Resulta impresionante el número y la variedad de ilustradores y dibujantes españoles, algunos geniales, que existieron a finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Se trata del tiempo en el que no hay periódico, ni revista, ni colección de novelas cortas o teatro, que no recoja sus dibujos, chistes o caricaturas. Resultaba obligado que cualquier publicación incluyese ilustraciones en la portada o en sus páginas interiores. Son buenos ejemplos Blanco y Negro, La Esfera, La Estampa o Papitu. Las generaciones posteriores los hemos conocido a través de exposiciones antológicas y/o catálogos de las conmemoraciones de sus centenarios, o por las reediciones de sus obras. Entre ellos, es justo citar a los gallegos Castelao y Souto. Otros, con una obra más limitada o menos divulgada, han pasado al anonimato y son solamente recordados por especialistas del género, por los que fueron sus amigos o por su familia. Entre ellos, hoy quiero recuperar a Rafael Torres Carranque, dada su especial vinculación con Ourense, donde estuvo repetidamente entre los años 70 y 90 por razones de índole familiar. De hecho, ya les adelanté que, con mis recuerdos a hombros y a través de estos artículos, tengo ganas de contarles cosas que apenas se saben y son interesantes, y hablarles de personas que hoy casi no se conocen y es necesario redescubrir. Sé además que traer a Rafael Torres a mi página de Faro de Vigo, será un agradable y sugestivo hallazgo para muchos de ustedes, y un feliz recuerdo para los que lo trataron.

Rafael Torres Carranque nació en A Coruña, el año 1899, de ilustre familia entroncada con los Ovando y con los del solar de Tejada, y falleció en Santiago de Compostela, en el año 1990. Estaba casado con Felisa Bescansa Martínez (hija del prestigioso farmacéutico compostelano, Ricardo Bescansa, fundador y promotor de los laboratorios que llevan su nombre y alguno de cuyos específicos todavía se dispensan). Con ella tuvo siete hijos, 26 nietos y 31 biznietos. Durante su infancia recibió una educación refinada, con una fuerte influencia inglesa debida a familiares de su madre, lo que le convirtió en un perfecto caballero, reflejado en su porte, en sus modales, en su respetuosidad y hasta en su forma de vestir. Era un hombre con gran cultura humanística y un buen conversador. Cultivó el género epistolar, con una caligrafía cuidada, y de fácil y agradable lectura. Su formación básica incluyó clases de pintura y dibujo, que despertarían una afición por esta actividad que le habría de durar toda la vida. En lo profesional, se graduó como profesor intendente mercantil (lo que hoy equivaldría a estudios empresariales), y trabajó primero en la empresa privada y después en las delegaciones de Aviación y Comercio en Santiago y Madrid. Durante su vida profesional activa, sobre los años 50 y 60, aportó algunas ideas originales e innovadoras para su tiempo, llegando incluso a suscitar alguna controversia de la que entonces se hizo eco la prensa. Entre ellas, destacó la propuesta de una red de pequeños helipuertos en puntos estratégicos que permitiría desplazamientos urgentes o que por su singularidad requiriesen la vía aérea, evitando así la proliferación de aeropuertos que por su tamaño, exigencia de servicios y coste, hoy vemos cómo se hacen insostenibles.

Durante su estancia en Madrid frecuentó las tertulias literario-artísticas más interesantes del momento, lo que acentuó sin duda su vocación por el dibujo. Sin embargo, su trabajo profesional y las exigencias para sostener a una extensa familia, le impidieron dedicarse con mayor intensidad a la ilustración y el dibujo, sin que esto le impidiese desarrollar una obra bastante amplia que nunca se propuso vender y regaló a familiares y amigos. Esperemos que algún día pueda ser catalogada y dada a conocer de forma más general. Al no desenvolver esta actividad de modo preferencial, no llegó a participar en exposiciones individuales ni colectivas, con la excepción de una de carácter antológico, que a forma de homenaje, se inauguró en Santiago de Compostela, el 12 de mayo de 1984.

En la adolescencia y primera juventud, ejecutó óleos sobre tela –que conserva su esposa–, cuyos temas son esencialmente flores y bodegones, de corte academicista, posiblemente muy influenciados por el que había sido su maestro. Pero muy pronto pasó a utilizar el dibujo con plumilla y tinta negra sobre papel o cartón fino, realizado con muchas variaciones tonales mediante el trazado simple o a partir de la ejecución con aguada. En otros dibujos recurrió a las tintas de color o los ejecutó en negros, coloreándolos después mediante la simple aguada o la acuarela, utilizando el estilógrafo o el pincel. En algunos de sus dibujos no terminados, es posible advertir que los abocetaba previamente a lápiz.

Hay dos etapas en su vida como ilustrador y dibujante. Una primera en que se alinea claramente con los llamados dibujantes de la edad de plata de la ilustración española, quienes se convirtieron en verdaderos cronistas de la sociedad y costumbres de su tiempo. Así pues, sus primeros dibujos, al igual que los de sus contemporáneos, reflejan el cambio a la modernidad y la libertad. Es el momento en que los dibujantes abandonan las antiguas ilustraciones propias de finales del XIX, con mujeres muy barrocas, de senos y caderas espléndidas, que se tocaban con peinados sofisticados, usaban polisón y lucían deslumbrantes joyas, y se pasan en el siglo XX a las ilustraciones Art Déco que reflejan damas estilizadas, naturales y sensibles, con pelo corto o trenza , sombrerito "cloche" y talle bajo, como las mujeres de Penagos, sin olvidar a Bladrich, Serny, Ribas, Bosch, Camps y tantos otros. En este mismo periodo practicó el humor gráfico, ilustrando algunos libros de pequeña tirada, en ocasiones de carácter satírico, en los que reforzaba con sus dibujos los conceptos vertidos en el texto. Son dibujos más sencillos, caricaturescos, que recogen los usos y costumbres de la sociedad española de la época, al tiempo que ridiculizan ciertos estereotipos de la moda anterior, recordándonos a los de Xaudaró, Sileno o Sirio. En una segunda etapa, evolucionó al dibujo realista y descriptivo con el que ejecutó los múltiples cuadros de paisajes y monumentos de toda Galicia, y particularmente de Santiago. Habitualmente los realizaba directamente del natural, pero también se apoyaba en fotografías. Es en esta etapa cuando colaboró como ilustrador gráfico en ABC acompañando con sus estampas en color –que eran las más cotizadas– artículos que hacían referencia a nuestro país. Es particularmente reseñable la calidad de los que plasmó para el Año Santo en 1965. Con sus numerosos dibujos contribuyó a divulgar la riqueza y el patrimonio de nuestra tierra, al tiempo que son un excelente testimonio de cómo era cada uno de esos paisajes y monumentos en el momento en que fueron terminados.

Durante sus frecuentes visitas a Ourense reflejó, en muchas de sus obras, rincones y monumentos singulares y entrañables de nuestra ciudad. Particularmente recogió de forma repetida estampas de nuestra catedral y de su entorno. Fue de alguna forma como un guiño a la posteridad, para poder estar presente en el reciente matrimonio de una de sus nietas más pequeñas, al figurar en la portada del librillo de liturgia uno de sus dibujos del cimborrio de la Catedral de Ourense. De esa época, su familia conserva muchos dibujos, algunos reproducidos en este artículo. A su memoria como dibujante, se suma la memoria de un hombre exquisito y generoso que se labró el afecto intenso de los que tuvimos la suerte de conocerlo.

Rafael Torres Carranque, buena persona, caballero indiscutible, abnegado trabajador y acertado dibujante, fue mi suegro. Me siento legítimamente orgulloso de esta circunstancia.