No hubo catedral que se le resistiera. Feliciano Figueiró ha reproducido a escala más de una veintena de monumentos arquitectónicos de toda España a lo largo de las dos últimas décadas, desde que se jubiló como chófer de camiones. Pero los años no perdonan y "as facultades xa están mermadas", lamenta en el patio de su vivienda, en de la parroquia nigranesa de Camos. Ya ha cumplido ya los 81 y cree que ha llegado la hora de dejar la marquetería a gran escala. Después de elaborar con mimo y precisión tantos edificios emblemáticos y de donar muchos de ellos para su exposición pública, se despide de su gran afición con uno que lo es todo para él: su casa y su finca.

No dice adiós a sus herramientas del todo, ya que todavía hará "algún adorno para amigos ou familiares". Pero sí a las grandes obras. Y es que su método requería gran esfuerzo físico, mental y económico. Entre sus trabajos figuran reproducciones de las basílicas de Santiago, Burgos, León, Tui, la Sagrada Familia, la Almudena u otras joyas arquitectónicas como el monasterio de Oia, el Templo Votivo del Mar de Panxón, la iglesia de la Vera Cruz de O Carballiño, la Peregrina de Pontevedra..."Xa nin me lembro cantas pezas fixen", bromea. Y para no dejar atrás ni una minúscula balaustrada, ventana, vidriera o detalle, se desplazaba para visitar cada uno de los modelos y tomar cientos de fotografías que le servían de guía. "Agora xa non vou saír daquí. Non podo viaxar. Xa falla algo o pulso, esquezo algunhas cousas e fatígome bastante", explica mientras muestra la maqueta de su propiedad, con su vivienda, su hórreo, sus galpones, árboles, la piscina y hasta el coche. Todo sobre una plancha de madera de 1,20 metros de largo por 70 centímetros de ancho.

Esta última obra dará la bienvenida a partir de ahora a las visitas junto a la puerta de la casa. La colocará allí en sustitución de la primera, un barco que confeccionó allá por los años setenta del pasado siglo, cuando trabajaba a bordo de en un cablero inglés. Fue entonces cuando se inició en el gusto por la marquetería, aprovechando los tiempos muertos de travesía y sus dificultades iniciales para comunicarse al desconocer el idioma. Su gusto por el arte había empezado mucho antes y en la escuela "xa me gustaba moito pintar", recuerda. Pero entonces había que colaborar en la economía familiar y el trabajo le impidió desarrollar su talento antes.

Su pasión por el serrucho se vio interrumpida cuando regresó a Camos para emplearse como camionero en una empresa de pretensados, en la que se jubiló. Fue entonces cuando recuperó su afición y ha pasado los inviernos de los últimos veinte años metido en la bodega horas y horas para elaborar sus réplicas. Algunas siguen guardadas en el galpón y otras pueden verse en los mismos edificios a los que copian, como las catedrales de Santiago, Tui o el cenobio cisterciense de Oia.

Feliciano nunca ha cobrado un euro por hacerlas, pero sí exigía a los receptores de las maquetas que las cuidasen "porque lles colles cariño tanto tempo arredor delas". Unos han cumplido y otros no tanto. "Dame pena ver que o mosteiro de Oia está arrinconado sen luz e con humidades", se queja con la esperanza de que el recado llegue a quienes pueden hacer que luzca "como Dios manda".