Zobra es una de las 48 parroquias de Lalín. Enclavada en plena Serra do Candán, gran parte de su centenar de vecinos son de edad avanzada. Dos días por semana reciben la visita de una vendedora ambulante de la vecina Vilatuxe que en su furgoneta les ofrece una amplia variedad de productos domésticos y de alimentación. Los miércoles viene el pescadero.

En plena crisis del coronavirus, los residentes en esta aldea no son ajenos a la situación de alarma, pero el confinamiento en el rural se vive con menos estrés que en las áreas urbanas. El día a día transcurre con normalidad, si bien entre las tareas domésticas o los trabajos del campo se busca tiempo para estar atentos a la actualidad. En una mañana soleada en este hermoso entorno natural sus vecinos salen algo más de casa y comentan la evolución de la pandemia. "Lo que tenían que hacer fue empezar antes a mirar por esto", dice una mujer a su vecina y, mientras esperan, se escucha la bocina de la furgoneta de Comestibles Mary alertando de su presencia. Curiosamente, las tres mujeres que nos encontramos han pasado una gripe común en los últimos días. Lola incluso tiene a su hijo, que trabaja en una empresa en Lalín, convaleciente.

"Hace unos sesenta años recuerdo que una gripe mató en unos días a cinco personas aquí en este lugar", relata Celsa Muradás. "Hubo días con entierros con dos cajas, debió ser también una gripe fuerte, pero los que murieron también era gente mayor", añade. Celsa, con bronquitis crónica y asma, está plenamente recuperada de una gripe que la hizo visitar el ambulatorio de Lalín. Tanto a ella como a sus vecinas les preocupa un contagio y en sus rostros se refleja la imagen de quien desconfía del alcance que pueda tener esta pandemia. Pero tampoco cae en el pesimismo, pues, como narran, "antes ni muchos médicos había y teníamos que pagar". El caldo de gallina o agua hervida con hojas de eucalipto eran algunos de los remedios caseros más socorridos.

"A ver en qué queda esto, pero además estos días no sé que pasa que hasta no funciona bien la televisión", lamenta, notoriamente contrariada. Leche semidesnatada, cítricos, pasta, papel higiénico, fruta y productos de limpieza llenan las bolsas de la compra de estas mujeres antes de regresar a casa. "Dicen que los que más están muriendo son los viejos", exclama otra vecina, que cubre su cabeza y parte de su rostro con una amplia bufanda.

Centro social cerrado

Con el centro social cerrado, el principal punto de encuentro de los vecinos, el día a día transcurre con las ventajas e inconvenientes de vivir apartado de una sobreexposición a la actividad social. "Antes ibas a Lalín y aprovechabas para pasar allí todo el día, pero ayer [por el lunes] fui al banco y estaba yo solo; como no hay ni donde tomar un café, volví para casa", afirma Manuel Taboada, que tiene su casa a unos pasos del centro social. Mientras conversa con Marcos Otero, un joven de la parroquia que se dedica a la ganadería, Manuel comenta que la gestión de esta crisis sanitaria debió haber sido no solo más contundente, que también, sino comenzar antes y siempre con medidas definidas. "Tengo hermanos en Vitoria que no pueden salir de casa pero sí deben ir a trabajar", aduce con preocupación, al tiempo que reitera que, a su juicio, debió haberse atajado antes en los territorios más conflictivos.

Manuel procura estar informado y reconoce que está atento a las novedades sobre la incidencia del coronavirus. "¿Murió el chaval de A Coruña? Los otros eran gente mayor, es verdad", pregunta. Le sorprende que en los últimos días apenas haya senderistas en la montaña y, al mismo tiempo, cree razonable que se prohíban las concentraciones de personas.

En algunas casas de Zobra solo se echa de menos la visita de hijos o nietos que residen en Lalín u otros municipios. Tras estos momentos convulsos, en estas montañas volverá a respirarse la sensación de calma que se percibe a diario en Acevedo, Ameixedo, Cabana, Chedas, As Liñeiras, Portela, Porto Martín, A Trigueira y Zobra, sus ocho aldeas.