La madre Marina se aparta porque el jolgorio de la inauguración le perturba. Habla con una voz suave para contar la anécdota que más recuerda: "Estaba de guardia cuando tuve que bajar las escaleras de la Mutua y atender a una mujer embarazada en un camión en la calle. Salió el niño, le corté el cordón umbilical y después de atenderla, como el ascensor era pequeño, la subimos hasta la planta por las escaleras".

Esta monja inició su carrera en el mundo sanitario por mandato de sus superioras, en un trabajo que define como "familiar". Fue en 1962 cuando empezó en la Mutua (calle Progreso, frente a Pazo de Xustiza) y sus primeros cuidados los recuerda con mucha ternura: "Me gustan mucho los niños y me acuerdo de una niña bebé que había nacido prematura y estaba en la incubadora. Al cabo de dos semanas me hacía caso, era increíble. Yo le decía 'pulguita', porque era muy pequeñita, por qué lloras, qué quieres, y después me hacía unos pucheritos, era encantadora". Tras años en la Mutua, pasó al área de Pediatría en la residencia sanitaria Cristal, donde Marina aclara que "fue un cambio muy grande. Aunque teníamos tecnología y ordenadores, la apertura de la nueva residencia hizo que cada uno tuviera una función asignada, no como en la Mutua, donde hacíamos un poco de todo. Si me tocaba pinchar, pues pinchaba. Si me tocaba trasladar, pues trasladaba".

La madre Marina tiene historias de posguerra para un libro. Ahora, después de más de 40 años en la sanidad dice que "volvería a hacerlo igual, todo igual".