Desde el inicio del proceso judicial, los tres agresores -un cuarto acusado quedó absuelto, ya que no consta que participase en la agresión, como señala la sentencia- nunca se han puesto en contacto con Alicia a través del teléfono móvil, pero asegura que siente intimidación al estar cerca de ellos, de sus familiares o de sus conocidos. Aún hoy teme que haya represalias, no ya hacia ella, sino hacia su familia. "Mis padres lo pasaron muy mal, llegaron a creer que me iba de casa porque no quería estar con ellos, cuando en realidad me fui para marcar distancia con lo sucedido y buscar el anonimato", relata.

Añade que nunca llegaron a amenazarla, al tiempo que asegura que con todos los traumas que arrastra desde hace seis años ya no pueden hacerle "más daño" si los agresores o su entorno la toman con ella, "pero sí puedo sufrir si le ocurre algo a mi familia. Tengo miedo por mi hija y por mi familia, no por mí". Su temor por el bienestar de la pequeña es tal que únicamente ella o su marido pueden ir a recoger a su hija a la escuela infantil. Nadie más, ni siquiera sus parientes más allegados. Teme no solo que su hija, cuando sea adolescente, tenga que pasar por una situación similar, sino que le ocurra alguna agresión similar a una de sus sobrinas, ahora en edad adolescente.

Asegura que en todos estos años de proceso judicial "se rieron todos de mi, incluida la justicia, porque al principio no me creían". Ahora, con el paso de tiempo y lejos de lo que pudiera pensarse, "todavía no se ha olvidado este tema", sostiene la víctima.

Hace seis años, el 23 de noviembre del año 2012, Alicia -utilizamos un nombre ficticio para proteger su privacidad- fue víctima de un abuso sexual en el Campo da Feira Vello de Lalín durante unas fiestas. Tenía 18 años y ahora, con 24 y una hija de corta edad, aún se le quiebra la voz al tener que recordar esta agresión, un relato que tuvo repetir varias veces durante un proceso judicial que se extendió hasta este pasado junio, con la inadmisión por parte del Tribunal Supremo de un recurso de casación. De este modo, su agresor, Breogán F.T., tiene como única condena el pago de una indemnización de 10.000 euros, ya que, al no tener antecedentes, no cumple la pena de dos años de cárcel. Los otros dos participantes -menores de edad- ya fueron condenados, en su momento, por el Juzgado de Menores de Pontevedra.

"Me arrepiento de haber denunciado, porque sufrí todavía más". Así de tajante se muestra la joven, que hasta tuvo que mudarse de residencia al no poder soportar comentarios del tipo de si iba más o menos vestida aquella noche o por qué no gritó mientras los tres varones le tocaban por debajo de la ropa. "Estábamos detrás de un palco, con la Panorama tocando. Venían hombres a mear, me veían llorando, pero se reían y se iban". Vivía con sus padres en Vila de Cruces y, tras la agresión, comenzó un largo calendario de visitas a psicólogos, cada tres meses y cada vez con un especialista distinto. Al final, tuvo que pagarse ella misma las consultas psicológicas, hasta meses atrás. Su padecimiento fue tal que estuvo diagnosticada de depresión y durante un año permaneció ingresada en el centro psiquiátrico de Conxo, "hasta el punto de que mis padres tuvieron que volver a enseñarme a comer con cuchara y tenedor".

Tuvo, desde el primer momento, el apoyo de sus progenitores y hermanos. Pero no el de sus amigos, que terminaron distanciándose de la joven. "En el último juicio cambiaron el testimonio, e incluso una chica que yo no conocía de nada y que se ofreció a testificar, al final decidió no acudir al juzgado, con lo que la multaron con 1.000 euros. Me llamó tiempo después, disculpándose". Alicia decidió mudarse a Nigrán, donde nadie pudiera recordarla por este episodio. "Pero incluso aquí había alguien que me reconocía", así que decidió establecerse en A Estrada, donde vive ahora con su marido. Tampoco él se libra de las burlas de quien tiende a culpar siempre a la mujer, y no al agresor, cuando se produce un delito sexual. "Cada vez que salía una noticia sobre el juicio en el periódico, mi pareja tenía que soportar bromas". A nivel laboral, la joven tampoco lo ha tenido fácil. Buscó empleo como camarera, y lo soportó solo una semana, debido a la presión que suponía el tener que aguantar determinado tipo de miradas o de comentarios. Ahora trabaja como auxiliar de geriatría y asegura sentirse integrada en A Estrada, donde ha conocido a personas que han sufrido no abusos sexuales, pero sí malos tratos de género.

Al preguntarle si vuelve a Deza con frecuencia para ver a la familia, Alicia admite que es incapaz de estar en lugares concretos, como el campo de la feria donde se produjo la agresión y que suele usarse como aparcamiento público. "Ni en broma vuelvo allí. Es más, tengo un tío que desde hace años vive por la zona de la estación de autobuses, muy cerca del campo, y soy incapaz de ir a visitarlo", dice.

Relata que la presión que sufre viene no solo de la zona en que se produjo la agresión, sino que se siente intimidada si coincide con familiares o personas cercanas a los agresores. Le ocurrió lejos de Deza, en una feria en Padrón, donde ella y su pareja se encontraron con familiares del principal condenado. Relata que incluso cuando el proceso judicial estaba en sus primeros trámites, amigas del joven, que después testificaron a favor del él, "me llamaban puta en la calle". Por no hablar de las visitas de la Policía Local a su casa en Vila de Cruces, después de que el padre de uno de los agresores presentase una denuncia que no llegó a prosperar.

Han pasado seis años, pero asegura que en la comarca aún está muy vivo este episodio. Y lo que le duele es que a veces se entienda que abrió el juicio por una compensación económica. "No es así. Yo quiero que vaya a la cárcel, quiero seguir apelando aunque tenga que acudir a tribunales europeos. Yo no quiero el dinero". El Tribunal Supremo ratificó la indemnización de 10.000 euros, que el agresor ya depositó en los juzgados y que le será transferida a la víctima. La acusación particular llegó a pedir 77.000, mientras que la Fiscalía solicitaba una pena de cárcel de 12 años. "Mucha gente no pregunta cómo me encuentro, cómo estoy, sino que se interesa solo por si me pagaron ya o si me van a dar todo el dinero", relata, desolada.

Secuelas a nivel sexual

Alicia ha tenido que seguir con su vida, pero escondiéndose y soportando a su paso todo tipo de comentarios "e incluso alguna risita una vez que se conoció la sentencia", con una pena bastante inferior a la que pedían las acusaciones, pues el fallo entiende que no hubo intimidación en la agresión sexual. Ha perdido amistades, tuvo que buscarse un trabajo fuera de la comarca e incluso el incidente le dejó secuelas a nivel afectivo y sexual. A veces, le cuesta mantener relaciones con su marido. Es una de las consecuencias que padecen quienes han sufrido un abuso sexual o una violación: manifiestan un nulo interés hacia el sexo.

Añade que a veces se pregunta qué hubiese ocurrido si no llegase a denunciar la agresión que, por cierto, los autores reconocieron en un principio ante la Guardia Civil, como recalca la joven. "Hay muy poca gente que se puso en contra de los agresores", lamenta. Entiende que el suyo es, una vez más, otro ejemplo de que, a ojos de parte de la sociedad, la víctima es siempre la culpable.