Jorge Loira tiene 80 años de edad, pero por su presencia y por su afán de mantenerse activo pocos lo dirían. Es un jubilado activo, que de alguna manera sigue al pie del cañón asesorando y aportando toda la experiencia acumulada durante sus años de trabajo en el mar y como armador. Ahora, al frente de la empresa familiar, "Pedra Blanca", están sus hijos. El sábado recibirá el homenaje de la Coral Polifónica de Bueu a través de la décima edición del Festival O Son do Mar, a las 20.30 horas en el Centro Social do Mar.

-El homenaje será ya este sábado, pero me cuentan que al principio no estaba usted muy convencido de ser merecedor del reconocimiento.

-A mí no me gustan nada los protagonismos, no creo que tenga nada de lo que ostentar. Cuando me lo propusieron al principio dije que no, pero me insistieron para convencerme por ser una persona del pueblo y que podía aportar algo con el trabajo que realizamos durante todos estos años

-La organización destaca su labor empresarial como armador y su aportación al tejido sociolaboral de Bueu. Pero de usted se puede decir que fue cocinero antes que fraile. Vamos, que antes de ser armador pasó muchos años a bordo y sabe bien lo que es la vida en el mar.

-Siempre me encantó el mar, desde pequeño. Mi padre ya tenía barcos y él quería que me formase bien. Yo a veces lo que hacía era esconderme en el barco y cuando estaba en medio de la ría le aparecía [se ríe]. Yo fui al mar porque me gustaba y porque el mar me permitió cumplir todas las metas que tenía.

-Al final se puede decir que se salió con la suya: sí que se formó porque se embarcó como mecánico motorista, luego sacó el título de Mecánico Naval Mayor en A Coruña y siempre pudo vivir del mar.

-Desde joven siempre tuve curiosidad por las máquinas y los motores. Quería saber cómo y por qué funcionaban. Recuerdo que cuando tenía 14 o 15 años aún se arrancaban con una manivela. En el barco de mi padre, con todo ser yo un crío era el único que era capaz de arrancarlo a la primera con una sola mano. Era una cuestión más de maña que de fuerza.

-¿Cuáles son las metas y los sueños con los que empezó a trabajar en el mar?

-Cuando acabé en la escuela el Grado Superior me dediqué al mar. En aquella época había poco trabajo en tierra y no estaba bien pagado. Saqué el título de mecánico por libre y luego hice el superior. Yo lo que quería era poder llegar a tener un barco mejor que el de mi padre. Me refiero a mejor en el sentido de que fuesen más seguros, en el que la gente tuviese sus camarotes y que no tuviesen que dormir todos juntos en catres, que era lo que pasaba en aquella época, y que la gente pudiese vivir bien. Costó mucho trabajo y sacrificio, pero creo que lo conseguimos. A mí el mar me trajo cosas buenas: pude vivir, trabajar, formar una familia y educar a mis hijos. Yo me siento un privilegiado: trabajé mucho, pero nunca me faltó de nada y siempre tuve trabajo.

-Sin embargo el mar también tiene otra cara más dura, el alto precio que a veces se paga con los accidentes y con los naufragios.

-Es cierto, pero personalmente creo que el riesgo es el mismo que en tierra. Nadie está libre de tener un accidente o de que venga algún loco con su coche y te lleve por delante. Lo que sí es verdad es que en el mar hay que estar despierto y tienes que ir si te gusta. Si vas a pasarlo mal lo vas a pasar mal tú y la familia.

-¿Qué recuerdos guarda de la época en la que aún iba a bordo de los barcos?

-Nunca quise ir en el puente, a mí lo que me gustaba era la mecánica. Anduve a la altura, a la bajura, estuve en las prospecciones de caladeros... Recuerdo que estuve en la primera prospección en Sudáfrica, donde había mucho pescado en aquella época. En diez minutos tenías el aparejo lleno y en 30 horas volvías a puerto, en Ciudad del Cabo, con el barco sellado con 60 toneladas.

-Supongo que con tantos viajes tendrá muchas historias y anécdotas acumuladas...

-[Sonríe] Me acuerdo de llegar a Puerto Madryn, en Argentina, donde había mucha emigración gallega. Como el barco tenía megafonía poníamos discos de Ana Kiro y sus canciones sobre Galicia. En el puerto se reunían muchísimas personas, sobre todo gallegos, y muchos lloraban. Una vez vino un hombre a preguntarle al patrón si había algún tripulante de su pueblo, que era Bueu, y cuando le dijo mi nombre se emocionó: "¡ Es mi amigo!", exclamó. Era el hijo de un zapatero de Banda do Río que se había ido a Argentina buscando mejor fortuna.

-Más tarde llegó el paso de tripulante a armador. ¿Cómo fue eso?

-Echaba de menos a la familia. Al ser armador conseguí unir las dos cosas: trabajar en lo que me gustaba y estar con los míos. Hubo que trabajar mucho. Durante una crisis pesquera mi hermano Nucho y yo formamos una sociedad y compramos nuestro primer barco, el "Jaquetón".

-¿Al final logró su objetivo de contar con un barco mejor que aquellos que tenía su padre y mejorar las condiciones de los marineros?

-Eso fue cuando pude hacer el barco a que mí me gustaba. Fue con el "Pedra Blanca". No era mejor ni peor que el de nadie, pero era cómodo y operativo para la pesca. Pero todo fue a base de trabajar. Lo del nombre también tiene su explicación: lo primero que veo desde mi casa es la Pedra Branca, que está en el mar en la zona de Beluso.

-A sus 80 años está jubilado, pero no inactivo ni de brazos cruzados [esta entrevista se realiza en uno de sus intermedios antes de ir a Marín porque el barco llegó a tierra].

-La empresa la llevan mis hijos, pero me gusta ayudar y asesorar con mi experiencia Durante todos estos años fui oficinista, inspector, armador y amigo de todos. Siempre procuré ayudar a todo el mundo. La vida en el mar en la época de mi padre era muy dura y yo siempre intenté que la gente se sintiese apoyada por su patrón. También soy consciente de que hay desengaños, siempre hay personas que dicen eso de "si lo hace es porque le saca algo". A mí siempre me gustó ayudar y creo que el día que deje esto me muero.