La montaña de As Lagoas-Marcosende inició su transformación en ciudad del conocimiento cuando 600 alumnos iniciaron allí sus clases un 24 de octubre de 1977. La Caja de Ahorros Municipal financió con más de 500 millones de pesetas la construcción del antiguo Colegio Universitario de Vigo, hoy Facultad de Filología y Traducción y cuyas siglas, CUVI, aunque carentes de toda oficialidad, siguen dando nombre al campus en el vocabulario diario de estudiantes, profesores y demás ciudadanos.

La colonización académica del que hasta entonces era monte mancomunado arrancaba con un edificio dotado de aulas para tres carreras -Filología, Económicas y Química-, biblioteca, salón de actos y sala de ordenadores con un único equipo, entre otros espacios, y 59 profesores.

Hoy la plantilla de docentes y personal de administración y servicios asciende a 957 trabajadores y la matrícula supera los 12.000 alumnos. Una "Atenas atlántica", como la definió el historiador Antonio Bonet en su discurso como honoris causa, que en estos 40 años ha crecido en lo inmaterial, gracias a su labor docente y de investigación, y también en lo material a través de edificios que constituyen auténticas referencias de la arquitectura moderna.

Algunos de los autores de esos iconos reconocidos internacionalmente hablaron con FARO sobre la potencialidad y las dificultades que supone construir en plena naturaleza. También esbozaron los retos de futuro, a saber, la cohesión de los diferentes edificios y la conexión con la ciudad.

No en vano, aquellos primeros alumnos de finales de los 70, haciendo gala del carácter reivindicativo vigués, ya se manifestaron contra el CUVI exigiendo el transporte gratuito. Una demanda, por cierto, aun incumplida.

Antonio Pernas inició en el CUVI un diálogo con la naturaleza que continuaría después una nutrida nómina de arquitectos gallegos -Alfonso Penela, César Portela, Alberto Noguerol y Pilar Díez, Celestino García Braña y Gabriel Santos Zas, entre otros-, así como autores foráneos de la talla de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue.

A finales de los 90, su estudio EMBT recibió el encargo de unir los edificios inconexos que en las décadas anteriores se habían desperdigado por el campus. Baste decir que el segundo edificio construido fue Industriales (1984), a más de un kilómetro de distancia y separado por lo que todavía era un entorno agreste.

El proyecto de EMBT -que incluía el Aulario, el centro comercial y el Rectorado- junto con la Biblioteca Central de Noguerol y Díaz, acabada unos años antes, en el 97, fueron concebidos con esa intención de crear una ciudad universitaria y cada vez más autónoma al estilo de los campus norteamericanos.

Incluso un premio Pritzker, el brasileño Mendes da Rocha, ideó una solución mediante futuristas y costosas vías elevadas que la Universidad tuvo que aparcar en un cajón obligada por la crisis económica y los recortes.

Otro de los desafíos pendientes del campus en su 40 aniversario es su conexión con la ciudad, a la que regresará en 2018 con una sede institucional en O Berbés. Una distancia que aleja a los vigueses de un campus capaz, sin embargo, de atraer a estudiantes y arquitectos de todo el mundo para disfrutar de sus obras en un entorno único en el que caballos salvajes pastan entre edificios de la mejor factura contemporánea, restos arqueológicos y una destacada diversidad ecológica.

Cuando Benedetta Tagliabue y Enric Miralles aterrizaron en Vigo a finales de los 90 el campus ya disponía de edificios contemporáneos de gran valor como la Facultad de Económicas de Penela o la Biblioteca de Noguerol y Díaz, pero seguía adoleciendo de falta de conexión. El estudio EMBT diseñó el Aulario, el centro comercial, el teatro, varias pasarelas, la zona deportiva y el Rectorado.

Tagliabue, socia y viuda del arquitecto catalán, quien falleció prematuramente sin ver el proyecto concluido, dice sentirse "muy orgullosa" de su actuación. "Si estabas en una facultad no te enterabas de lo que pasaba en las otras y nuestro encargo fue que la gente tuviese conciencia de los demás lugares y un espacio donde encontrarse. Y esto era fundamental no solo para los estudiantes, sino también para la gene que iba allí a trabajar, pasear o hacer deporte. Hicimos un corazón que permite a ese organismo seguir viviendo. No se trata de un edificio acabado, sino de un complejo que puede crecer y que da la oportunidad de crear más pedazos de un campus muy vivo", explica.

La "aventura" comenzó cuando Penela invitó a Miralles a recorrer el campus: "Esa conversación fue muy importante y después nosotros seguimos con esa idea de Penela y también de Noguerol y Díaz de integrar el paisaje, de transformar lo existente de manera sutil".

"Un entorno tan bonito como el de Marcosende inspira mucho. Te permite hacer recorridos para los estudiantes casi meditativos que discurren cerca del agua y con vistas a la montaña y al mar en la distancia. Es un lujo increíble. Hay una pereza natural en la gente para caminar, pero logramos el milagro de situar todo a un mismo nivel. De las obras que hicimos en esa época con Enric, el campus de Vigo representa el amor al paisajismo y a una arquitectura entendida en sí misma como paisaje", destaca.

Tagliabue recuerda la "ilusión" compartida por todos los miembros de EMBT que participaron en el proyecto. "Fue muy bonito. Los rectores Docampo y Gago tuvieron mucha visión. Y también estoy muy orgullosa de haber convencido a todos de que el paisaje era tan importante como los edificios", señala.

La reconocida arquitecta, con obra en varios países e integrante del jurado del prestigioso premio Pritzker, el Nobel de la profesión, destaca el "cariño" de las obras de quienes le precedieron y de los jóvenes que se "formaron" en el proyecto de EMBT y hoy tienen "una voz importante" en Galicia. "Nos gustaría mucho que el campus no solo fuese un lugar de referencia universitaria y de investigación, sino también de visita arquitectónica", comenta.

Lo visitó por última vez en 2008: "No he vuelto, pero he recibido muchos comentarios de amigos que han ido y a los que les encantó. Y eso me hace muy feliz. Espero que la gente lo haya hecho suyo, eso es lo importante".

Tagliabue viajará este mes a China para supervisar la construcción de la Escuela de Negocios de la Universidad de Fudan en Shanghái. "Es un gran edificio de 50.000 m2 en un campus urbano, pero se han podido aplicar muchas cosas de Vigo. Aunque sea diferente", apunta.

Ella ve ventajas en la ubicación del campus olívico. "Es un lugar donde puedes estar muy concentrado y mantener esa relación con una naturaleza espléndida. Tener una universidad en la ciudad supone mayores problemas económicos por temas de suelo, pero la de Vigo puede seguir construyendo y eso es algo muy, muy positivo. Es una oportunidad para crear espacios de relación con las empresas", subraya Tagliabue, que aceptaría "encantada" construir un edificio que facilitase esta conexión o diese respuesta a alguna "nueva necesidad".

Y tras conocer que se construirá una sede en el Casco Vello, lo celebra: "¡Qué bonito! Esto es lo ideal, tener un espacio de tranquilidad y también el movimiento urbano en la zona antigua".

Parece más moderno que otras piezas del campus, pero fue el primer edificio que se erigió en As Lagoas-Marcosende. El arquitecto vigués Desiderio Pernas (1930-1996) diseñó, por encargo de la Caja de Ahorros Municipal, el antiguo Colegio Universitario de Vigo (CUVI), que abrió sus puertas en 1977 para albergar a los estudiantes de Económicas, Filosofía y Químicas.

"A partir de sus viajes formativos a Holanda, Inglaterra y EE UU y de su gran bagaje planteó un edificio completamente vigente, que no ha envejecido en cuanto a su idea y que se ha conservado de forma acertada", destaca el también arquitecto José Luis Varela Alén, que realiza su tesis doctoral sobre el autor del inmueble que hoy acoge la Facultad de Filología y Traducción.

Pernas fue nombrado arquitecto escolar por el Ministerio de Educación en los años 60 y desarrolló varios grupos públicos, así como guarderías, el colegio de educación especial Saladino Cortizo y otros encargos privados. Todos estos proyectos, a igual que ocurre en el CUVI, se caracterizan por su horizontalidad y las fachadas de ladrillo caravista con grandes huecos de luz.

"Recibió el encargo en 1974 y diseñó una serie de edificaciones que se posan sobre una loma sustituyendo a la vegetación preexistente. Y, a partir de ahí, se establece un diálogo entre los espacios construidos y la naturaleza. Con el paso del tiempo, la vegetación ha ido creciendo y el edificio está aún más integrado", describe Varela.

Pernas utiliza retículas estructurales muy rígidas y lleva esa malla al exterior, uniendo los distintos edificios con pasarelas cubiertas pero no cerradas, un elemento propio de la arquitectura nórdica a igual que los patios acristalados con jardines que permiten la entrada de luz y generan una especie de oasis ajeno al exterior.

"El CUVI es un reflejo de una de las etapas más brillantes de Pernas. Y en el proyecto hay dos arquitectos muy presentes. Uno es Mies van der Rohe y sus edificios del Instituto Politécnico de Illinois, con el que Pernas estaba muy familiarizado, y el Parque Lafayette de Detroit. Y el otro es Arne Jacobsen, que construyó el St. Catherine's & Merton College de Oxford", explica Varela.

Pernas fue pionero en la utilización de estructuras metálicas para crear espacios más diáfanos y del ladrillo caravista, que fue "una de sus señas de identidad y herramienta de modernidad".