En aquellas incursiones los intrépidos adolescentes descubrieron que el túnel contaba con varios tramos secundarios en su interior, mucho más pequeños, "donde podíamos entrar a gatas". "Jugábamos a ver quién se atrevía a llegar más lejos a oscuras, dejando como prueba una rama al final del recorrido", relata. Observaron también garitas de protección en los laterales y en algunos zonas pequeños desprendimientos en el techo. Pero lo más curioso, enfatiza, "era el final del túnel, tapiado, con un pequeño respiradero en la parte superior. Siempre nos amontonábamos junto a la pared para intentar ver lo que había al otro lado".