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José Diéguez Fernández: "El sacerdote debe serlo de una misma parroquia siempre porque merece mucho la pena"

"En el camino de mi vida se presentaron mujeres atractivas y bellas, pero tenía claro que debía vivir fiel a mi vocación religiosa"

José Diéguez, ayer, durante la entrevista realizada en su domicilio de Rodeiro. // Bernabé/Celso

Nos recibe al calor de la lumbre en la casa familiar de Río, en Rodeiro, donde vive ahora después de dedicar toda una vida al apostolado en distintos puntos de la diócesis de Lugo. Todos le llaman don José, aunque son muchos los que todavía lo recuerdan por su apodo de "caballo blanco". José Diéguez Fernández es un sacerdote afable que se mantiene en plena forma después de un siglo de vida, aunque bromea con que "las ruedas no vayan bien" en referencia a la utilización de muletas para caminar. Con 100 años de vida, José Diéguez sigue fiel a sus votos sacerdotales.

-¿Cómo se ve la vida después de un siglo?

-Yo me encuentro bien, aunque con los achaques normales de la decadencia. Echo de menos oficiar la eucaristía porque me cuesta mucho andar, camino con mucha lentitud, pero de los demás bien, gracias a Dios.

-¿Cuál fue la parroquia donde se sintió más realizado en su labor pastoral?

-Sin duda, en Meixide, en Palas de Rei. Fue donde más a gusto estuve porque es una parroquia muy fervorosa. Además, tiene una campiña admirable situada en pleno Camino de Santiago, por lo que tuve un gran contacto con los peregrinos que pasaron por allí durante 25 años. Cambié mucho de parroquia, pero soy de los que pienso que el sacerdote debe serlo de una parroquia para siempre, y el ser sacerdote merece mucho la pena.

-¿Por qué piensa que ser cura es algo que compensa tanto?

-Hay que partir del hecho de que se trata de una misión especial porque tiene muchos alicientes que animan a superar todos los estorbos que la vida te va poniendo por delante. Por eso, a los jóvenes que se sienten con verdadera vocación religiosa les aconsejaría que fomentaran este valor infinito. Debemos estimar, pero también animar a esos que sienten la vocación sacerdotal porque es necesario.

-En su caso particular, ¿por qué quiso ordenarse sacerdote?

-Yo nací en una familia eminentemente cristiana, y me acuerdo que ya desde muy pequeño, siendo un niño, sentía esta vocación. Estuve en la Guerra Civil, en el frente de Teruel, durante 28 interminables meses, y no me estorbó la vocación. Tengo que decir que en el camino de mi vida se presentaron mujeres atractivas y bellas, pero tenía claro que debía vivir fiel a mi vocación religiosa. En la guerra estuve expuesto a muchos peligros tanto en Teruel como en la zona levantina, y Dios nos libre de que algo así vuelva a suceder. De todas formas, tanto en un caso como en otro yo siempre estuve acompañado de Dios. Además, puedo asegurar con orgullo que nunca en la vida dejé de rezar mis oraciones. Ahora ya no puedo porque la vista ya me falla y es una pena. Soy un hombre feliz, a pesar de tener tantos años, pero reconozco que también siento ese enorme vacío y esa ausencia de no poder oficiar la Santa Misa. Tengo que decir que para mí, por lo menos, esa es una falta muy grande, pero Dios nuestro señor lo quiere así, y bendito sea Dios.

-¿No suple ese vacío con, por ejemplo, las retransmisiones televisivas dominicales de la eucaristía?

-Algunas veces sí, desde luego. Lo que más lamento es no poder acercarme a la iglesia, pero yo sigo con una vocación muy viva, que en mí nunca murió gracias a Dios. Mi constancia fue fundamental. Llegado a este punto de mi vida, tengo que decir que efectivamente fui muy feliz como sacerdote. E insisto en animar a los jóvenes para que no se dejen embaucar por inclinaciones que les alejen de esa vocación tan enriquecedora.

-¿Piensa harían falta más sacerdotes de los que en la actualidad tiene la Iglesia?

-Por supuesto que hacen falta mucho más sacerdotes, pero de entrega, no decorativos. El sacerdote tiene que estar muy vivo y transmitir esa pasión a sus feligreses. Se trata de vivir plenamente la vida sacerdotal, algo que llena mucho y que tiene su gran recompensa en la vida diaria. Evidentemente, los sacerdotes somos humanos y, por lo tanto, tenemos nuestras faltas porque estamos sometidos a viles inclinaciones que superamos con el poder de nuestra fe. Por ejemplo, yo soy de los que pienso que algunas de las parejas de novios de hoy en día no viven su amor de una manera decente por falta de sentido común. Es una lástima.

-Estuvo pocos meses luchando en la Guerra Civil, pero en uno de los frentes más activos, ¿cómo recuerda aquella época?

-Aquello fue algo horroroso, y que jamás se tiene que repetir. Como te decía antes, también entonces la fe me ayudó mucho para sobreponerme a unos meses que dejaron en mí una huela imborrable. La guerra muestra la peor cara del ser humano, y aquella fue especialmente cruel para todos, unos y otros. También me gustaría poder decirle a los jóvenes que nunca se dejen llevar por los bajos instintos que conducen a todo tipo de guerras. Es cierto que estuve pocos meses en el frente, pero también es verdad que nunca los olvidé en mi vida.

-¿Cuál es el secreto para estar tan bien de salud con 100 años?

-No creo que sea cuestión de secretos. He procurado llevar una vida muy ordenada, y a lo mejor eso influyó. También pienso que mis arraigadas convicciones religiosas seguro que tuvieron algo que ver porque en todo momento me sentí muy arropado por Dios nuestro señor. A lo mejor, también influye la genética porque en la familia todos somos personas fuertes, la verdad. Además, me cuidan maravillosamente bien desde que me vine a vivir para la casa que tenemos, aquí, en Rodeiro.

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