En Suiza, un estado de 8 millones de habitantes en el corazón de Europa, un trabajador de supermercado gana unos 2.700 euros al cambio, frente a los 764 del salario mínimo fijado para España en 2016. No hay tornos en el transporte público, que conecta su caprichosa y bella geografía como una madeja, porque "todo el mundo entiende que hay que pagar porque repercute en el bien general, en beneficio de la comunidad". Ese "fiel reflejo de la mentalidad centroeuropea" fue una de las costumbres helvéticas que llamó la atención a Patricia Mencía y Ricardo Vázquez, una pareja de jóvenes gallegos de 33 y 35 años afincados en Zúrich desde 2013.

Ella tiene raíces vascas aunque se crió en A Coruña; él es de San Cristovo de Cea (Ourense) -"echo mucho de menos el pan", subraya- y se formó en la capital herculina. Como muchos de su generación, hicieron la maleta porque Galicia no daba una oportunidad viable pese a su preparación. "Me negué a que se me pasase la vida cobrando 700 euros, en el mejor de los casos, ya que emigré estando en el paro. En la empresa en la que trabajaba sufrí el famoso techo de cristal y en mi caso con una combinación letal: joven, mujer y preparada. Me fui porque me sentí invitada a irme, por decirlo de alguna manera", dice Patricia sobre el detonante que la hizo salir. Ahora trabaja en el departamento de operaciones de un banco. Empezó cubriendo una baja de maternidad y ya es indefinido. Este año optará a una subida de sueldo. "No nos engañemos, aquí no regalan nada, pero a diferencia de España se recompensa el esfuerzo y la valía".

A Ricardo, que como arquitecto ya había completado su formación en Austria con una beca antes de emigrar, además lo empujó el "hastío". "Volví con la ilusión de aportar mi grano de arena a un país al que le debo mi educación y cultura pero acabé perdiendo las ganas en el camino". En su destino suizo, el ourensano trabaja para el departamento de Expansion&Property de la multinacional sueca Ikea, dedicado al desarrollo de proyectos y diseño, así como al de la imagen de marca.

En sus horas laborales están incluidos los tiempos de desplazamiento, otra prueba de la abismal distancia con el mercado español. "Mi horario es muy flexible, tengo que trabajar 40 horas a la semana y tengo libertad para organizarme. Me cuentan cada minuto que me paso viajando como horas de trabajo, de ahí que pueda organizarme incluso para trabajar 4 días por semana. También tenemos la posibilidad de trabajar desde casa, lo hace sobre todo la gente que tiene niños", relata.

Su pareja trabaja de 9 a 18 horas con una de descanso para comer. "Podemos salir antes si tenemos que realizar algún recado y también nos quedamos si hay alguna tarea que no puede esperar al día siguiente", añade Patricia.

Esa flexibilidad de horarios hace más factible conciliar con la destreza en idiomas ("adaptarse a esta parte de Suiza es difícil por el alemán, aunque el inglés es casi lengua oficial en Zúrich, desde el supermercado al registro del ayuntamiento). Suiza tiene una naturaleza única que invita a "actividades al aire libre, como bicicleta, senderismo, esquí, barbacoas en el lago, fiestas de verano en el río..."

La experiencia de Ricardo y Patricia, más de 2 años edificando un porvenir en Suiza, con visitas regulares a casa para ver a familia y amigos, les permite hacer un análisis con conocimiento de causa, así como descartar un regreso salvo un cambio estructural. "España es un país que ha arrinconado al talento, aunque paradójicamente ha gastado miles de millones en formar a esas personas con talento. Suiza es lo contrario". Patricia lamenta que "no hemos aprendido absolutamente nada de esta crisis, nadie ha pagado por los despilfarros y la corrupción". Recuerda "cuando mi novio intentó explicar a un compañero de trabajo sueco el "Caso Bárcenas", tuvo que enseñarle noticias porque no lo podía creer". Ricardo la secunda: "Somos de una generación que se ha ido con cierta amargura y aquellos que hayamos alcanzado las metas tardaremos en olvidar en qué situación hicimos las maletas".