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Climatología hostil en la Guerra Napoleónica (II)

El profesor Moreira Pumar relata en esta segunda parte las vicisitudes de los barcos que se vieron obligados a fondear las rías de Vigo y Pontevedra

¿Una gota fría?

Ávila La Cueva, cuenta que en otra ocasión, a mediados de noviembre llovió torrencialmente durante toda la noche. Por la mañana, los vecinos quedaron aterrados ante el panorama que se presentaba ante de sus ojos. Todo estaba inundado. Estaban en el convencimiento que habían llegado ya el fin del mundo, textualmente escribe: "? que ese año fue funestísimo porque el mar (está tan crecido) como si saliera de su centro y hubo grandes tronadas y concluyó con soberbias inundaciones de ríos. En la noche del 11 al amanecer del 12 de noviembre fue tanto lo que llovió en esta ciudad y alrededores así de otras partes que pareciera que se había inundado toda la Tierra y como más castigadas por el diluvio fueron las parroquias del Rosal, Louro, Burgueira, Pinzas y Valle del Tebra. Las aguas se llevaron (otra vez) el puente de Tamuje y otros dos que están más arriba, el de Forcadela, así de otros diferentes molinos, casas, pereciendo varias personas y causando muchos estragos".

El dato más trágico hallado en este desastroso período, lo resume J.M. Osuna diciendo que a mediados de agosto de 1808, las tropas francesas del general Junot en Portugal, derrotadas por ingleses las trasladaron a Francia. Desgraciadamente, durante la travesía una violenta tempestad hizo naufragar algunas embarcaciones donde perecieron ahogados más de 1.000 hombres.

Un testimonio directo

Nuestros notarios de marina registran en sus protocolos una dilatada lista de navíos procedentes de América o de Europa en ruta hacia el Sur se vieron obligados a refugiarse en la Ría a causa de los temporales. Pilotos y capitanes relataban en detalle pérdidas de mercancías y destrozos de aparejos.

Recogemos un interesante relato donde tres marineros caribeños declaran que su desdichada situación de desamparo en Vigo, se debe precisamente a los persistentes temporales, en caso contrario, estarían navegando a América, de donde habían partido.

Los tres tripulantes nos relatarán en detalle lo que acontecía en aquellos días previos a la llegada de las tropas de Napoleón a Vigo, una población agitada por revueltas populares, a punto de caer en manos francesas, una ciudad castigada al mismo tiempo por unas inmisericordes y pertinaces lluvias.El relato es curioso e interesante por lo inédito, sin embargo nos veremos obligados a resumirlo todo lo posible para no extendernos demasiado.

El 23 de enero, ocho días antes de la entrada de los franceses en Vigo [31 enero de 1809] tres marineros del bergantín Santa Ana denunciaban ante notario el motivo haberse quedado abandonados en tierra por haber huido precipitadamente su embarcación.

Cuentan que procedentes de Puerto Rico habían llegado a Vigo con café y otros productos ultramarinos. Incapaces de venderlo todo en Vigo, zarparon para Coruña, donde terminaron de despachar el resto de la mercancía. De regreso, rumbo a América, el mal tiempo les obligó a refugiarse en esta Ría, diciendo que también estaba llena de numerosas embarcaciones que, al igual que ellos, se habían refugiado en espera que amainase el temporal. Fondeados y "a la espera", denuncian que las autoridades de Vigo faltos de efectivos con que defender la ciudad de los franceses, ordenaron confiscar todas la embarcaciones allí fondeadas al objeto que sus dotaciones se sumasen a la defensa de Vigo, pues corría la voz que la llegada de franceses era cada vez más inminente.

Temerosos que las embarcaciones no obedeciesen la orden y pudieran escapar amparadas por la noche, las autoridades dispusieron inutilizarlas. ¿De qué manera? Quitándoles para ello los timones. Confiesan nuestros tres personajes que pese al mar embravecido y al temporal se arriesgarían a escapar, por lo que aquella misma noche, el bergantín Santa Ana decide hacerse a la vela.

Confiesan que con el mayor sigilo, para no ser descubiertos, levaron anclas. Con ellos se fugaba también un piloto portugués que les conduciría hasta puerto de Viana. Después de una peligrosa navegación y con el puerto de Viana a la vista, no pudieron entrar por el fuerte temporal, debiendo regresar de nuevo a aguas españolas. "Acompañados siempre con tiempo borrascoso", siguen declarando, buscaron esconderse en la ensenada de Beluso, lejos de las autoridades de Vigo.

Cuentan que a su llegada a Beluso, se encontraron embarcaciones de otros países, también fondeadas a la espera que calmase el mal tiempo y fuera de la mirada francesa.

La verdadera obsesión de nuestros protagonistas era poner rumbo a América, pero, una vez más, el mal tiempo se lo impedía. El piloto y sobrecargo de la goleta Claudio Mastorel, maldecía constantemente su mala suerte. Confesaba al escribano que tenía el convencimiento de "que las tempestades estaban conchabadas con los franceses".

Fondeados en Beluso

Por los vecinos de Beluso, la tripulación del Santa Ana se enteraban de la marcha de la guerra y en una de las novedades fue de la caída de Vigo en manos francesas, así de otras más ciudades. Cada vez que íbamos a tierra,-declaraban- "vivíamos estas noticias con el mayor desasosiego y recelo, pues se confirmaba que en Bayona se estaba armando un buque corsario francés vendría a este fondeadero a apresarlos y llegarían el día 13".

Estando a la espera en Beluso se enteran por los parroquianos que una expedición de varias lanchas con soldados franceses había salido de Marín al objeto de prenderlos, afortunadamente esta vez la suerte estuvo de su parte. Cundo la expedición estaba a medio camino tuvieron que regresar porque el mal tiempo se lo impidió debiendo regresar a aquel puerto.

Ante tan desalentadoras noticias se imponía la urgente necesidad de emprender la marcha cuanto antes, pero el tiempo borrascoso les impide hacerlo y "como sabíamos de la rapiña de los franceses, hacíamos bordadas en nuestro pequeño bote, llevábamos a tierra a esconder parte de nuestras pertenencias". Sabíamos de la codicia francesa y el buque corsario no estaría dispuesto a perder el rico botín que les esperaba en Beluso.

Nuestros personajes trataron pues de adelantarse a la presencia del corsario y como su bote era demasiado pequeño, pues mal cabían cinco personas, el capitán aconsejó que el piloto bajase a Beluso con la ropa y el dinero para salvarlo de los corsarios y así se hizo. Ya en tierra, se quedó de posada a pasar la noche en casa de un vecino. Al día siguiente, el capitán ordenó que bajasen también a Beluso el contramaestre y el marinero Prestichi con orden de traerlo todo de regreso a bordo de la goleta pues era de pura urgencia hacerse a la mar cuanto antes aun desafiando al mal tiempo.

Abandonados en tierra

Relatan que estando los tres en tierra, pidieron al posadero un carro prestado donde depositaron toda la ropa y un baúl. Acto seguido se encaminaron a la playa de Beluso, donde debían esperar el bote que les llevaría a bordo de la goleta. Cuando el bote llegó a la playa venía con dos hombres y al instante comprendieron que todos no cabían, demasiado pequeña. Pidieron a los vecinos les prestasen una lancha, pero fue imposible. De ahí la necesidad de hacer dos viajes. En el primero, fueron dos hombres Ramón López y Antonio el portugués con el propósito de decirle al capitán los esperase y acercase la goleta más a tierra, de esa manera harían las bordadas más cortas.

Desde la orilla -continúan relatando- pudieron ver con extrañeza, que la goleta tenía izadas, la vela y el foque mayor y cuando llegó el bote lo subieron a bordo y sin más miramientos se hicieron a la mar "dejándonos a los tres de la playa abandonados". Serían las cuatro de la tarde de ese mismo día cuando llegó el temido corsario, era un bergantín con 18 hombres armados con escasa capacidad ofensiva. Solo apresó un bergantín y un diate, ambos portugueses respetando a españoles y extranjeros. Los dos buques fueron conducidos a Marín.

Desde tierra, comprobaron que el Santa Ana debido al mal tiempo, tenía graves dificultades para remontar las Islas Ons y por un momento creyeron que regresarían a recogerlos porque volvió a entrar de nuevo en la ensenada, pero viendo como el corsario conducía los dos barcos detenidos en dirección a Marín volvieron de nuevo a alta mar.

Tres días esperaron nuestros marineros en Beluso en la esperanza que regresase la goleta Santa Ana a recogerlos así como otra embarcación catalana que también huyera. Al tercer día, el tiempo amainó y al anochecer de aquel día, se presentó otro buque corsario francés y apresó a todas las embarcaciones del fondeadero.

Creyeron los tres marineros que su capitán debió divisar de lejos, en el horizonte la silueta del corsario navegando en dirección al fondeadero. Preso de pánico, el capitán, calculó que no tendría tiempo suficiente de recoger los tres hombres de Beluso y emprendió precipitadamente la huida, priorizando salvar el barco y su cargamento de salazón destinado a las Islas Canarias, donde debían hacer escala.

*Historiador de Cangas

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