En mayo de 2016, Lara Raña trabajaba como profesora interina de la red de escuelas infantiles Galiña Azul. En aquel momento, su puesto de trabajo estaba en Toén y su hogar, en Beade. Su empleo le permitía llevarse a su hija de meses con ella pero no era un contrato estable y la incertidumbre ante las escasas posibilidades de conciliación que le ofrecía la vida en el rural pesaba sobre ella.

Sus opciones para no renunciar a su vida profesional implicaban hacer kilómetros para poder dejar a su hija en una guardería. Entonces surgió la primera convocatoria de ayudas para la instalación de casas nido en los concellos de menos de 5.000 habitantes. En Beade, como en la mayoría de municipios de la comarca de O Ribeiro, no había recursos para la atención a niños de 0 a 3 años.

Lara Raña presentó una solicitud y logró la subvención. "Era un servicio necesario en las aldeas", señala. Su casa cuna se llama Arrolos y empezó a funcionar en 2017. Hoy tiene la ratio máxima de cinco niños cubierta, uno en lista de espera y otro, su segundo bebé, llamando a las puertas. "No sé si es porque ahora todos los concellos de la comarca tienen este servicio pero la verdad es que hay más nacimientos, yo he vivido aquí toda la vida y se notaba un estancamiento", afirma, convencida de que las casas cuna han "dinamizado la vida en el rural".

A Lara, abrir esta casa le ha cambiado la vida. A nivel profesional pero también personal: "Antes nunca sabía dónde iba a trabajar al día siguiente y ahora tengo estabilidad, además he podido tener a mi hija conmigo y eso es impagable".

Su experiencia es gratificante en todos los sentidos. Como profesora de infantil valora las posibilidades de aprendizaje y cooperación que ofrece un proyecto en el que bebés de tres meses comparten un mismo espacio con niños de 3 años, y también las opciones pedagógicas ya que el grupo reducido permite "respetar los ritmos individuales", lo cual, añade, "supone un beneficio enorme para los niños".

La puesta en marcha de una casa nido implica reformas en la casa para que reúna las condiciones de acogimiento. Para este proceso, los beneficiarios reciben una cuantía máxima de 15.000 euros procedente de fondos Feder. La Xunta realiza un aporte anual de 19.600 euros para gastos y sostenimiento del proyecto. "Los inicios no son fáciles", admite Lara, "y no puedes aspirar a hacerte rica con esto, pero trabajo en lo que me gusta, he tenido a mi hija conmigo y puedo seguir viviendo en mi pueblo".