Fraga (Huesca), once de la mañana del 10 de junio de 1644. La capital de la comarca del Bajo Cinca, disfruta del buen clima mediterráneo-continental que es habitual en estas fechas. Por las cuentas de gastos de la furriera de Felipe IV, sabemos que es la tercera vez en la que el rey se desplaza a las jornadas bélicas de Aragón y Cataluña. Había salido desde Madrid, en plena campaña, el 15 de octubre de 1644, y establecerá su cuartel general en Fraga durante los meses de mayo, junio y julio. Formaban parte del séquito del monarca, entre otros, Velázquez, en su calidad de ayuda de cámara honorario, tres miembros del taller del pintor y los enanos de la corte don Diego de Acedo "El Primo" y don Sebastián de Morra. Las circunstancias no son las ideales para que el pintor ejerza su arte, pero su vocación le puede a su cargo cortesano. Tanto es así que en las citadas cuentas figura cómo el rey mandó arreglar la casa de Velázquez "porque estaba sin puerta y se puso una, y sin ventana y hubo de hacerse". También consta que el carpintero Pedro Colomo preparó un caballo para apoyar el lienzo por el que se le pagaron seis reales. A pesar de las difíciles condiciones, Velázquez concluyó el retrato de Felipe IV en Fraga, en presencia del propio rey, en solo tres días, consiguiendo una impresionante imagen. El monarca aparece representado con traje militar rojo, con banda bordada en oro; casaca entreabierta con falsas mangas vencidas, que deja ver jubón de cuero y cuello blanco de fino encaje de Flandes. El rey tiene la tez más tersa, el rostro animado y se muestra más vigoroso que en retratos anteriores. Está expresando el buen momento que atraviesa, ya alejado del conde-duque de Olivares y guiado con inteligencia y firmeza por Sor Ana María Jesús de Ágreda, su confidente y consejera, convertida en un verdadero valido político. El monarca cree en el milagro de la ubicuidad de la monja -estar donde no se puede estar porque se está en otro sitio- y está dispuesto a ver las cosas a través de la asesoría de María de Ágreda, como manifestación directa del discurrir de Dios y viva expresión de su opinión y juicio. Al impulso de la monja se une el haber llevado a buen término la liberación de Lérida de la ocupación francesa. Sin embargo, esta mañana, no todos están de buen humor. Acabado el cuadro real, Velázquez se dispone a pintar de nuevo a Sebastián de Morra. Ya lo había hecho ocho años antes en 1636 -cuando el enano servía al cardenal-infante don Fernando en Flandes-. Lo plasmó en un cuadro conocido como Lección de equitación del príncipe Baltasar Carlos (colección Duque de Wenstmister, Londres) en el que Morra, más joven, aparece en un extremo, sin rasgos precisos y al trasero del caballo. Ahora quiere darle protagonismo y hacerlo de cuerpo entero, como corresponde a la realeza y a los nobles, dada la consideración y ascendencia del enano que es tratado de don, tiene criado y ha heredado del propio príncipe Baltasar-Carlos. Sin embargo, el enano se opone encolerizado a esta pretensión y quiere que el formato sea de media figura o de tres cuartos para que se disimule su corta estatura. A voz en grito, exige más que pide, cómo ha de ser el diseño de su retrato. Velázquez, que es un maravilloso retratista, dice que quiere reflejarlo como es, sin quitar ni poner nada. Don Sebastián le replica: "Un pintor que no varía nada según los gustos de retratado se queda solo y en la miseria completa". Juan Pareja -esclavo negro y ayudante del maestro, con gran habilidad para los retratos- trata de convencerlo: "Lo que no haga su imagen lo conseguirá el hábito propio de príncipe". Y es que el enano se ha vestido con coleto y calzones verdes de paño, pero cubiertos con ropa principesca, grana y oro y de cuello y puños de encaje, de los que estaban prohibidos, incluso a los nobles, dada su carestía. Para poder ataviarse de este modo rogó al rey le eximiese de las pragmáticas contra el lujo. El también presente en la escena, Juan Bautista del Martínez del Mazo -yerno y principal ayudante de Velázquez-, mientras recordaba El lindo don Diego de Juan Ruíz de Alarcón aseveró: "Morra, pareces un lindo pisaverde, es más, con tales colores, tan repeinado y con tanta colonia, semejas un jarrón florido". Tal afirmación sulfuró aún más al colérico enano que comenzó a insultar y amenazar a cuantos le rodeaban. Ante la enojosa situación, medió el propio Velázquez, enseñándole los bocetos del cuadro, asegurándole a don Sebastián que lo representaría con toda dignidad y convenciéndole de que posase. Lo consigue sin gran esfuerzo al referirse a la posterior inmortalidad de la pintura, y empieza el óleo. Le manda sentarse en el suelo y con las piernas al frente, con lo que la suela de los zapatos ocupa un destacado primer plano, lo que disimula la cortedad y el arqueamiento de los miembros inferiores, que predomina en los muslos, y la pequeñez de sus pies. Después le indica que apoye las manos en los muslos y cierre las manos hacia dentro, con lo que parecen muñones, si bien vela la cortedad de dedos. Lo sitúa de manera que la luz entra por la izquierda, con lo que la figura resalta sobre el fondo oscuro e ilumina con fuerza el rostro y las manos. A medida que el enano ve como avanza el trabajo se encuentra satisfecho. Velázquez actúa con soltura y seguridad, usa poca pasta y pincelada gruesa y deshecha, sin apenas rectificaciones, con tonalidades ricas y variadas, basadas en el rojo y el verde de las vestiduras y en los matices grises y marrones verdosos del espacio abstracto que sirve de fondo. El retrato resulta similar al modelo. Pareja recuerda que cuando el maestro lo utiliza como modelo "para soltar su mano ociosa", los espectadores no saben cuál es el original y cuál es el cuadro. En el cuadro de Morra se refleja su cabeza grande en relación a la cara, pero proporcionada al tronco; el cabello frondoso; la frente prominente con los rebordes orbitarios marcados; la base de la nariz y la región media de la cara poco desarrolladas; las orejas prominentes; el evidente prognatismo, disimulado por un bigote y barba espesas; el tronco ancho y plano, y el abdomen globuloso. A los dos días ha terminado el retrato y la sensación es la de un cuerpo que está solo para mantener la cabeza. Es el retratado el que mira a los que le observan con admiración, entre los que está el propio Felipe IV. Su rostro es muy humano; eso sí, de rasgos duros y mirada grave suspicaz e introvertida, que expresa inteligencia y energía. Años más tarde, especialistas como Camón y Gómez interpretarían que la cara del enano revela reserva, pesimismo y tristeza e incluso creen podría estar enfermo cuando posó para Velázquez. El óleo, junto con el de otro enano (el de "El Primo", ya comentado en un artículo de esta sección), fue destinado a la galería del Cierzo del Alcázar Real; después aparecería, en 1772, en el cuarto del infante don Javier del Palacio Nuevo. Desde 1819 figura en el catálogo del Museo del Prado, como Enano sentado en el suelo. Su identificación como Sebastián de Morra fue realizada por Pedro de Madrazo, en el catálogo de 1872.

El conjunto de rasgos dismórficos que fielmente recoge Velázquez en el retrato de don Sebastián de Morra, evidencian que padecía acondroplasia. Otros autores, como Bausa, Castillo, Gómez o Moragas, coinciden en el diagnóstico del tipo de enanismo. La acondroplasia es el prototipo de enfermedad ósea constitucional y también la más frecuente (1:26000, si bien actualmente disminuye por las exclaustraciones fetales provocadas). Todos los pacientes presentan mutación en el codón 380 del gen FGFR3 que conduce a una inhibición del crecimiento óseo lineal. La enfermedad es autosómica dominante, en que un factor contribuyente es la edad paterna avanzada, pero la mayoría surge de una mutación nueva a partir de unos padres sanos. Si padre y madre padecen acondroplasia, las parejas tienen un riesgo del 50% de transmitir su enfermedad a cada uno de sus descendientes y un riesgo del 25% de transmitir la forma llamada homocigota, que es grave y suele ser mortal en el período neonatal. Su estatura final es siempre baja: la altura media en los varones es de 131±5,6 cm y en las mujeres 124±5,9 cm. Como ya expusimos en esta sección, al hablar de otro hipocrecimiento idéntico (un enano gladiador de Domiciano, en Faro de Vigo del 12.02.2012), el único procedimiento para aumentar la talla es la elongación mediante tratamiento quirúrgico, en el que se realizan osteotomías (fracturas provocadas por el cirujano) en los huesos largos de brazos y piernas, y se colocan distractores progresivos (separadores de los extremos fracturados), con lo que se provoca la formación de tejido óseo redundante (callo óseo) en el que influyen favorablemente los factores de crecimiento. De esta técnica fue pionero un español, el doctor Vilarrubias, en el año 1986 y ha tenido réplica en los principales centros de cirugía ortopédica mundial, si bien ha de ejecutarse en centros especializados, multidisciplinarios y con mucha experiencia.

Con el adecuado tratamiento quirúrgico la estatura se acercará a la normalidad. Debe quedar muy claro que los niños con acondroplasia no son bufones, ni seres mágicos, ni enanitos encantadores; son niños normales que van al colegio, sacan las misma notas que los demás y les gusta presumir y jugar como a todos. Nuestra obligación es prepararlos para que, una vez adultos, cuenten con la formación y disposición necesarias para vivir y competir como todos. Don Sebastián de Morra, ya en el siglo XVII, fue un ejemplo de superación al conseguir pasar de bufón flamenco a caballero español.