Francisco Rego Martínez resalta que los efectos de la entrada de las pestes americanas (oídio, mildiu, philloxera y black-rot) a partir de mediados del siglo XIX "supuso un inmenso trastorno". Como medida de choque, los productores proceden al injerto de las cepas y aplicar diversos tratamientos, durante el período de cultivo. Las guerras también han golpeado fuertemente el viñedo, a lo largo de la historia, hasta situarlo al borde de la desaparición.

Muchos de los viticultores procedieron a arrancar las cepas autóctonas, diezmadas por las pestes, para plantar otras foráneas, más resistentes y con mayor producción, pero inferiores en calidad.

El desplazamiento de la población a las grandes ciudades y otras zonas del Estado "han contribuido a que la viticultura tuviera un horizonte más sombrío". En los años ochenta se inició un movimiento de regreso a lo autóctono, que "está teniendo efectos muy positivos en la actualidad". Pero en estos momentos el sector está bastante afectado por el problema de la sucesión de las explotaciones. En parte, esta situación se corrige con la llegada de gente de otros sectores a la viticultura, con "mucha ilusión por hacer cosas".

Francisco Rego Martínez considera que la gran calidad de los vinos obtenidos, cuando son consecuencia del trabajo, de la constancia, del mimo y del respeto, "debería promover una política de estímulo para fijar población nueva y evitar que esto vaya camino de ser un desierto humano".