El planeta tiene cuatro capas básicas, de las que las dos más externas (la corteza y el manto). Ambas conforman la litosfera, que está compuesta de placas tectónicas en continuo movimiento. Estas placas causan fallas, y en ellas es donde se localizan los terremotos. Aunque el epicentro es el punto donde comienza el terremoto, sus efectos pueden notarse a varios cientos y miles de kilómetros. Por eso, el 21 de agosto de 2018 un temblor en Taboada (Lugo), con una magnitud de 3,5, se sintió en Rodeiro y Lalín, pero también en puntos tan distantes como Tui o Castro Caldelas.

Los continuos movimientos de las placas tectónicas explican que pueda haber hasta 1.000 temblores diarios de magnitud imperceptible para el ser humano. Los daños en edificaciones mal construidas se producen cuando estos movimientos superan una magnitud de 5, y si rebasa los 6 grados, ese temblor es capaz de destruir áreas pobladas en un área de 160 kilómetros a la redonda. Para darnos una idea de la energía que liberan los terremotos, los cuatro que hubo en Deza equivalen a una bomba de la II Guerra Mundial o a una explosión de un tanque de gas butano.