"Cansada pero con ganas de vivir ¡Claro!", asegura sor Josefina en ese castellano, con acento de su tierra de Guadalajara, que nunca la ha abandonado, pese a llevar en Cangas ya 55 años. Este viernes cumplirá 102 años, rodeada del cariño de las otras siete religiosas, hermanas como ella de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul, que regentan y viven en el colegio Casa de la Virgen, en Cangas.

Josefina Ruiz Sánchez siempre se distinguió por su actividad y su entrega al trabajo, tanto como docente como al servicio de todas las tareas de la casa, desde la capilla, al comedor o atender las gallinas, de arriba a abajo, sin parar. Por eso que ahora, obligada a estar en una silla de ruedas, lo que le pediría a la vida es "poder hacer lo de antes", dice sin dudarlo ayudada, debido a sus problemas de oído, por la superiora, sor Antonia López; y la hermana María Luisa González, que llegó a Cangas con ella hace también 55 años cuando en el centro existía todavía un internado que llegó a reunir a 60 niñas.

Josefina Ruiz Sánchez nació en Quer, un pequeño pueblo de Guadalajara, del que ella asegura que solo tenía unas 40 casas y que la mayoría de sus habitantes se dedicaban a la labranza. Su familia pudo darle estudios en Madrid y con pocos años se trasladó interna al Sagrado Corazón, en la capital de España, en donde sintió la vocación e ingresó en el seminario con 22 años.

Recuerda que su primer destino fue en un colegio de la compañía en Santander, dando clases a los más pequeños., en donde permaneció 23 años, para estar después un corte espacio de tiempo en Aranda de Duero hasta su destino en Cangas En su memoria siguen vivos aquellos primeros años y no duda cuando le preguntan los nombres de sus padres Florentino y Juana. Pese a sus muchos años fuera, no ha dejado de tener contacto con la familia y sus sobrinos acuden a visitarla todos los veranos. Están con ella largas horas durante la tarde compartiendo las múltiples vivencias de esta mujer, por la que muchos siguen preguntando en la calle, sobre todo sus antiguas alumnas que acuden al colegio a visitarla. No en vano enseñó a leer y a escribir, también taquigrafía, a aquellas mujeres que tras el colegio se iban a trabajar a la conservera Massó.