Ana María Soto Landeira es una de esa mujeres que puede ser calificada como una auténtica pionera. Ella trabajó en Massó, pero no como una obrera más. Fue la primera asistenta social de Galicia y desde su puesto se esforzó por mejorar las condiciones laborales y de vida de los empleados de la conservera en Cangas y Bueu, una tarea a la que dedicó prácticamente toda su vida profesional. Tanto que hoy sigue siendo recordada por muchas y muchos de los antiguos empleados de la fábrica, los mismos que rememoran que había días que nada más bajar del barco Vigo-Cangas ya tenía en el puerto una larga fila de personas esperando para hablar con ella. La suya es una historia que merece ser contada y valorada. Se fue sola a Madrid en plena década de 1950, algo absolutamente excepcional para una mujer en aquella época, para estudiar y formarse en una materia que pocos conocían en aquel entonces.

El Concello de Bueu organiza el domingo 14 de marzo una nueva edición de su Gala da Igualdade y este año las homenajeadas serán las mujeres que trabajaron en las conserveras de la localidad. Y por ello la organización se acordó también de Ana María Soto, que aparece en el documental grabado para la ocasión y que recibirá un justo y merecido reconocimiento. Hoy en día sigue muy activa y vital ya que desde hace muchos años, antes incluso de jubilarse, colabora con el Hogar y Clínica San Rafael de Vigo, de atención a discapacitados.

-Usted fue la primera asistenta social que trabajó en Galicia, en una época en la que ni siquiera se impartía esa formación aquí. ¿Cómo descubrió su vocación y se dedicó a ello?

-Cuando acabé el bachillerato mi padre me animó a seguir estudiando, por lo que me fui a Santiago, donde teníamos familia, para hacer Magisterio. Al acabar regresé a Vigo y empecé a dar clases por las tardes en una escuela para obreras de una asociación católica. La verdad es que yo era una verdadera cría que tenía que dar clase a personas mucho mayores. Al principio pensé que me iban a comer cruda, pero me entusiasmaba poder ayudar a la gente. Un día me invitaron a una charla de la asociación para hacer bulto porque temían que no fuese nadie. El conferenciante, que era un padre jesuita, comenzó a hablar de una serie de personas que trabajaban en las fábricas haciendo una labor muy buena e interesante. La verdad es que me gustó mucho y al terminar me animó a que empezase a visitar a las obreras de las empresas. Consiguió que en una fábrica metalúrgica de Vigo dejasen salir a las obreras media hora antes un día a la semana para que se reuniesen conmigo y me contasen sus problemas. Más adelante, ese padre jesuita estuvo en Madrid y me vino hablando maravillas de la escuela de asistentes sociales. Yo empecé a pensar que aquello era lo mío y el me preguntó si estaba dispuesta a irme.

-¿Y cuál fue su respuesta?

-Yo le dije que sí, pero que el problema iba a ser mi familia porque pensarían que estaba loca [risas]. Pero aquel buen hombre se movió mucho por mí, me buscó una beca, alojamiento… y al final me fui a Madrid. Aquello era una novedad en aquella época y, aunque mi familia me apoyó, tardaron en entender qué era lo que yo estaba estudiando. Me acuerdo que una vez a una hermana mía le preguntaron que es lo que hacía yo en Madrid y ella contestó que algo de asistenta. Así que le respondieron algo así como que “para ir a servir a una casa no hace falta estudiar tanto” [risas].-Una vez acabada su formación y sus prácticas, ¿cómo comenzó a trabajar en Massó?

-Yo conocía a la mujer de Gaspar Massó y fue ella la que le habló de mí. Un día me llamó para una entrevista y empieza por preguntarme qué iba a hacer en la empresa. Yo le dije que no lo sabía, lo que lo dejó muy asombrado. Yo acababa de estudiar y aunque había hecho prácticas en empresas siempre había alguien ayudándote y orientándote. Y ahora de buenas a primeras me dicen que voy a trabajar para una compañía con casi 1.000 trabajadores. Así que le dije que necesitaba un tiempo para conocer la empresa, ver sus necesidades y poder realizar un informe. En concreto le pedí tres meses diciéndole que en ese periodo se olvidase de mí e incluso que no me diese de alta en la Seguridad Social, que esperase a que le entregase mi informe y que decidiese luego.

-¿Cuál fue su respuesta?

-Fue positiva. Me dio un pase para viajar en primera en el barco Vigo-Cangas y cuando llegué a la fábrica me pasó algo parecido con el administrador. Conseguí que me dejase total libertad de movimientos, aunque al principio no le gustó que le dijese que iba a visitar a las familias a sus casas. Me dijo “ni se le ocurra” y que incluso a él le daría miedo. Yo le dije que a mí no, que yo quería conocer sus necesidades y que me conociesen a mi. La verdad es que me acogieron con los brazos abiertos.

-¿Y su informe?

-Comencé a trabajar el 1 de febrero de 1955 y el informe se lo presenté cuando apenas llevaba mes y medio en la empresa. Al leerlo me dijo que nada de tres meses, que ya estaba fija. Al principio me dieron de alta como administrativa y luego sin que yo lo supiera y sin que yo lo pidiera me cambiaron a una categoría superior, prácticamente a continuación del jefe supremo. Me acuerdo que al principio la primera petición que me realizó Gaspar Massó fue que lograse que todos los trabajadores se duchasen y que si conseguía eso daba por bien invertido el dinero que me pagaría. Y en aquel entonces no había agua corriente en O Morrazo.

-¿Cuál era su tarea y qué necesidades vio en la fábrica cuando llegó?

-A mí me interesaba conocer la situación de las familias, por eso las visitaba en sus casas. Yo no quería que me viesen como una inquisidora que iba a ver porque no estaban trabajando si estaban de baja. Encontré un alto índice de analfabetismo, con muchas personas que firmaban con el dedo, y en numerosas ocasiones tenía que hacer de traductora con la gente que venía del médico o de baja porque que me decían auténticas barbaridades. Me acuerdo de una persona que vino a junto mía porque el médico le había dicho que era apta “sólo para trabajitos sexuales”. Yo me quedé sorprendida y le pregunté si el doctor no le había dado una carta para mí. Así era y en el papel ponía lo siguiente: “Enferma sólo apta para trabajos sedentarios”. Ésa fue otra labor importante y a la gente que no podía trabajar en determinados puestos de esfuerzo se la trasladó a otros más sencillos y a la que venía de una baja larga se la incorporaba de manera gradual. Así se sentían mejor y se evitaban recaídas y bajas más largas.

-El 8 de abril 1965 Gaspar Massó impartió una conferencia en Cartagena y en la que se refirió precisamente al trabajo de la asistente social. Dijo literalmente que era “un gran excéptico (sic) cuando una comisión de señoras, incluyendo la mía, me propuso una Asistente Social, que yo consideraba un enchufe más. Hoy después del éxito obtenido entre todo nuestro personal, tengo que confesar mi gran error y recomendar resueltamente entre los Empresarios que tengan siquiera cien trabajadores”. Parece que su trabajo le convenció muy rápido y que como responsable de la empresa era muy receptivo.

-Sí. Una de las primeras propuestas que hice fue la dotación de una guardería con pediatra para que los hijos de los trabajadores estuvieran bien atendidos mientras sus padres trabajaban. Hasta aquel momento dejaban a los pequeños a cargo de sus hermanos mayores, que en la mayoría de casos eran unas criaturas. Una vez casi pasa una desgracia en una casa y se lo conté a don Gaspar Massó, que aceptó la propuesta de la guardería enseguida diciéndome:“Móntela usted como si fuese para mis nietos”. Fue un gran invento porque las mujeres tenían media hora para la lactancia, al llegar a la guardería a los hijos los duchaban, les cambiaban de ropa y estaban vigilados sanitariamente desde el primer día. Con el paso de los años al final la guardería acabaría cerrando, pero también gestionamos muchas becas de estudios porque en Cangas y Bueu había gente muy válida y que ahora está dando clases en la universidad o en instititutos.

Pero antes incluso de eso, la primera medida que adoptamos fue pedirle a las personas que venían a pedir trabajo un certificado médico del Patronato Nacional Antituberculoso. Con anterioridad hubo muchas bajas y algunos fallecimientos por causa de la enfermedad y yo orientaba a las personas que venían. Yo iba al médico con aquellas que no tenían quien les acompañase o que no sabían desenvolverse. Con el tiempo también se constituyó un comedor, con precios muy bajos, para que las personas que trabajaban por la tarden no tuviesen que ir a sus casas y volver corriendo y en la hospedería se habilitaron viviendas para los trabajadores.

-¿Cómo se ganó la confianza del personal?

-Insisto en que siempre quise que me viesen como una mano amiga que les ayudaba a volver a la empresa si estaban de baja y no como una inquisidora laboral. La gente que venía sabía que todo lo que me contasen se quedaba allí, aunque fuese una tontería, y nunca fui una correveidile de los jefes. En muchas ocasiones sólo el hecho de contar las cosas que les pasaban ya les suponía un alivio. ¡Había días que tenía que dar la vez delante de la puerta de mi despacho! [risas]

-Su trabajo tuvo que ser necesariamente bueno porque en 1963 le concedieron el premio a la mejor asistente social del año.

-Don Gaspar se entusiasmó con mi trabajo. Llamó a la persona que me impulsó a estudiar para asistente social para decirle que estaba muy contento y quería compartir su bienestar con el resto de empresas. Por eso decidió concederme un día de mi trabajo, pagado por él, para que me fuese a Santiago a dar clase a las asistentas sociales [en la Escuela de Enseñanza Social de Galicia, de la que también fue cofundadora, y ahora integrada en la Universidad de Santiago]. En aquel entonces había un patronato de empresarios y en una reunión Don Gaspar Massó se entusiasmó tanto con el trabajo de las asistentas sociales que dijo que estaba dispuesto a dar un premio de 5.000 pesetas a la asistenta que el resto de empresas eligiesen. Todas se decantaron por mí y él me dijo: “Siento vergüenza de que seas la primera porque eres la asistente de mi empresa, pero ellos lo quieren así”.

-Usted tuvo incluso la oportunidad de dejar la fábrica para irse a trabajar para Mutualidades Laborales, que dependía del Estado. ¿Por qué rechazó la oferta?

-Hablaron conmigo para decirme que iban a abrir aquí un Hogar del Pensionista y que necesitaban a alguien de peso para la gestión. Lo pensé, sobre todo porque al trabajar en Massó yo tenía que ir todos los días al Morrazo, a pesar de las mareas y de que el puerto estuviese cerrado. Lo comenté con el administrador de la fábrica y él me dijo: “Ana María, yo sentiría mucho perderla, pero lo que le están ofreciendo es ser funcionaria y eso es muy importante”. Así que él mismo me animó para que fuese a comprobar en que consistía el trabajo. Los de Mutualidades me llevaron a Madrid a ver un centro, pagándome incluso la Seguridad Social por ese viaje. Pero cuando llegué allí y ví lo que querían les dije que lo sentía mucho pero que yo me quedaba en Massó. Me sentía muy unida a la empresa, a Cangas y Bueu porque estábamos realizando una buena labor, incluso con la juventud.

-Trabajó para Massó durante décadas, ayudándoles incluso una vez que usted se jubiló. Hay mucha gente que se acuerda de usted y le sigue profesando un gran cariño, lo que supongo que es la mejor recompensa que puede recibir el trabajo bien hecho.

-Cuando voy en el Circular 1 por Vigo aún hay personas que se dirigen a mí para decirme “usted es la señorita de Massó” y se acuerdan de mi trabajo. Resulta gratificante porque la gente se acuerda de tu trabajo y lo valora. Y salvo raras excepciones, todo el mundo habla bien de don Gaspar Massó.

-¿Qué le parece la iniciativa del Concello de Bueu de acordarse de las mujeres que trabajaron en las fábricas de la conserva y de usted misma, que ayudó a mejorar sus condiciones?

-Sinceramente no me gusta presumir, pero soy humana y a todo el mundo le gusta que valoren lo que hizo. Pero me gusta más por el hecho de que se acuerden de la empresa que de mí misma. Y es que si Massó no fuese una compañía modelo yo no hubiera podido hacer nada.

-¿Cree que el ejemplo de Massó de apostar por el “apostolado” del trabajo social cundió en el resto del tejido empresarial de Galicia?

-Yo creo que sí. Cuando se creó la Escuela de Enseñanza Social y su patronato había empresas que se dirigían a mí para preguntarme o pedirme consejo. Depués de Massó hubo compañías como Zeltia, Vulcano, Barreras o Álvarez que contrataron asistentas sociales. ¡Y la trabjadora de Álvarez fue la primera que tuvo un coche, uno pequeñito!

-¿Qué siente al ver lo que fue en su día Massó cuando lo compara con lo poco o nada que queda hoy?

-Muchísima pena, tanta que me dan ganas de llorar. No falló nunca, pero no a mí, sino a su personal y trabajadores. Hay que tener en cuenta que antes de que yo entrase en la empresa ellos ya hacían lo que podían. A Massó se le debe mucho en el campo de la asistencia social en Galicia.