Juan Carlos R. G., con una discapacidad intelectual del 67%, es tímido y reservado, habla con parquedad si no tiene confianza. Su mundo se reducía a la remota aldea de Santoalla, en la que residía con sus padres hasta que una confesión lo cambió todo. El presunto asesino del holandés de Petín fue detenido en diciembre de 2014 tras reconocer en el cuartel de la Guardia Civil que había disparado a Martin Verfondern el 19 de enero de 2010, porque conducía "como un tolo". Pero un par de meses antes, cuando tan siquiera era el sospechoso, una conversación con los agentes hizo que el curso de la investigación, ya centrada claramente en los vecinos, variase. Juan Carlos enseñó el entorno a los guardias y, en una conversación informal, les dijo que había visto cómo el holandés entraba en el pueblo. "Venía como un tolo, pero yo cogí la escopeta e hice 'bum bum'. Me escondí y que me encuentren". Fue el vuelco al caso. Los guardias pasaron de sospechar de Julio -acusado de encubrimiento o coautoría- y otro hermano, a enfocarse también en Juan Carlos. Hasta entonces, "no lo veíamos capaz para acabar con la vida del vecino".

Tras aquella revelación informal -el Supremo no permite valorar las manifestaciones espontáneas como prueba de cargo-, "nos dijo que era secreto, que no se lo contásemos a nadie", testificó ayer uno de los agentes. Según los investigadores, "nos contó: este holandés quiere meterse con nosotros por los pinos y así tocamos a menos dinero", el móvil del crimen que ve el fiscal, además de las fricciones y tensiones entre las dos únicas familias en los últimos años, hasta el punto de que Martin Verfondern, que era "reivindicativo y luchaba por sus derechos", según la impresión de los agentes, instaló cámaras de vigilancia en su casa, solía hacer grabaciones para documentar sus miedos, pensaba en suscribir un seguro de vida y llegó a plasmar, en una carta dirigida al juzgado, en la que detallaba sus problemas de convivencia con la otra familia, que si algo le pasaba serían los vecinos.

La defensa resta valor a la confesión de Juan Carlos, porque sostiene que es fantasioso y tiene una mente de un niño de 7 años. Los guardias que escucharon la confesión extraoficial, aseguraron ayer en el juicio que "razonaba bien las cosas", "respondía y rebatía", proporcionaba "datos concretos", "no se dejaba llevar" y además "sabía dónde estaban los huesos del holandés", algo que su hermano Julio dijo el lunes que nunca le había contado. "No nos planteamos que fuera mentira lo que nos dijo. No tuvo contradicciones y además, afirmó que tenía un socio; cuando le preguntamos quién era, se calló, no quiso decirlo".

El capitán de la unidad central de la Guardia Civil para el Análisis del Comportamiento Delictivo, que asistió al interrogatorio, dice que su estado "es un retraso común al de determinadas personas del rural de España a los que les falta un estímulo social". Según este experto, "se expresaba de manera comprensible y entendía lo que le contaban".

El caso fue resuelto por el equipo de delitos contra las personas de la Policía Judicial de la Guardia Civil. Hicieron 237 entrevistas en un censo de unos 900 habitantes en Petín, pincharon los teléfonos de la familia al concluir que el asesino era alguien de los vecinos -"a Santoalla hay que ir ex profeso, o no se va", subrayó el jefe para delimitar el círculo de posibles sospechosos, tras descartar a cazadores, tractoristas e incluso micólogos-, y, en noviembre de 2014, semanas antes de las detenciones, instalaron un micro oculto en el coche de Julio.

Tras pinchazos sospechosos como el de una llamada en la que la esposa de Julio expresaba a una tercera persona que "mi marido está fuera de punto desde que apareció el cuerpo del holandés, la Guardia Civil consideró reveladora una conversación en el vehículo en la que Julio aleccionaba presuntamente a Juan Carlos para que negara haber disparado si se lo preguntaban.

El sargento que comandaba la investigación fue el primero en declarar ayer. En su opinión, el lugar en el que aparecieron por azar el coche y el cadáver del holandés, que Julio admitió haber ocultado en ese paraje con la intención de proteger a su hermano, era "casi perfecto para que pasaran desapercibidos. Se mimetizaban con la naturaleza". Desmiente al encubridor y asegura que el vehículo y el cuerpo fueron quemados. En el monte de A Veiga, a 18,5 kilómetros de Santoalla por pistas y cortafuegos, se localizó el resto de una hoguera así como latas de cerveza, gafas, discos duros y trozos de ropa de Martin.

Los agentes de criminalística que encontraron los huesos, con el apoyo de un perro adiestrado, localizaron los restos al otro lado del cortafuegos cerca del que estaba el Chevrolet Blazer semicalcinado de Martin. Los especialistas de la Guardia Civil no pudieron determinar la causa del fallecimiento como signos de disparo con la simple observación de los huesos, dado el tiempo transcurrido.

La segunda sesión del juicio ante el jurado se cerró ayer con la declaración de un grupo de cuatro cazadores que solía ir de batida por Santoalla, antes de que fuera un espacio vedado. Entre ellos, uno que también es abogado y declaró que Juan Carlos le apuntó un día en el monte con la escopeta. "Me encañonó en el pecho. Le dije: qué haces y se empezó a reír. Me asusté mucho", afirmó ayer en el estrado, aunque no lo denunciaron. Como recordó también uno de los agentes, en una grabación de Martin publicada por el diario El País, se ve a Juan Carlos con el arma y una amenaza presuntamente premonitoria: "Estás ya gordo para matarte".