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un inciso

Abrazar a los Fillos do vento

Una aloitadora se mueve por el curro sobre uno de los caballos de O Santo. // BernabéJavier Lalín

Recuerdo como si fuese ayer la primera vez que la vi. Yo no era más que una pipiola de 20 años, que acababa de terminar el segundo curso de carrera y que avanzaba por Sabucedo con una colorida libreta bajo el brazo y la inexperiencia tatuada en la frente. Ella, en cambio, me sacaba muchos años de oficio. Siglos de experiencia, de lucha, que no tardaron en desplegarse con toda su fuerza sobe la arena para dejarme ciertamente del todo impresionada. Fue la primera vez que pisé un curro, en un momento de mi vida en el que todo lo que sabía de la Rapa das Bestas era lo que podía leer o escuchar y alguna que otra referencia -pude comprobar que poco acertada- de amigos que habían tenido más suerte a la hora de convencer a sus padres para acampar en esta parroquia de A Estrada el primer fin de semana de julio. Desde aquel día he vuelto cada año. Ya no necesito libreta para anotar hasta que se me canse la mano, con una letra que -para qué engañarnos- después me cuesta un triunfo entender. Sin embargo, la Rapa sigue dejándome impresionada. Consigue sorprenderme siempre, aunque ya doble la edad que tenía la primera vez que la vi.

Tengo la sensación de que cada edición que perpetúa esta tradición llega marcada por algo. Olas de calor, niebla en el monte, proyectos audiovisuales que hacen todavía más grande su leyenda o un garañón esquivo que enseña los dientes para demostrar que su espíritu sigue siendo protector, dominante y rebelde, que piensa recuperar una libertad que, en realidad, nadie trata de arrebatarle. Este año, la nota fue el vacío. Se encargó de protagonizar el primer fin de semana de julio en la que, sin duda, es la parroquia más conocida de A Estrada. El maldito coronavirus, con su perfil miserable y traidor, estropeó una celebración tan antigua como la peste, quella que, en cierto modo, ayudó en su alumbramiento. Consiguió el cansino Covid lo que ni siquiera la Guerra Civil pudo, marcando todo un hito en la historia centenaria de esta Fiesta de Interés Turísitico Internacional.

La Rapa se compone de momentos y cada cual espera y disfruta el suyo propio sin perderse los demás. Unos se quedan con la subida al monte, otros con la llegada de las bestas a la aldea y también hay quienes tienen claro que su instante predilecto está en el curro. En cada uno de ellos hay belleza. El primero tiene la emoción del reencuentro, el ansia de la búsqueda y el trabajo de frenar, por un momento y sin malas intenciones, el galope de la libertad. En la llegada de los caballos a Sabucedo se me pone la piel como la de un pollo, y eso lo dice todo sin necesidad de palabras. El curro es el empuje, dos fuerzas que se encuentran: una que intenta abrazar y otra que rehuye el abrazo porque no entiende cuánto amor hay en él. Es una lucha de vencedores sin vencidos que termina con la separación de quienes pisan la arena, sabiendo que están llamados a encontrarse para siempre.

Cualquiera que visite Sabucedo para su Rapa das Bestas puede testimoniar la grandeza de cada uno de estos momentos, en especial si llega a la parroquia con la intención de vivir una experiencia inmersiva, que se contagie de la emoción, el anhelo y hasta del casancio con el que el arrojo sacude cada músculo el cuerpo. En aquellos primeros años de libreta anoté todas esas impresiones de manera acelerada. Después, sabía que debía contarlas, pero el embrujo que genera esta tradición te obliga a levantar la mirada y ver realmente lo que tienes delante. Llegué a la conclusión que no basta con observar -que no es lo mismo que ver- lo que sucede el primer fin de semana de julio en este rincón de A Estrada. Hay que ir más allá, hasta descubrir que la pasión, el esfuerzo y el cansancio se extienden hasta donde no alcanza la vista; que un aloitador después del curro llega al cuartel general de la Rapa en el teleclub de Sabucedo para recuperar el aliento, no solo por nadar a braza en un mar de caballos, sino porque estas travesía son el culmen de un año de batalla contra los elementos. Y esa sí que les da la del pulpo.

En las últimas dos décadas he visto el palco de autoridades del curro del Campo do Medio lleno hasta la bandera. De todos los colores, en función del momento. He visto a infinidad de políticos protegidos con sombrero y gafas de sol, en un estilo más desenfadado del habitual, maravillarse ante el espectáculo más mediático de la Rapa. Es aquí donde cobra sentido la afirmación habitual de que la Rapa son 365 días al año, porque nunca he encontrado esta misma estampa institucional cuando hay problemas de comida en el monte; cuando se necesitan desbroces con urgencia o un cierre que proteja a los caballos y evite que desciendan hasta las carreteras o busquen alimento en fincas que no saben que les están prohibidas; cuando se planta un parque eólico en medio del hábitat de esta manada y campa la incertidumbre o cuando la barbarie y la sinrazón atacan por la espalda a esta cabaña y dejan al inocente en suelo con heridas de muerte. No digo que no existan esas estampas, solo que no se ven, o al menos el codo con codo y espalda con espalda con los de Sabucedo no se aprecia tan nítidamente como cuando ondea la bandera de la Rapa como reclamo turístico a nivel internacional.

Si en Sabucedo siempre se piensa en las bestas, este año es tiempo de proteger al hombre. De nada valen el valor y la tenacidad que llevaron a mujeres, mayores y niños de esta aldea estradense a arremangarse durante la Guerra para que no quedase un animal sin rapar. La situación sanitaria no entiende más arrojo que el de la prudencia. La distancia social ha de marcar los límites para que sea ahora, en el momento de contender el virus con un escudo que cubre nariz y boca, cuando el aplauso de las ocho se brinde a los sanitarios como ha de hacerse: sabiendo que están ahí para lo que haga falta pero sin exponerlos innecesariamente a una carga viral que ya se ha cebado bastante con ellos.

No habrá fiesta tampoco en agosto. El pueblo soberano lo ha decidido y su resolución es más que comprensible. Sin embargo, que no haya curro no significa que no haya Rapa.Quienes se queden desencantados, sepan que tienen todo un año para arrimar el hombro y perpetuar esta cita que tanto disfrutan. La Rapa das Bestas no dura tres días, se prolonga del invierno al verano en un ciclo sin fin. Así ha de ser. Por tanto, quienes deseen realmente cuidar y preservar este legado secular, tienen muchas oportunidades de hacerse la foto, bien sea para la portada del periódico o para acumular likes en las redes sociales. Así se abraza a los Fillos do vento.

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