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Confinamiento en la barbería

Raúl Paz Rey pasa la cuarentena en su negocio tras el positivo de un cliente - Su temor, común a muchos autónomos: encadenar cierres que resten fuerzas para subir la persiana

Raúl, en su barbería, donde ahora pasa el confinamiento pese a una PCR negativa.

Raúl Paz Rey está acostumbrado a pasarse el día en el trabajo. Es el sino de muchos autónomos, de aquellos que dependen de su esfuerzo para sacar adelante su negocio y poner el pan en la mesa. Le echa más de 12 horas al día, y sin quejarse. Tiene la suerte de disfrutar enormemente de la profesión que ha escogido y de haber cumplido el sueño de tener su propio establecimiento. Después de 17 años trabajando para una prestigiosa firma de peluquerías en uno de sus locales en Santiago de Compostela, este estradense regresó a casa hace ocho años, montando en el bajo del edificio familiar A Barbería de Raúl. En este tiempo se ha hecho con una importante cartera de clientes fieles, en un local carismático que recibió el Premio Gran de Area de Arquitectura. Desde el pasado domingo, esta misma barbería se ha convertido para él en improvisado hogar por culpa de la pandemia.

Hace una semana que Raúl arregló la barba a un cliente. Fue el pasado viernes y, dos días después, recibió su llamada para comunicarle que había dado positivo en Covid-19. Fue el comienzo de su encierro y el momento de, por sentido de la responsabilidad, bajar la verja de su negocio. Este estradense decidió quedarse en la barbería para evitar un posible contagio a sus dos hijos, su esposa y su padre. Nadie se lo pidió. Simplemente siguió el dictado de su sentido común. Un colchón en el suelo le sirve desde entonces de cama y la tele de única compañía, nada que pueda sustituir el abrazo de los suyos o el contacto con los clientes al que está tan acostumbrado y en el que es tan diestro.

Desde aquella llamada de su cliente, Raúl no tuvo inconveniente en que le incluyese en su lista de contactos. No sería hasta este miércoles cuando recibiese la llamada de los rastreadores. Sin embargo, pese a que nadie se molestó en llamarlo en más de tres días, él mantuvo su barbería cerrada y se aisló. Responsabilidad, así se le llama. Pero la inquietud es inevitable en esta situación. Uno se ve empujado a buscar respuestas, a llenar el vacío de la incertidumbre. Y este estradense se movió más rápido que los rastreadores para procurar que se le practicase una prueba que le diese respuestas. Ayer mismo le comunicaron que no está infectado. La buena noticia llegó acompañado del aviso -por tercera o cuarta vez- de que no podría volver al trabajo en 14 días, aunque haya dado negativo. Este barbero estradense ya lo había asumido la primera vez que lo advirtieron. Sin embargo, no pudo evitar sentirse frustrado al enterarse de otros casos similares al suyo que regresan a la rutina laboral a los siete días de obtener una PCR negativa, o el de niños que pueden volver a las aulas al día siguiente de arrojar este mismo resultado.

"Me veo vendido. Volveré a abrir y volveré a caer", auguró frustrado Raúl Paz. Como muchos autónomos, teme verse atrapado en una espiral de confinamientos por contacto con positivos. En su caso, tiene realmente difícil salir de este círculo vicioso. Y es que se considera que más de 15 minutos con un positivo colocan en la lista de contactos directos. En su caso, cada cliente son al menos 30 minutos. "Lo que menos me preocupa es el dinero. Me preocupa la clientela", apunta, subrayando la cantidad de gente que dejará de recibir estos días de confinamiento y su temor a que, si esta situación se repite, la clientela busque el servicio en otra parte. Indica, además, que su mujer es autónoma colaboradora. "Lleva la agenda y no puede coger baja", explica.

Medidas

MedidasRaúl ha puesto todo lo que está en su mano para evitar contagios. Ha adaptado a su negocio todos los protocolos de seguridad. Dispone de gel hidroalcohólico en el acceso; zona de perchas desechables; instaló una lavandería para tener siempre higienizadas y a punto sus 100 capas; pulveriza alcohol en todo el material y coloca a los clientes un kimono para que no tengan un contacto directo con la silla. Además, su sistema de trabajo con citas espaciadas permite que los clientes no coincidan en el interior del establecimiento. Suma a todo ello, la ventilación continua del local. Sin embargo, reconoce que hay "un punto flaco": afeitar o arreglar la barba, una tarea para la que, evidentemente, el cliente ha de sacarse la mascarilla.

"Es lo que nos diferencia de las peluquerías", expone este estradense, que subraya que estos servicios dieron auge a negocios como el suyo desde hace una década. Indica que estos días tuvo tiempo para revisar la normativa actual en relación a esta actividad y asegura que nada se dice respecto a este tipo de atención. Remarca que en esta modalidad de establecimientos la carta de servicios se limita a tres: corte de pelo, afeitado o arreglo de barba. Los dos últimos pueden suponer el 20% de los ingresos. Insiste en que si él dice que no realiza este trabajo, el cliente no tendrá más remedio que marcharse a otro lugar en el que sí se lo hagan, porque es una actividad que no se encuentra excluida en la tesitura actual, aunque no pueda hacerse con la mascarilla puesta. Confiesa que estos días confinado le permitieron hasta hacer prácticas para ver si sería posible algún tipo de adaptación de la máscara compatible con el arreglo de la barba. Imposible. "La decisión es muy complicada. El cliente de barba es un cliente muy fiel. Es algo muy personal. La barba la ves al 100%, así que el cliente tiene más confianza en ti", indica este profesional.

"No noto el estar encerrado pero echo en falta a la gente. No sé cuántos documentales chapé ya", ríe Raúl. Su familia se encarga de llevarle la comida y su médico le llama para interesarse por su estado. Sin embargo, su preocupación es la misma que la de muchos autónomos estradenses: que los paros de 14 días se sucedan y llegue un momento en el que no tengan fuerzas para levantar la persiana.

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