Si hay que mojarse, me tiro de cabeza: me encantan las zonas peatonales. Las disfruto como ciudadana, las defiendo como consumidora y me parecen propias del urbanismo bien entendido, en el que el peatón obliga al coche a echar el freno y se anima a pegarse de cuando en vez una caminata para que su pulsera de actividad no le venga con reproches. El empecinamiento de dejar el coche en la puerta es tan anacrónico ya como pretender dejar al caballo atado frente al establecimiento en cuya fachada cuelga un rótulo de coloniales. Sin embargo, esta tendencia, que no se nos ocurriría aplicar en una gran ciudad, está todavía muy arraigada cuando nos movemos en casa.

La peatonalización es en A Estrada un asunto de Estado. Podría trazarse una larga raya en el suelo para invitar a los ciudadanos a situarse a un lado o al otro en función de su postura sobre el cierre al tráfico de las calles más transitadas y con mayor concentración comercial. A favor o en contra. Sería muy difícil vaticinar en qué lado de esta franja imaginaria se colocarían más estradenses.

El debate no es, ni mucho menos, nuevo. Nació en el mismo parto en el que se alumbró el deseo de humanizar la capital de Tabeirós, ensanchando aceras sin complejos y moviéndole poco a poco los marcos a las calzadas más céntricas. Menos humos y más zapato. Después de emprender estos procesos en vías tan céntricas y comerciales como Calvo Sotelo, Ulla o Peregrina, el que más y el que menos, terminó por aplaudir el resultado. Menos hileras de coches y una zona que invita al paseo tranquilo, con escala en los escaparates del comercio local y, aprovechando la ocasión, parada y fonda en algunos de ellos en favor del dinamismo de la economía local. Se esfumaron las reticencias iniciales, que las hubo, aunque ya se hayan olvidado, incluso entre aquellos que hoy están encantados con este corazón urbano más humano.

Después de estos primeros pasos, muchos sintieron ganas de dar el salto, de ser más ambiciosos y cortar el cordón umbilical con el tráfico por el centro de una villa con ganas de dar el estirón. El debate estaba literal y figuradamente en la calle. De nuevo el sí frente al no y, en medio, la posición conciliadora del no sabe no contesta. Para despejar incógnitas, se propusieron ensayos de peatonalización total en la zona más comercial de la villa, pruebas que regresan cada año como El Almendro, por Navidad. Poco avance ofrecían estos experimentos. Cuando el turrón adorna las mesas, estamos todos más tendentes a la concordia y tan atareados que no dejamos espacio a la reflexión. Bastante tenemos con listas de regalos y sucesión de empachos.

Una mesa de Movilidad prometió recientemente plantear soluciones realmente estudiadas, después de años con candidatas sobre la pasarela del último grito en la moda de la humanización. Se presumía un punto y final para el eterno debate, una respuesta de inspiración técnica a la gran pregunta: ¿vamos o nos quedamos?

Y entonces llegó el Covid. Si fue capaz de sembrar el caos en todo el mundo, también pudo avivar y afear el debate estradense sobre la conquista de la calle. Llegaron las vallas y, con ellas, defensores y detractores ocuparon su lugar a uno y otro lado.

La empatía es sabía consejera. Ponerse en el lugar del otro ayuda a no caer en la tentación de creer que las cosas son siempre como uno las percibe. Es en este punto en el que pueden comprenderse las voces contrarias a que las vallas limiten la circulación de vehículos y también las de los que defienden que el futuro pasa por tirar del freno de mano y continuar el camino a pie. Cuando la decisión influye en la caja registradora, cualquiera puede entender las reservas.

Sin embargo, aunque semeje embarrada, nunca como ahora se estuvo tan cerca de avanzar por una senda despejada. Parece que el tiempo de las medias tintas se ha terminado. Dejemos que muera en paz. A Estrada tiene que superar el debate y decidir si apuesta o no por procesos que se aplauden desde muchos lugares pero en los que, como en todo, existen pegas. Y seguro que no serán pocas.

Consultas populares están llamadas a contabilizar cuántos están de un lado y del +otro de la raya. Cuántos delante y detrás de la valla. Me parece lo más sensato que se ha hecho en tiempo. A Estrada es de todos los estradenses, estén detrás de un mostrador, barriendo la calle o soñando con cómo le quedaría ese vestido frente a un escaparate. Aplaudo con manos y pies que el sondeo se extienda al rural. Faltaría más. No nos hace más estradenses el hecho de tener una vivienda en la villa. La calle es nuestra -tomo prestada y adapto la mítica frase que muchos atribuyen a Fraga y que otros consideran un extendido bulo- y ese "nuestra" nos incluye a todos y cada uno.

Reconozco sin complejos mi gusto por las calles peatonales. ¿A quién podrían disgustarle? No las sitúen aquí, junto a su negocio o su casa. Háganlo en esa ciudad o en ese pueblo al que acuden en días de relax, en el que les gusta sentarse en la terraza para refrescarse con una clarita o un rebujito. Piensen en cómo prefieren ir de compras. Adaptarse es sobrevivir. Sin embargo, se necesita un debate, nunca una imposición. Preguntar no ofende a nadie y, sin pregunta, nunca habrá respuesta para quien realmente tenga intención de escuchar. Freno o acelerador. Peatón o coche. Lo lógico es que en este debate todos los que transitan por estas rúas puedan decidir cómo quieren hacerlo. Hay que dar el paso sabiendo dónde se va a poner el pie; avanzar decididos por el camino sin titubeos.

Sea cual sea finalmente la decisión, mi única y humilde petición sería que esas horrendas vallas sean las primeras en esfumarse. Y que se lleven con ellas la discusión y el enfado. Que dejen de dividir para que podamos caminar juntos, sintiéndonos todos cómodos y sin que nos pisemos los pies los unos a los otros.