La infección meningocócica es una enfermedad terrible causada por el meningococo, que afecta sobre todo a los más jóvenes (90%), y puede provocar graves trastornos, secuelas, e incluso la muerte. Existen dos formas importantes de esta enfermedad, la meningitis y la sepsis. Ambas pueden desembocar en alteraciones vasculares (shock endotóxico) y sanguíneas (coagulación intravascular diseminada), capaces de provocar la muerte de forma fulminante en pocas horas. El 10% de las personas alojamos en nuestra garganta el meningococo y desde ahí, acecha como un enemigo terrorífico que puede desencadenar en cualquier momento la enfermedad, de posible curso letal, si invade el torrente sanguíneo. Conocer la estrategia del meningococo y que la propia familia del niño y el personal sanitario de atención primaria sepan advertir las primeras manifestaciones de la infección, supone, en la mayoría de los casos, poder evitar la muerte, y de sobrevivir, poder hacerlo sin sus secuelas: trastornos sensoriales, parálisis o mutilaciones.

La historia de la meningitis meningocócica tiene un ayer, un hoy y un mañana. Dedico este artículo al ayer de la enfermedad.

Historia

El primer testimonio real sobre la infección meningocócia comienza en 1805, con la descripción clásica de Vieusseaux, basada en la epidemia de Eaux Vives (Ginebra), la cual se saldó con 33 muertos. El aislamiento del meningococo lo logró por primera vez Weichselbaum, en 1886, y es a partir de Netter, en 1889, cuando se instauró su identificación rutinaria mediante punción lumbar. Volker, en 1894, informó sobre un caso de hemorragia suprarrenal y púrpura fulminante (cuadro éste último de hemorragias subcutáneas súbitas que hoy sabemos se asocian con la meningococemia) que entonces interpretó como "viruela negra". Sin embargo, la hipótesis no fue admitida ya que este niño, y otros descritos con posterioridad, estaban vacunados contra la viruela.

En 1917 y 1918, Waterhause y Friderichsen aportaron más observaciones de púrpura fulminante y hemorragias masivas de las glándulas suprarrenales, interpretando éstas últimas como la causa de la enfermedad. Sin embargo, es el europeo Bamatter, en 1934, quien establece con certeza la etiología meningocócica de la purpura fulminante, ya llamada síndrome de Waterhause-Friderichsen por las observaciones previas de los médicos que le dieron nombre.

La meningitis meningocócica, bajo la forma epidémica, surge en 1806 en EEUU y de forma sucesiva en otros países y continentes distantes, sin aparentes relaciones favorecedoras del contacto o transmisión por comercio, o movimientos de población. En su evolución cursa con remisiones y ciclos cada 7-10 años. A partir de entonces, en regiones templadas, Europa y América del Norte, se pasa a un estado endémico moderado (1 a 2 afectados por cada cien mil habitantes), hasta 1972, en que se produce un incremento sensible, ascendiendo en España al 25 por cien mil.

Luces

Durante las décadas de los 70 y los 80, se produjo en Galicia el mayor y más largo brote epidémico de toda Europa occidental, el cual afectó a miles de niños, mató a muchos y llegó a colapsar los servicios pediátricos de los hospitales de nuestra comunidad, que sin embargo respondieron a este reto asistencial de una manera ejemplar. En los hospitales de Ourense y Santiago, es justo resaltar como protagonistas destacados a dos ourensanos, los doctores José Luis García Rodríguez y José María Martinón Sánchez, en aquel entonces jefes, respectivamente, de las Unidades de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) de ambas ciudades, y hoy, directores de sus departamentos pediátricos. Cada uno de ellos reúne méritos para una página completa en este diario, pero los traigo aquí hoy, porque, a la luz de los conocimientos más actuales de aquel momento, elaboraron un protocolo unitario, con idénticos criterios de diagnóstico, seguimiento, profilaxis y tratamiento, que en su tiempo supuso una revolución científica. Este protocolo de actuación permitió mejorar la asistencia de los niños con esta infección y, sobre todo, rebajar notablemente las cifras de morbilidad y mortalidad, obteniendo unos resultados sorprendentemente favorables en un contexto mundial insatisfactorio. Para hacerlo realidad contaron con la ayuda decidida de los pediatras y de todo el personal sanitario asistencial y no sanitario, que no regatearon esfuerzos, en ocasiones no lejos del mero sacrificio personal. Incluso hasta los niños ingresados "menos enfermos" echaban una mano en lo que podían, como refleja la fotografía que reproduce esta página, a mi parecer merecedora del Pulitzer, en la que un niño con un brazo escayolado le da la comida a otro con sus brazos inutilizados por los "goteros". Pero esos niños requerían medios y material asistencial. En Santiago, el profesor Peña, que era el director de Pediatría, logró desarrollar la primera UCIP de nuestra comunidad. En Ourense, el jefe era yo mismo. Estábamos en 1977, se inauguraba el primer hospital materno-infantil de Galicia, lo que suponía toda una conquista, pero carecíamos de los medios y material necesarios en el día a día. Luchamos con ahínco por conseguir un presupuesto extraordinario. En nuestra lidia tuvimos algún altercado, pero también la receptividad y ayuda de dos buenos gestores sanitarios, Juan Leyte y Salvador Rey, así que los medios más modernos acabaron llegando a Ourense, se realizaron las modificaciones estructurales necesarias y Galicia contó con su segunda UCIP.

Sombras

Con todo, la historia sanitaria tiene también páginas negras. En 1986, durante una de las exacerbaciones epidémicas de la meningitis, y coincidiendo en un contexto general de colapso asistencial en el hospital de Ourense, los gestores sanitarios de aquel momento, desbordados por su propia incapacidad y desconfiando de los responsables de la asistencia médica, tomaron medidas imprudentes y precipitadas, como pasar ellos mismos las visitas médicas de varios departamentos, tratando de dar altas de forma prematura. Fue un tiempo de extremada crispación, en el que sus inspectores abrieron a los médicos hasta 36 expedientes disciplinarios en dos años, los cuales fueron sobreseídos, uno a uno. En cuanto a la situación en Pediatría, particularmente agravada por el brote epidémico, el por entonces director provincial del Insalud, con el apoyo del director-gerente del hospital (al que él mismo calificó de idóneo para después cesarlo), convocaron a las "fuerzas vivas" de la sanidad ourensana para, desde la ignorancia y en un acto de intromisión profesional intolerable, tratar de imponernos un protocolo en el que proponían hacer dos grupos entre los niños enfermos de meningitis: uno de ellos recibiría tratamiento antibiótico, y el otro no, convencidos de que se trataban de meningitis de origen vírico y que por lo tanto no lo necesitaban. Es decir, sin tener ni formación ni experiencia pediátrica nos decían a los pediatras cómo tratar a los niños.

Entonces, como máximo responsable de la pediatría hospitalaria ourensana, y con el apoyo de todos los pediatras, hice caso omiso de estas órdenes. Esta anécdota histórica, se comenta por sí misma; no obstante, sí quiero exhortarles a formularse la siguiente pregunta: ¿En cuál de los dos grupos colocarían a su propio hijo? Para ayudarles a contestarme les diré que la definición de enfermedad meningocócica –según el Grupo Internacional de Control de la Enfermedad Meningocócica– es clínica (es decir, se basa en sus síntomas y signos y no necesariamente en la identificación del germen causante), que nuestro hospital no contaba con métodos rápidos de laboratorio para la identificación de la causa y que un retraso en el inicio de tratamiento podía ser fatal. Ya lo publiqué en aquel entonces y ahora lo reproduzco: "El no saber lo que habría que saber inutiliza lo que se sabe, lo deja sin base e incompleto, convirtiéndolo en un error paranoico de autovaloración científica e intelectual, que si se aplica puede tener graves e irreversibles consecuencias". Una vez que me he permitido mirar el pasado sin ira, pero sí con memoria retomemos la historia de la meningitis meningocócica cuya ¿delimitación o aparición? es relativamente reciente.

Aportaciones

La larga y prolongada epidemia de Galicia, impuso la asistencia de cientos de niños afectados por meningitis meningocócica, lo que conllevó a adquirir una gran experiencia en el campo. Además, permitió desarrollar trabajos de investigación sobre esta enfermedad que fueron comunicados a los principales congresos españoles e internacionales y publicados en las más importantes revistas de Pediatría y Cuidados Intensivos. Entre ellos destacaría, por su repercusión posterior en la bibliografía médica, la ponencia conjunta de los departamentos Pediátricos de Ourense y Santiago al Segundo Congreso Mundial de Cuidados Intensivos, celebrado en París en 1980, de la que fueron autores José María Martinón, José Luis García, José Peña y yo mismo. También en 1980, José María Martinón y otros médicos de su Servicio, recibieron el Premio Barrié de la Maza de la Real Academia, por su trabajo La meningitis en Galicia. En 1982, José Luis García, alcanza el grado de doctor con una tesis sobre La enfermedad meningocócica en la población infantil de Ourense, que tuve el honor de dirigir. En ambos trabajos se recogían transcendentes avances en el control hemodinámico de la enfermedad y su tratamiento mediante exanguinotransfusión (recambio total de la sangre del paciente para eliminar las toxinas), tratamiento que se efectuó en Ourense por primera vez en toda España. Por un nuevo trabajo sobre esta enfermedad, los hermanos José Luis y Carlos García recibirían el Premio Cabaleiro Goas en 1983.

De aquella larga epidemia quedaron una mayoría de niños sanos, otros con secuelas permanentes y mutilaciones, y una minoría que no fuimos capaces de que sobrevivieran. Para aclarar por qué unos sí y otros no respondían al tratamiento, eran necesarias nuevas investigaciones. De ello hablaremos en el próximo artículo que también tiene protagonistas ourensanos.