Se ha afirmado que percibimos un libro a través todos los sentidos. El primero es de la visión, que nos permite descubrir su aspecto exterior, la encuadernación, ornamentación que nos orienta sobre su estilo y época, y al tiempo nos predispone o no a su adquisición y lectura. A continuación, cuando abrimos el ejemplar, son los ojos lo que continúan advirtiendo la portada, el tipo de letra, los caracteres tipográficos, los márgenes, las láminas, los grabados… Estas primeras impresiones pronto se mezclan con las percibidas por el tacto, que nos desvelan la calidad del pergamino, de la piel, de la tela o del papel –es el momento en que el bibliófilo aprecia la suavidad del cordobán, el grano fino del chagrín, el grano largo del marroquín, la rugosidad de la seda china o la suavidad del terciopelo–. A la vez se suman las sensaciones del olfato, que advierten los aromas de los distintos componentes del libro: cueros, papel, tinta o colas y, si acercamos la nariz, el olor de solera del libro antiguo o incluso del antiguo propietario, de lo que degustó durante su lectura o incluso, más allá, destellos de su higiene. Asimismo interviene el oído, captando los distintos sonidos que producen las diferentes tapas o el variable murmullo de las diversas hojas al deslizarse entre nuestros dedos. Y para algunos la cosa no quedaría ahí, finalmente intervendría la degustación de cada una de las partes del libro, reconocimiento palatal practicado en el The Book-eater´s Club, o sea, el Club de los Comedores de Libros, recreado por Ordaz en Las confesiones de un bibliofágo, que espero y deseo no pase de ser una fantasía de la mente del escritor, si bien a lo largo de mi vida me he encontrado algún que otro bibliomaníaco y bastantes cleptómanos de libros, asunto apasionante del que no dejaré de hablarles en otra ocasión.

Las primeras formas de lo que pudiera considerarse en algún modo como encuadernación fueron desarrolladas por griegos y egipcios varios siglos antes de la era cristiana. Los griegos realizaron unos envoltorios de piel para cubrir los rollos de papiro o pergamino. Los egipcios, en lugar del habitual rollo, doblaron las hojas por la mitad, recortaron los extremos para que todas fueran del mismo tamaño y las unieron mediante un cosido. Al conjunto se le denomino "códex" y fue el antecedente del libro. Sin embargo, no es hasta los primeros siglos de nuestra era cuando se inicia desarrollo del libro y la técnica de encuadernación en el seno de los monasterios. Las tapas eran en su origen dípticos –plegado en dos– de marfil, boj y otros materiales sólidos, como metal o vidrio. En algunas ocasiones encuadernaban un grueso cuaderno recubierto de piel y otras, trabajaban con varios cuadernillos cosidos con una aguja. Esta técnica se desarrolló mucho en la Europa carolingia, hasta que fue sustituida por el telar entre los siglos X y XII. El apogeo de la encuadernación, en España, se inicia en el siglo XIII, en el que se logró la perfección material y la belleza de los libros. En el siglo XIV a lo bello se une a lo rico y suntuoso. Llegado el siglo XV se conjuga con la gran diversidad de encuadernaciones. Ya en el siglo XVI, las artes del libro sufren la influencia de Roma y Venecia; sin embargo, las innovaciones aldinas (de Aldo Manuzio) tardaron en ser incorporadas, y hasta bien entrado el siglo XVII, no se adoptó la técnica de arquillos en el dorado y hierros de combinación.

Existen diversos tipos de encuadernación que van desde la más simple cubierta sólo con papel, realizada mecánicamente, hasta la más elaborada, hecha de forma manual, con finas pieles u otros materiales y decorada con dorados u otros elementos, hasta constituir una verdadera obra de arte. Entre los diversos materiales empleados no quiero silenciar la encuadernación con piel humana. Existen ejemplares de esta macabra cubierta, pero son menos de los que se dicen. Creo haber tenido uno en mis manos, pero he querido olvidar su título y su propietario. La encuadernación, como oficio y arte, ha evolucionado mucho y ha ido adaptándose a los tiempos introduciendo materiales y técnicas que antes no le eran propias –pictóricas, de impresión, de estampación, etc.–, al tiempo que se han incorporado máquinas que facilitan, pero que en ningún modo sustituyen, lo que ejecuta con sus manos el maestro encuadernador.

Antes de encargar una encuadernación nueva, por bella que sea, debemos de reflexionar si es necesaria. "Nada hay más valioso para un libro –escribió d´Eylac– que su vestimenta de origen […] Antes de cambiarla hay que asegurarse no una vez, sino diez, que toda medida de preservación o restauración es imposible…" Establecida la exigencia, hay que decidirse por un material, una estructura y un color. En la determinación debería establecerse un dialogo previo entre el propietario del libro y el encuadernador, con concesiones por ambas partes, dado que por un lado está el gusto y conocimiento del cliente y por otro la suficiencia, experiencia y capacidad artística del encuadernador. Para una buena encuadernación se necesita calidad y diversidad en los materiales, medios adecuados y un encuadernador capacitado. Establecidas las generalidades expuestas en el artículo anterior y esta introducción, necesitaba un ejemplo que aunase estos requerimientos y si fuese posible que partiese de nuestro medio. Todo ello lo reúne un ourensano en ejercicio, Francisco Araújo Nogueira que, empleando gran diversidad de materiales, combina los procedimientos tradicionales con los avances tecnológicos y las técnicas más punteras. Yo supe de Araújo por el canónigo archivero de la catedral ourensana, y a la vez bibliófilo, don Miguel Ángel González, que me habló no solamente de sus buenos revestimientos originales, sino también de su sentido de la responsabilidad, al no acometer trabajos para los que no estaba preparado. Desde entonces le encomendé varias tareas que me complacieron sumamente, y pude además percibir que era un buen sabedor de su oficio, pues interpretaba perfectamente los encargos y los ejecutaba con suficiente perfección como para codearse con alguno de los maestros que había tenido la oportunidad de conocer. Antes de escribir este artículo me propuse visitarlo. Sin ningún tipo de prevención aceptó recibirme. Ya había entrado varias veces a su establecimiento al público –Cisne– en un bajo de la avenida de Zamora, para dejarle mis trabajos, pero nunca había llegado a su taller. A la hora acordada, me acogió con cortesía y amabilidad y me condujo a través de una angosta escalera a la primera planta, que parecía anunciar estrecheces pero, para mi sorpresa, me encontré con amplísimo obrador, dotado a un tiempo de todos los aparejos tradicionales y de todos los avances especializados actuales, que lo convierten, según mi información, en uno de los mejor dotados de nuestra comunidad. Araújo es todavía un hombre joven de 54 años, que trabaja en encuadernación desde hace 25 años. Efectuó su formación básica en Encuadernaciones Tórculo de Santiago de Compostela y en cursos regulares en el Taller Cizalla de Madrid. Habla con mucha modestia, pero no oculta nada y sabe que domina todas las técnicas y modalidades de su oficio-arte. Muestra sus preferencias por la encuadernación clásica, pero practica la decoración modernista y cualquier variante tradicional o actual, como el uso del metacrilato. Tampoco duda en instaurar metodologías de su propio cuño para poder solucionar encuadernaciones tan prolijas como puede ser un catálogo de espejos. Para estar al día, cada año realiza varios cursos en la Asociación Galega de Encadernación de Arte, a la cual pertenece. No es de los que rechaza encargos, acepta cualquier reto si está dentro de sus posibilidades, que son muchas, aunque muestra su preferencia por la encuadernación en piel, las diferentes formas de dorado y la restauración de libros antiguos. Es un profesional acreditado –pero diría que no lo suficientemente conocido, dado que sé de varios bibliófilos que realizan sus encargos fuera de Ourense–. Su trabajo fue incluido en el Catálogo de Artesans Galicia (Xunta de Galicia, 2003). Se precia de haber encuadernado el libro que el Instituto Otero Pedrayo entregó a la Infanta Elena en el 1999 o de la realización de los libros y carpetas que aparecen en la película Los girasoles ciegos, rodada por Cuerda, en Ourense, durante el 2007. Su obra especial más reciente es el Libro de Cantos de la toma de posesión de don Leonardo Lemos Montanet, el nuevo obispo de Ourense.

Es una suerte contar en Ourense con buenos profesionales de la encuadernación. En este artículo y el anterior, he traído dos ejemplos, aunque no son los únicos. Espero que mis letras sirvan como homenaje a los encuadernadores ourensanos que, con la sobresaliente calidad de sus obras, han alcanzado un puesto de honor en este arte nobilísimo.