La trama familiar viciada por los celos, el odio y el afán de dinero que acabó a la cuarta, tras tres intentos frustrados, con la vida de Bernardino Pousa Rodríguez llevará ante un jurado popular en los próximos meses a los cuatro presos por el asesinato ideado en el entorno -aunque distanciado- de la víctima y ejecutado con saña por un sicario. La Fiscalía de Ourense ha formalizado acusación contra la exmujer, la hija, su novio y el presunto ejecutor que cobró 6.800 euros por la muerte por encargo. Los cuatro permanecen entre rejas.

El fiscal, tras el que presentarán escritos las dos acusaciones particulares -el hermano de la víctima, por un lado, y el padre de los nietos , por otro- solicita penas individuales de 17 a 23 años de prisión, imputa en distinto grado agravantes de parentesco -a las mujeres-, precio -en todos los casos- y ensañamiento -contra el presunto sicario-, atribuyendo a la exesposa, la hija y al compañero sentimental de esta el papel de inductores en el cruento crimen perpetrado en septiembre de 2011. La petición inferior de pena corresponde a Alberto Vázquez Luis, el joven sospechoso de contactar con el sicario, de transportarlo en coche y de entregarle los pagos. El implicado que tras revelar toda la trama en un primer momento se desdijo a los 7 meses de su estancia en prisión exculpando a su pareja y a su suegra. Ilidio Magalhaes Ribeiro, apodado "El Cobra", adicto a heroína y cocaína, fue el presunto ejecutor. Para él es la pena más alta solicitada. La condena máxima por asesinato contemplada en la ley es de 25 años, muy probablemente el listón que alcancen las dos acusaciones particulares.

Bernardino, un conductor de autobús que atesoraba un amplio patrimonio en inmuebles en Ourense y Vigo, y miles de euros ahorrados tras décadas de trabajo como emigrante y retornado, falleció degollado tras recibir 16 golpes en la cabeza con una barra de hierro. Fue asesinado en la nave de la empresa a su regreso de la última ruta del verano transportando viajeros a la costa pontevedresa.

Su hija, María Ángeles Pousa, y el novio siguieron su último trayecto para asegurarse tras tres intentos de acometer el crimen que no resultaron. La hija guardaba en el armario de su casa el dinero que pagó el asesinato de su padre, según los investigadores de la Policía Judicial. Pero lloró por él en una manifestación convocada por el hermano, Germán Pousa. Desde la cafetería que regenta en Vigo, el pariente afectado tanto por la pérdida de un hermano como por la implicación de una sobrina, transmitió ayer a FARO su anhelo de condenas máximas. "No me gustaría encontrarme con mi sobrina, no sé qué sentiría al verla. Prefiero que esté el mayor tiempo posible entre rejas. La otra (la exmujer) espero que no salga".

Dolores Álvarez Álvarez no acató la decisión de Bernardino de sellar finalmente el divorcio, una ruptura con más consecuencias que la separación de facto desde 2009. Finiquitar el matrimonio por lo legal implicaba que la mujer perdiera los derechos principales en caso de una herencia. "Se le va a acabar la chulería; donde lo voy a mandar nadie lo va a oír", dijo la mujer a una vecina tomando un café dos meses antes del crimen. "Esa no se va a llevar nada de lo que yo sudé en Alemania", añadió. Cuarenta y ocho horas antes de los hechos, el fallecido habló con Dolores para repartir bienes y dinero y sellar de una vez el divorcio. Por eso la mujer presuntamente apuró el plan de acuerdo con su hija.

La exmujer retiró de la cuenta común con el asesinado -bloqueada recientemente por la juez- una remesa de 30.000 euros de la que fue saliendo el pago a plazos -6.800 euros finalmente- para el presunto sicario, con antecedentes por robos y malos tratos. Cobró 1.800 por adelantado y exigió 5.000 más cuando le pidieron que el encargo era urgente.

Apostado a la espera, el asesino aguardó a que Bernardino estacionara en la nave de su empresa en Queizás, a la entrada de Verín. Eran las 22 horas del 11 de septiembre de 2011. El sicario se acercó por detrás cuando el hombre bajaba del autocar, le asestó un primer corte en el cuello con un cuchillo y posteriormente 16 golpes en distintas partes de la cabeza, la cara, el cuello y las extremidades, empleando una barra de hierro. Al terminar, Alberto lo recogió en coche y lo dejó en la caseta de una viña mientras iba a hablar con su pareja, de terraza en un bar. El joven fue al armario del dormitorio y cogió el dinero para pagar. En el lugar del crimen había huellas de Alberto. La relación entre Alberto y Bernardino era odiosa. El chófer defendió en una ocasión a una nueva pareja en lugar de su hija y el novio llegó a las manos. Se vieron las caras en juicio.

Presuntamente, el joven fue el encargado de contactar, informar, reunirse y transportar al ejecutor. Él solo admite haber hecho el encargo para dar "un escarmiento, un susto" al conductor. Le enseñó al "Cobra" una foto de la víctima, le dio el adelanto y cantidades a mayores tras intentos frustrados y chantajes del portugués. Los cuatro implicados cayeron en pocos días de febrero y marzo de 2012