"No hay ninguna locura entre las bestias de la tierra que no sea superada con creces por la locura de los hombres". Herman Melville, en "Moby Dick".

"Consideramos a la ballena como inmortal en su especie, aunque de cualquier modo perecedera en su individualidad. Nadaba por los mares antes de que los continentes separaran las aguas, nadó una vez por el sitio donde ahora están las Tullerías, el castillo de Windsor y el Kremlin. En el diluvio de Noé despreció el arca. Y si alguna vez el mundo fuera inundado otra vez, como en los Países Bajos, para matar a todas sus ratas, la eterna ballena aún sobreviviría y, alzándose sobre la cresta más alta de la marea ecuatorial, lanzaría su espumeante desafío a los cielos". Así escribía en 1851 Herman Melville en "Moby Dick", una de las aspirantes al título de la "gran novela americana" y llevada al cine por John Huston con Gregory Peck como el capitán Ahab. Pero a pesar de esas consideraciones y a que en la propia novela Melville calificaba de "filósofos del castillo de proa" a aquellos que en aquella época hablaban de una sobrecaza del cetáceo, lo cierto es que el afán desmedido del ser humano diezmó de manera alarmante la población de ballenas y acabó convirtiendo en realidad los temores de aquellos a los que se refería de manera despectiva el autor americano.

En 1986 entró en vigor la moratoria en la caza de la ballena, una medida adoptada por la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en la localidad inglesa de Brighton en 1982, y que significó el final de una actividad que daba empleo a numerosas personas en Galicia y O Morrazo, ya fuese a bordo de los balleneros o en las factorías de tierra. Hoy esas fábricas, como la de Balea, son testigos mudos de aquel pasado y languidecen en ruinas a la espera de que las administraciones apuesten por su restauración y convertirlas en un importante atractivo turístico. Pese a la moratoria, algunos de los vecinos de O Morrazo que trabajaron en la caza de la ballena no pueden evitar poner en duda los datos ofrecidos en su día y no dudan a la hora de señalar a los culpables. "Os rusos e os noruegos tiñan unhas plataformas flotantes ás que os seus barcos ían constantemente a levar as baleas que pescaban sen necesidade de pasar por porto. Esa xente sí que despescaba e arrasaba o mar", afirman tajantes Plácido Montenegro, Francisco Alfaya y Antonio Martínez Entre 1924 y 1927 el gobierno español permitió que un antecedente de esas factorías, la "Rey Alfonso" y propiedad de una compañía noruega, fondease en Barra, lo que motivó las protestas de los pescadores locales.

Montenegro, al que llamaban "vista de águila" porque era el encargado de avistar los cetáceos desde el puesto de vigía, afirma convencido que la moratoria se basó en una "mala maniobra". "Na última época viñan biólogos con nós a bordo do barco. Eu estaba no alto da cofa e cantaba o bicho: ´Alá por Monteferro van sete ou oito peixes´. Pero eles dicían que só era unha, que era a mesma. Pero como ía a ser a mesma? A balea non sopla constantemente, bota un soplido e vai ao fondo", explica convencido el antiguo marinero, que se jubiló al entrar en vigor la moratoria. "Eu apuntaba todas as que miraba: Anotaba 100 ou 200 e eles 40 ou 50. Baleas había, outra cousa é que había que pescar menos", reconoce Montenegro.

Temporada corta

La temporada de los balleneros gallegos era relativamente corta, comenzaba durante la primavera y habitualmente en octubre "xa había que amarrar", aunque en ocasiones se podía trabajar hasta noviembre o diciembre. "Non salíamos máis alá de 160 millas e como tiñamos que remolcar as baleas ata porto non podíamos coller moitas", cuentan los antiguos balleneros. Plácido Montenegro se acuerda especialmente de una ballena azul que transportaron hasta Cangas. "Medía uns 32 metros e causou moitos problemas polo seu peso. Cando estabamos a chegar, a empresa deu orde para deixala fondeada porque era moi pesada. Nós negámonos e ao final foi troceada en tres partes e vendeuse a moi bo prezo aos xaponeses", recuerda. Francisco Alfaya, que fue fogonero durante cuatro años en el "Lobeiro", recuerda una ocasión en la que el barco llevaba tres cachalotes, uno de los cuales llevaba todavía la caña del arpón y provocó una vía de agua en el buque.

A pesar de que la caza de la ballena entrañaba ciertos riesgos, "había que levar pólvora a bordo para o cañón e iso sempre é un risco", era un oficio que resultaba atractivo a los marineros. "Ao principio pagaban 300 pesetas por un cachalote e 330 polas baleas. Xa na época dos IBSA a cantidade era de 2.000 e 3.000 pesetas respectivamente", rememoran. En caso de mal tiempo no se podía salir a cazar, pero "a empresa pagaba igual", un salario que también seguían percibiendo fuera de la temporada de caza.