Dejar el hilo, las telas y las tijeras para ponerse detrás de una barra. Esta fue la decisión del matrimonio compuesto por Julio Penalta y Luisa Rodríguez, los dueños de la taberna Penalta. Este negocio familiar, situado en la parroquia lalinense de Madriñán, cumple 50 años y seguirá sumando Historia al frente de sus hijas: Julia y Mari. Vecinos, familiares y amigos les arroparon en la fiesta de aniversario celebrada el sábado por la noche.

Luisa Rodríguez Rodríguez, que se jubiló a los 66 años, recuerda su etapa al cargo de la taberna y ultramarinos con mucha ilusión y habla de que fueron unos buenos años y que se adaptó de maravilla a este negocio, aunque al principio surgieron las primeras dudas y miedos. Su marido ya falleció hace unos años. Él era sastre y su mujer le ayudaba. "Antes en este sitio ya había una tienda y un día llegó mi marido a casa y me dijo que el dueño quería vendérnosla. Al principio, me pareció buena idea, aunque después dudé porque el tener que cobrar me daba miedo, pero mi marido me dijo que no me preocupase que de eso se encargaba él", cuenta Luisa Rodríguez. Recuerda que como pasa siempre los inicios son complicados, pero que es necesario arriesgar y que todo valió la pena. "Empezamos sin nada, tuvimos que pedir el dinero prestado para poder empezar porque en aquellos tiempos no había otra cosa y con lo que se ganaba en la costura no daba para abrir un negocio", resalta.

Lugar de encuentro

Y ahí empezó la historia de la taberna Penalta. Como en todo ultramarinos ahí hay de todo y por haber: distintas bebidas, charcutería, productos congelados, galletas, productos de limpieza... Si estás en casa y necesitas de inmediato cualquier cosa tienes el supermercado allí al lado, algo que los vecinos de la zona seguramente agradecen mucho.

"Mi marido, dejó la costura, y se marchaba a buscar la leche y como siempre les cuento a mis hijas, quizás lo peor de este trabajo era limpiar los bidones", confiesa la dueña de este establecimiento. Y por su puesto, el bar Penalta era y es un sitio de reunión de los clientes que ya son como familia. "Vienen a echar la partida, aunque ahora menos que antes, porque también cada vez hay menos gente en las aldeas", recalca Rodríguez. La hostelería es un trabajo que requiere de mucha dedicación, porque ahí se sabe con certeza cuando se abren las puertas, pero nunca cuando se cierren.

Sus hijas decidieron celebrar por todo lo alto estos 50 años de trayectoria. "Y como no decirlo, a mí también me hizo ilusión, porque no pude celebrar con mi marido el aniversario de casados, porque falleció antes, por lo que me pareció una buena idea y hubo mucha gente y otra que no pudo asistir, que la echamos de menos, y para nada pensábamos que nos vendrían tantas personas", confiesa Rodríguez muy contenta y agradecida.