, al día siguiente, que era sábado, dobló el turno. "Cadroume o peor día, non podías moverte. Botei 15 horas coa pala. Alí non era poder saír fóra, se marchabas quedaba todo parado".

Los ferroviarios del siglo pasado disponían de electricidad pero sus medios técnicos eran precarios. Iluminaban la oscuridad con candiles de carburo, sus únicas guías en los desplazamientos nocturnos. A Juan le viene una anécdota a la cabeza. "Un día, ibamos catro a Correchouso, saímos ás 4 da mañá e chovía. Pasamos un sitio que chamaban o Velal e subimos un camiño. Eu esvarei e clavei a rodilla nunha lousa, case non dou chegado".

El trazado del tren Zamora - A Coruña nació de esas vidas de fortaleza y resistencia. Eran tiempos de crudeza y resiliencia. "Tamén traballei nas viñas para os señoritos, cavando de sol a sol. Cobrababamos 15 pesetas pero por estar da mañá á noite. Nin viño nin bebida che daban, había que levar a comida da casa", explica Lan. Ni a él ni a Juan les tocó una tragedia de cerca pese a que la heroica obra causó varias muertes. Décadas después, la ejecución de la línea de alta velocidad a Galicia también ha dejado un balance de víctimas en la provincia de Ourense.

Los carrilanos del siglo XX que verán llegar el AVE en solo unos meses, si los plazos se cumplen, hicieron frente a una empresa que no se parece en nada a los avances, medios y tecnología conjugados para la llegada del tren del siglo XXI. "A min paréceme que iso agora non é traballar no túnel. Todo é maquinaria e nós todo era pala. A dinamita rebentaba todo pero logo había que picar. Hoxe fan máis cunha máquina nun día ca faciamos entón as tres brigadas nun mes", apunta Laureano Otero.

"O AVE é un adelanto moi grande. Ves como traballabamos nós, co candil de carburo colgado dunha pedra ou coa pólvora da dinamita atufando, o que facía que houbera que sacar á xente, porque se mareaba e vomitaba", cuenta Juan. "Traballei en Ponferrada nun túnel e eu era o que quedaba o último e quitaba aos atufados", añade. A sus 87 años sigue pareciendo fuerte. "Eu que sei, inda os hai máis duros", rebaja.

Ambos emigraron después

Los primos que trabajaron de carrilanos se marcharon a la emigración como tantos miles de ourensanos a lo largo de las generaciones. Laureano estuvo en Suiza y en Alemania, y durante 12 años fue cobrador de tranvía en Barcelona. Juan trabajó en la tala de pinos en la zona, también estuvo en el parque de O Invernadoiro y siguió su vida lejos: 31 años en la diáspora en Suiza. Nunca llegaron a viajar en tren por el trazado que construyeron con sus manos, pero no cierran la puerta a subirse algún día al AVE, que acercará Madrid y Galicia a través de la resistente montaña ourensana. "Por que non?", contesta Juan.

Laureano tiene un bisniesto de 16 años y una biniesta de 10. Juan, dos nietas. Son la generación del siglo XXI ante la memoria viva del XX. "Ter que pasar no tablón non quero que nin se me acorde", finaliza Lan.