Parece que fue ayer, pero ya llovió mucho desde la última vez que se puso en marcha el entroido de O Hío. Ayer, parecían que los gaiteiros recobraban la importancia que en su día tuvieron en este carnaval y que la fama del mismo los había devorado. Ya se escuchaba más ese roncón y el duelo de gaiterios contratados por las aldeas se retomaba. Ellos dicen que nunca se perdió, claro que en medio de tanta gente y otros miles de sonidos el suyo era menos perceptible. Las comparsas y las máscaras se juntaron pasadas las 10.00 horas en Iglesario y desde allí se trasladaron a Pinténs y Vilariño, donde se unen a otras más y se inicia ese recorrido multicolor y alegre camino de Iglesario que difiere de una vuelta ciclista porque aquí está permitido el doping y, claro está, nadie se sube a una bicicleta. El camino se hace a pie. Hubo suerte en el primer tramo. No llovió nada hasta que las comparsas estuvieron de nuevo en Iglesario, aunque ya el regreso a Vilanova fue muy lluvioso. Los gaiteiros se pertrechaban del aguacero con atuendos muy pensados y las máscaras aguantaban el chaparrón sin apoyo de paraguas, aunque no faltó el impermeable para no mojarse por fuera. Disfraces confeccionados o alquilados ya conociendo la previsión del tiempo. Hubo el barullo tradicional, no faltó la cerveza ni el calimocho y se comió como se pudo escapando de esa lluvia que estropeaba la tortilla de patata y hacía incómodo el sosiego del avituallamiento.

Cuentan las crónicas policiales que, al menos hasta las 21.00 horas no se habían producido altercados ni atentados contra el patrimonio cultural y artístico. Esas mismas crónicas contabilizan un coma etílico que supuso la intervención de la ambulancia contratada por el Concello de Cangas para estos casos.