Este tipo de prácticas fueron denunciadas una y mil veces por los grupos de la oposición, sin que le pasaran la más mínima factura política ni electoral. Todo lo contrario, le sirvieron para encumbrarse todavía más en un pedestal, a medida que sumaba más y más votos en el granero de la Diputación. Por eso se jactaba de que había cosechado victorias electorales durante dos décadas, todas ellas incontestables.

Las luces del último virrey de Ourense, que quiso perpetuar su dinastía pergeñando un plan casi perfecto para que su hijo, Manuel Baltar, le tomara el relevo en la presidencia del Pazo Provincial, son su empatía, su capacidad de trabajo y el don de gentes que posee, que lo convierten en un ser entrañable, siempre sensible a las necesidades de la gente que lo rodea. Por eso lo apodaron con el sobrenombre del "Sí, sí, sí", aunque a veces no pudiera cumplir las promesas.

Tiene a su favor, que se forjó a sí mismo, en el seno de una familia "muy humilde" de Esgos. Fue el primero de cinco hijos, el único varón, en una casa en la que había que estirar el sueldo de su padre, que era cartero rural. El propio Baltar reconoce que pasó hambre en los años cuarenta, durante su infancia. Inició los estudios en Esgos y luego recibió clases de un cantero, llamado Sergio Murias. Se examinó de ingreso en el Instituto do Posío, logrando matrícula de honor. Tras cursar primero, tuvo que abandonar el centro porque su padre no le podía pagar la estancia en Ourense. Y regresó a la escuela de su pueblo con los pequeños. Antes de asistir a clases, tenía que llevar las vacas a pastar y mataba los escarabajos de las patatas, aplastándolos con las manos, por falta de dinero para comprar ZZ.

Un día apareció por Esgos el padre Peiteado, buscando vocaciones para los Salesianos, y Baltar se marchó para el centro de Cambados, de donde pasó a Arévalo. Abandonó en tercero, porque su padre había ingresado en el Sanatorio de Piñor muy grave, a causa de una tuberculosis que había contraído en la Guerra Civil. El director de Correos autorizó que pudiera sustituir a su progenitor como cartero rural, a los 14 años, para sustentar a la familia. También fue revisor de autobús, a cambio de poderse desplazar de forma gratuita en sus viajes, y repartidor de gaseosas, que consiguió ganar una sólida clientela porque "no cobraba los cascos". Más tarde pudo retomar el bachiller y realizó los tres cursos de magisterio en un solo año, dejando para septiembre solo "las marías": dibujo y caligrafía, que no había preparado.

Políticamente a Baltar le crecieron los dientes al lado de Eulogio Gómez Franqueira, después de formar parte de corporaciones municipales predemocráticas. Escaló puestos, hasta convertirse en portavoz del grupo de gobierno de la Diputación con Víctorino Núñez, al que le acabó robando la cartera política, con el apoyo de los alcaldes, como el expresidente del Parlamento gallego le había hecho antes al fundador de Coalición Galega y creador de Coren, mediante la escisión del partido para crear Centristas de Galicia.

Baltar acabó conduciendo a Victorino Núñez al dique seco, junto a su más directo rival, Tomás Pérez Vidal, con el beneplácito de Manuel Fraga. El acuerdo se tomó en un chalet de San Vicente do Mar, en el transcurso de una reunión celebrada entre José Cuiña, Francisco Cacharro y el propio Baltar, para descabalgarlos políticamente, con el pretexto de "poner paz en el partido". Baltar se convirtió en la argamasa que propició la fusión de Centristas de Ourense con el PP. De esa forma, quedó como único interlocutor del partido en la provincia.

Baltar empezó a cimentar su poderío cuando Victorino Núñez le confió la tarea de actuar como interlocutor con los alcaldes. Fue tan eficaz, que el Pazo Provincial se convirtió en una romería. Esa es la razón por la que el entonces presidente le llegó a amonestar, llamándole "trapalleiro".

Pero lejos de abandonar esas prácticas, las convirtió en su libro de estilo. Votos a cambio de favores, sobre todo puestos de trabajo a cargo del erario público. Convirtió a la Diputación en la máquina perfecta para ganar elecciones. Y troqueló la virtud de la receptividad en un defecto, al utilizarla de una forma perversa para perpetuarse en el poder como "cacique bueno".

Durante años utilizó como moneda de cambio los puestos de trabajo en la Diputación, el Hospital Santa María Nai -antes de la transferencia al Sergas- el Inorde, las brigadas de obras, las fincas de la institución, el Pazo Paco Paz, el Teatro Principal y el Centro Cultural Marcos Valcárcel, donde "llegó a colocar a 33 porteros para atender un edificio que solo tiene dos puertas", denunciaba el socialista Alfredo García.

Convirtió al alcalde de Os Blancos, José Antonio Rodríguez Ferreiro, en uno de sus acólitos, que se declaraba "seguidor de Dios, la Virgen y de Baltar", por lo que le dedicó un busto de piedra, que finalmente se retiró cuando el regidor tuvo que entrar en prisión por malversación de fondos públicos.

El capítulo de sombras está jalonado por la trama de nepotismo que acuñó, puesto en evidencia cuando FARO DE VIGO publicó en exclusiva en el año 1998 que los hijos de los alcaldes de San Cibrán de Viñas, Monterrei, la hija del exalcalde de Ourense López Iglesias y el hijo del entonces presidente de la Diputación de Lugo, Cacharro Pardo, copaban las mejores notas en unas pruebas de la Diputación. Pero Baltar no rectificó, y se terminaron consolidando todos los puertos, menos el de Cacharro Gosende, que en la actualidad es el secretario de la institución.