GALERÍA | El legado deportivo del piloto moañés. //FDV

Muy pocas veces un despertar puede resultar tan amargo como el que se vivió en Moaña hace un año. Aquel fatídico 20 de julio de 2015 el pequeño municipio morracense y el mundo del deporte en general se vieron sacudidos por las noticias que llegaban desde Estados Unidos y a las que nadie quería dar crédito. Allí, en el circuito californiano de Laguna Seca, dos pilotos españoles se habían dejado la vida en la salida de la carrera. Uno de ellos era Bernat Martínez. El otro, el moañés Dani Rivas. Entre la incredulidad y el dolor transcurrieron las primeras horas de ese día, como si de un sueño se tratase, mientras poco a poco se iban conociendo más detalles del trágico suceso.

Rivas se había iniciado en la modalidad de descenso en mountain bike, y fue su padre Willy -un fanático de las motos- el que le contagió su pasión. De ahí pasó tanto a cosechar éxitos como a luchar por conseguir unos patrocinios imprescindibles para sobrevivir en este mundo. Tras anunciar su retirada recibió el apoyo de una empresa y prolongó una carrera deportiva en Superbikes que lo llevó a cumplir uno de sus sueños: correr en Laguna Seca.

La noticia de su fallecimiento corrió como un reguero de pólvora, casi tan rápidamente como se multiplicaban los mensajes de apoyo y cariño a través de todos los medios posibles, pero con una especial incidencia en las redes sociales. El legado de Dani Rivas era evidentemente deportivo como uno de los escasos nombres que ha dado la velocidad en Galicia, pero lo humano rompió todas las previsiones posibles. El motociclismo -en donde dejó muchos amigos- cerró filas con uno de los suyos y desde todos los ámbitos se sucedieron las muestras de afecto. Su familia consiguió repatriar el cuerpo tras un par de semanas de espera y Moaña se volcó. El pabellón de Reibón acogió la capilla ardiente por la que desfilaron amigos, vecinos y visitantes ilustres como los hermanos Espargaró, Julián Simón o Luis Cardoso y más de 4.000 personas asistieron al entierro, con unas 2.000 motos dando el último adiós al piloto moañés.

Willy Rivas habló entonces de que la muerte del hijo coincidía con el nacimiento de un mito, y el tiempo le va dando la razón. Amigos y familiares crearon la Fundación Dani Rivas para, a través de merchandising, recaudar fondos con el objetivo de erigir una estatua en su honor en la Praza do Emigrante, un proyecto que está a pocas semanas de ver la luz. Se han recaudado 25.000 de los 30.000 euros necesarios y el colectivo afronta su esfuerzo final. La escultura, de bronce, representará a Rivas haciendo un caballito en su moto y está siendo realizada por el artista vigués José Molares.

El piloto da nombre también a la DR7 Cup para la captación de jóvenes talentos, que ya ha hecho su selección y comenzará su actividad en agosto. Pero su nombre se ha hecho omnipresente en estos meses y tan pronto se le ha podido ver dando nombre a eventos como el Campeonato de España de Biketrial como en las camisetas del Fútbol Sala Moaña. Un año después de su fallecimiento, la memoria de Dani Rivas sigue muy viva.