He aceptado la encomienda de evocar unos hechos que vinculan las tierras azules de mar y cielo de Marín con el monasterio de Oseira, que como un barco lleva muchos siglos navegando por los océanos de Dios y de la historia con muy diversa fortuna: navegaciones tranquilas y gloriosas, galernas y naufragios que como en los barcos que llegan al puerto de Marín, se notan en la carne de sus muros y en los silencios de sus espacios.

¿Qué pasó el año 1112 para que nueve siglos después esa fecha suscite interés y la despertemos del olvido como una memoria que merece tiempo e interés?

Pues quizá algo que entonces no pareció excesivamente importante, pero que fue el comienzo de una relación entre Marín y Oseira, que con sus altibajos y sus desencuentros hoy nos parece es hermoso y valioso avivar y agradecer.

El protagonista es Diego Arias, señor de la villa y coto de Marín, que figura en todas las obras que hablen de Oseira, por haber sido él quien cedió a los monjes todas sus propiedades, al tiempo que se hacía monje entre ellos.

El personaje es un tanto original: valiente soldado, gran patriota, fidelísimo servidor de la reina doña Urraca, monje del Císter enigmático y tránsfuga por haberse luego ido, vaya a saberse de verdad por qué, con los caballeros de San Juan.

Recordamos que Oseira aparece documentado como monasterio el año 1137, uniéndose a la reforma benedictina impulsada por San Bernardo tres años más tarde, en 1141, habiendo sido el propio san Bernardo quien acogió a los primeros monjes bajo la dependencia de su monasterio de Claraval.

A Oseira cuyas soledades invitaban a los que buscaban sosiego y calma, llegaron personas de muy diversas calidades atraídos también por el estímulo de los austeros monjes y sin duda, porque como nos sucede hoy a nosotros, sentimos que aquí se cuecen panes de felicidad: entre ellos el abad dom García recibió a un peregrino alemán, San Famiano, que luego siguió camino hacia Roma y falleció en la ciudad de Gallese en el Lacio, y hacia 1150 acudió también deseoso de ser monje, un caballero muy entrado en años, contaba alrededor de setenta que para entonces era muchísima edad. Se llamaba Diego Arias, antiguo capitán de la reina doña Urraca, madre de Alfonso VII, nacido en el hogar noble de los Arias, familia muy vinculada a la corte de Ramón de Borgoña, por haber tomado parte en las principales lides de aquellos tiempos. Educado en milicias y torneos. Hacia los veinte años contrajo matrimonio con Urraca Sabina Díaz, joven adecuada a su nobleza y se adscribió al servicio de la corte. Vamos un chico bien de entonces que tuvo cierta notariedad en el servicio de la Corona, empeñada en continuas empresas bélicas. El año 1112, cansado de los trajines de batallas y galanterías se retiró recibiendo de la reina como agradecimiento el Coto de Marín. "Por los buenos servicios prestados a la Corona" dicen los historiadores. Hace 900 años decir "Marín", como un lugar que aparece tímidamente por primera vez en la documentación, es decir Marín entra por el camino de los pergaminos en la Historia.

Marín es buena tierra para vivir, para retirarse de los afanes bélicos y serenarse mirando al mar y dejando que de algún modo el mar se le meta a uno dentro como camino de eternidades. Allí transcurrió la mayor parte de su vida suponemos que serena y sabía hasta que fallecida su esposa Sabina y al quedarse solo en el mundo, los paisajes felices se llenan de nostalgias y de ese dolor sordo que dejan las ausencias y quizá es medicina cambiar y Don Diego puso la mirada en Oseira, caben todas las hipótesis porque la documentación guarda silencio sobre por qué Oseira y no otro monasterio, quizá porque alejado del mar aquietaba sus recuerdos. Se entrevista con el abad García que debió quedar convencido de que el postulante llegaba con sincera voluntad y que Dios andaba detrás de aquella determinación. Aunque el candidato viniese cargado de años y de decepciones pero también con propiedades y prestigio que nunca vienen mal para facilitar el vivir cotidiano de la comunidad y sus obligaciones de crecimiento y de caridad.

Así libremente, cumpliendo las costumbres y los plazos Diego Arias profesa como monje en la consolidada y atractiva orden del Cister profesión que conllevaba la renuncia a toda posesión y es por ello por lo que renuncia a sus bienes materiales a favor del monasterio que le acogía. Para que la cesión de bienes revistiera valor jurídico, y dado que el abad era apreciado por el rey Alfonso VII, juzgó prudente Dom García que informado el monarca, de algún modo diera seguridad a una donación que probablemente se veía podría ser discutida o apetecida por otras instancias. De este modo y desde entonces los monjes de Oseira empezaron a ser dueños absolutos del coto de Marín y demás posesiones. Y no fue inútil esta prevención para los intereses de Oseira porque a los pocos meses de profesar, los fervores de fray Diego en el noviciado se fueron eclipsando; se le hacía muy cuesta arriba aquella vida de austeridad, excesivo retiro y continuos rezos en un latín ya ininteligible para él y quizá otras causas quizá menores que complican las decisiones pensando entonces en un cambio. La orden de los caballeros de San Juan le debió parecer más adecuada y más llevadera, el perfil militar de la misma de algún modo formaba parte de su historia y sin cumplir ningún requisito canónico, ni obtener dispensa alguna abandonó Oseira, Se trataba de una verdadera apostasía que llevaba consigo graves penas canónicas.

Los Sanjuanistas no le hicieron ascos al pretendiente, no tuvieron escrúpulos sobre su procedencia y edad, quizá los territorios felices y prósperos en tierras do Morrazo que suponían traía con él allanaron las posibles dificultades. Desde Oseira se le hacía ver la improcedencia y gravedad de su marcha y no siendo eficaces los ruegos afectuosos se acudió a la sanción del Papa Adriano IV, que despachó letras apostólicas ordenando que volviera a su puesto de Oseira dejando a un lado toda dilación o excusa. La inobediencia al papa le abocaba a la excomunión, que suponía en aquel contexto una situación de extrema gravedad y de consecuencias penosas. En este momento sucede el fallecimiento de fray Diego. La muerte una vez más cambia las cosas y relativiza los acontecimientos. El Padre Peralta, que refiere el desarrollo completo de los hechos, de modo interesado como historiador de Oseira cree que esta muerte fue como castigo por su conducta, y más que nada el final llegó por su ya avanzada edad y aunque envuelto en contradicciones por su conducta, es posible no fuera del todo consciente de la gravedad de lo que había hecho y desde luego nosotros tenemos la certeza de que Dios misericordioso le habrá regalado gozos permanentes.

La historia continúa con páginas engorrosas de avaricias y desencuentros entre los Sanjuanistas y Oseira por las propiedades de Fray Diego, que el monasterio poseía legítimamente. Los pleitos se alargarán hasta 1174 pero Oseira podía certificar que era el propio rey Alfonso VII quien en 1151 había donado o confirmado la donación de Marín a Oseira "sita en tierra de Morrazo, que S.M. había dado a Diego Arias y a su mujer, y se la dio y concedió al Monasterio y Abad con todos sus términos, pertenencias y derechuras por donde quiera que se pudiesen hallar", y pocos días después completaba la gracia eximiendo de portazgo en todo el reino las mercancías y las cosas del monasterio de Oseira, con lo cual desde la costa llegarían al cenobio con ciertas facilidades pescados y otros bienes.

Y con estos principios comenzó una presencia de Oseira en Marín, conformando una "granja" y priorato con residencia permanente de monjes que administraban pesquerías y cobraban diezmos y rentas, que dulcificaron también los paisajes y la vida, que en torno a la ermita de Nuestra Señora de la Guía regalaron las dulzuras de la espiritualidad de San Bernardo y una comprobable buena relación con las gentes y la tierra que duró hasta la desamortización cuando otros intereses injustos y mal aprovechados cambiaron no para mejor el usufructo de aquel territorio.

Cuando pasa el tiempo nos gustaría hacer balance de lo que debemos agradecer o lamentar del pasado.

No suponemos ingenuamente que todo haya sido feliz, pero tampoco sectariamente nos ponemos unas gafas negras para verlo todo negro.

La historia que se documenta no suele ser ni toda la historia, ni la que de verdad fue vida cotidiana y esperanza o llanto habitual.

Cercanía y gozo entre Oseira y Marín, caminos que trajeron y llevaron personas y cosas, entre otras parece razonable y así lo hizo el llorado profesor Santamarina en sus estudios etnográficos sobre el pulpo y su cultura, que es gozoso capítulo de convivencia y de sabores, que ese pulpo que en el territorio de Oseira se hizo y sigue siendo referente tiene que ver con esta relación. Cuando las pulpeiras de Santa María de Arcos en O Carballiño ejercen su magisterio de cocer con sabiduría el pulpo hasta saben que aquí llegó, y la documentación certifica, como consecuencia de que las gentes del mar pagaban a los monjes cistercienses de Oseira con pulpo seco que consumía la propia comunidad y los criados y aparceros que trabajaban las tierras monásticas. Era un pescado pobre, diríamos felizmente pobre pero bien tratado alcanza suculencias antológicas. Pulpo de Marín para las abstinencias permanentes de la regla cisterciense y para el hambre cotidiana de gentes de interior.