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El cantero curtido en Pamplona que pone Pardemarín de moda

Manuel López aprendió el oficio adoquinando calles y restaurando la capilla de San Fermín y las murallas pamplonicas con emigrantes gallegos

El Castillo de Cortes, entre sus fotos de Pamplona.

Con tan solo 14 años y un DNI recién estrenado, Manuel López Castiñeiras emigró de su Golfariz natal en busca de un futuro mejor. Sobre los cimientos de la profesión de albañil que había aprendido con su padre, construyó su futuro profesional aprendiendo el oficio de cantero de los centenares de experimentados gallegos que en la década de los 70 adoquinaron las calles de Pamplona (Navarra) por las que cada mes de julio discurren las emocionantes carreras de los encierros de toros de la Fiesta de Interés Turístico Internacional de San Fermín.

Cincuenta años después, recuerda cada detalle. Los adoquines que usaron para restaurar la Plaza de los Ajos, muy frecuentada durante los Sanfermines, son "rústicos", al igual que los que utilizaron para empedrar las calles. Sus maestros canteros fueron, sobre todo, emigrantes de A Estrada, Forcarei y Lalín que los 70 adoquinaron las calles y restauraron las murallas de la ciudadela, la capilla de San Fermín, el Portal de Francia o el Castillo de cortes de Navarra. Construyeron un Viacrucis en el Monte de San Cristóbal. Manuel erigió la torre de 13 metros que alberga al Sagrado Corazón de Jesús.

Fueron sus primeros logros como cantero, fruto de la tenacidad y el espíritu de sacrificio del que dio buena muestra durante su juventud y después a lo largo de toda su vida aquel adolescente que, decidido a labrarse un futuro alternativo al de "andar con las vacas por el monte", había cogido la maleta para irse de un Golfariz al que todavía no llegaba la carretera por la misma zona en la que ahora, ya jubilado, acaba de crear la ruta de molios que está poniendo de moda Pardemarín.

De esta parroquia salió el 9 de abril de 1969, contraviniendo los consejos de su padre Emilio López Corral, que temía que fuese a pasar hambre. No logró convencerlo. Manuel cogió el autobús de línea en A Cruz y, junto con un compañero de tan solo 15 años, se dirigió a Pontevedra primero y a Vigo después. A las 23 horas, tomarían el tren Exprés en dirección a Alsasua. "Tenía más de 50 vagones e iba a tope. No tenías ni número de asiento", recuerda. Sus inicios fueron duros. La dura experiencia le enseñó que su padre tenía razón. Tras llegar a Pamplona en un "ferrobús" con asientos de madera, llegaron incluso a dormir a la intemperie por no tener con qué pagar la pensión. Al ser menores de edad, no encontraban trabajo. "Pasamos algo de hambre", recuerda, pero no quiso pedir ayuda. Prefería "morir de hambre" que volver derrotado para "andar con las vacas en el monte". Y, con tenacidad, consiguió labrarse un futuro mejor.

Ya curtido como cantero, en 1982 regresaría a Golfariz. Junto a su casa natal fundaría un taller de cantería que convertiría en referente en toda Galicia. Se especializó en la construcción de chalés de piedra. Ya ha perdido la cuenta de cuántos construyó en perpiano en A Estrada, Santiago y A Coruña, entre otras muchas localidades gallegas.

Hace un par de años, a los 65, se jubiló. Pero, amante de su profesión y de su parroquia natal, quiso poner sus conocimientos y hasta sus recursos al servicio de Golfariz y Pardemarín, recuperando su historia. Dedicó horas y horas a reabrir los viejos caminos que conoció de niño y a desbrozar la frondosa maleza que ocultaba los molinos del Regueiro de Golfariz y hasta un "mazadoiro de liño". Así hizo emerger la huella que generaciones pasadas dejaron en la zona, creando la Ruta dos Muiños do Regueiro de Golfariz, un idílico trazado circular de más de un kilómetro a la sombra de árboles centenarios que bordean un riachuelo de puras aguas cristalinas que está atrayendo a Pardemarín a muchos amantes de la naturaleza y el patrimonio. Hace unos días, dotó la ruta de una Muiñeira en homenaje a los ancestros de Golfariz. Es una nueva aportación de este cantero a su parroquia. La dotó de la señalización de la que carecía con carteles de piedra labrados por él mismo, repuso la Crus do Couto que guiaba a los peregrinos del Camiño Real que, procedentes de Braga, se dirigían a Santiago por Forcarei, Meavía y Pardemarín. Esta parroquia, gracias a Manuel, recupera su historia y sus vestigios la ponen de moda.

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