El "Sempre Concha" enciende motores más allá de las siete de la mañana y pone rumbo a las aguas tocadas por el paraíso rocoso de Cíes. La excelsitud de la luna llena, inmensa como el mar de la ría, observa los movimientos matutinos de los marineros y, como una tripulante más, acompaña a los navalleiros del barco: José Luis "Colón" y sus hijos, Jose y Óscar.

Como todos los días del año la familia mariñeira sale a recoger el sustento diario desde el puerto de Cangas hasta las Illas Cíes. José Luis Colón, "O Jefe", dicen sus hijos con una sonrisa cómplice, lleva ya más de 21 años en el oficio. El hijo pequeño, Jose, tiene 29 años y lleva entregado al mar desde que era un adolescente. Con tan solo 17 se convirtió en navalleiro el mismo día que su hermano, tres años mayor. Óscar bucea desde que tiene uso de razón. "Nós viviamos ao lado da praia e dende que aprendín a nadar, arredor dos sete anos, pasaba os días buceando e meu pai igual", afirma.

Timón en mano y vista firme en el horizonte, Colón comenta que a veces se dirigen hacia otros arenales, mueven sus rutas para no asfixiar la zona dependiendo de la época del año. "No Nadal faenamos en Viños, ás veces imos á illa do sur, pero normalmente estamos aquí na norte e outros días en Barra", dice. Cuando las navajas están en época de ovulación o acaban de ser sembradas evitan la zona. "Hai pouco sementamos en Nerga e Viñó porque escaseaba", explican. Los 24 navalleiros del puerto cangués buscan dónde recoger de la húmeda tierra las navajas que ellos sembraron y que el mar les devuelve con gratitud.

En la odisea marítima hasta Cíes, mientras sortea bateas y el sol se despereza, el navalleiro habla del oficio. "Este traballo é sacrificado, pero tamén recompensa moito; madrugas, estás aquí unha hora ou algo máis e logo podes volver cedo para casa". En las Illas faenan desde el mes de marzo, cuando la Xunta les concedió el permiso. Antes se dirigían a Barra, pero según Colón, la calidad del molusco es menor. "A navalla de Cíes é máis branca, métela unha semana na depuradora e aínda está sen abrir; por iso vai un euro ou dous máis cara, pola calidade", señala.

¡A por navallas!

Ya en Monteagudo, el motor del "Sempre Concha" se detiene a unas brazadas de la Playa de Rodas. Alrededor fondean barcos que largan sus aparejos a la pesca con boliche o las nasas para el pulpo. Colón, Óscar y Jose se desprenden de sus ropajes quedando en neopreno, preparados para sumergirse y recoger las navajas. Antes de descender, izan la bandera "Alfa", que alerta a los barcos cercanos de la presencia de marineros sumergidos para evitar la circulación en esa zona. Sin embargo, existe un gran desconocimiento de las normas náuticas. "Ninguén fai caso, hai anos cando só levabamos boias e baixabamos a pulmón, os barcos facían eses con nós coma se foramos un circuíto. Os títulos de patrón aquí regálanse", afirma Óscar con total indignación.

Los tripulantes se colocan protecciones en los dedos para evitar los cortes de los afiladas navajas cuando las retiran de la arena. Luego desempañan las gafas de buceo para obtener una visión clara del fondo y no dejar atrás ningún molusco.

Hace unos diez años, los navalleiros bajaban a pulmón viéndose obligados a subir a la superficie para tomar aire y volver a bajar de forma constante, aguantando alrededor de uno o dos minutos sumergidos. Un esfuerzo inmenso. Sin embargo, ahora emplean mangueras o botellas de oxígeno. El mismo trabajo que antaño les llevaría mínimo unos 160 o 180 minutos, ahora lo finiquitan en aproximadamente una hora. Las tres mangueras conectadas a un compresor suministran constantemente aire a los navalleiros a través de un cable con un radio de 50 metros.Como plan B de seguridad, cada uno lleva una botella de oxígeno amarrada a sus espaldas en caso de emergencia. El único que prescinde de ella es Óscar. "Eu só levo o tubo respirador, é moito máis cómodo para min, así mentres estou na superficie respiro aire limpo," explica.

El estruendo del compresor es la campana de aviso para que se sumerjan a por navajas. Aseguran y desenrollan las mangueras con cautela para que no queden nudos que impidan el paso del aire, colocan las botellas y arneses con pequeños plomos a su espalda, se ponen las aletas, las gafas y descienden. "Sempre hai un xefe de equipo que queda arriba e nos controla, pode estar neste ou noutro barco", apunta Colón.

Ya inmersos en el agua, Jose y su padre desaparecen directamente en el fondo del mar, mientras que Óscar primero bucea acariciando la superficie para alejarse del barco y observar dónde faenar mejor. Luego se sumerge. Aunque pueda parecer una tarea ardua encontrarlas, para ellos no hay secretos y explican que suelen reconocerse por el sifón. "Aquí non temos aparello como outros barcos, o aparello somos nós", señala Colón.

"712 navallas, contadas"

Las bolsas de aire que emergen en la superficie revelan sus localizaciones.El primero en salir es Jose. Con la bolsa a rebosar de navajas, relucientes y sin arenas, es el único que las cuenta una a una. "Hoxe saquei 712 navallas, contadas, que equivalen a uns 20 kilos", apunta. Moluscos que recogen a una profundidad de unos siete metros habitualmente. "Depende da zona, na illa do sur temos ido traballar a 17 metros porque fai pendente", señala Óscar, que sube tras su hermano pequeño con los bivalvos en una bolsa repleta. "Eu non as conto, vexo o peso que levo e xa controlo cantas poden coller e o tempo que teño que botar para cubrir a cota", explica. El último en subir es Colón. En total suelen cargar alrededor de 60 kilogramos de navajas.

Todos a bordo, dejan a remojo las navajas y las separan por tamaños. Grandes, medianas y pequeñas. Son generosos con el mar y algunas las devuelven. "Se non as comen os peixes, volven soldar", comenta Colón. Sobre las once y media se dirigen a puerto donde aguarda el vigilante para el control de pesada. "Na lonxa escollémolas e deixámolas na camara frigorífica ata as dúas, cando peso de volta para asegurarme de que non falta nada e axudamos aos compradores a meter todo na bolsa", explican. Navalleiros de piel y alma salada que terminan así su tarea diaria en el mar, que ya es su casa.