Tiene fama de hombre tranquilo y, también, de conciliador, sobre todo entre la comunidad escolar del CEIP Ramón de Valenzuela de A Bandeira, donde trabaja como formador. Además, su afición a la petanca ha hecho que el nombre de Manuel Crespo sea indispensable a la hora de hablar del fomento de este deporte a lo largo y ancho de la comarca de Deza.

-¿En qué consiste su labor en el CEIP Ramón de Valenzuela?

-Mi trabajo en la escuela pública siempre fue de orientador educativo. La licenciatura de Psicopedagogía te lleva a optar a esa plaza, y por eso soy orientador educativo en centros de Infantil y Primaria desde hace algún tiempo. Trabajé en diferentes lugares dentro y fuera de la comarca de Deza, pero siempre me interesó esta fase importante del proceso educativo.

-¿Está a gusto desempeñando esa tarea en A Bandeira?

-Estoy sumamente a gusto con lo que hago en A Bandeira, y te puedo decir que disfruto como un enano porque tengo la mejor profesión que podría tener. Nuestro ámbito de trabajo ocupa varios campos y trato de llegar a todos, en la relación con las familias y en la relación con niños que tienen necesidades, sobre todo en lo que se refiere a la formación y el crecimiento personal de los niños. Eso es lo más importante que puedo hacer desde mi puesto de trabajo. Sin duda estamos hablando de uno de los aspectos más decisivos y, también, más complejos de la educación. Reconozco que tengo vocación para dedicarme a esto, y por eso siempre digo que me lo paso realmente bien haciendo mi trabajo.

-¿Resulta imprescindible la figura de un orientador en los centros escolares en nuestra sociedad?

-Sin duda alguna . Precisamente esta misma semana estuve repartiendo información a los padres del colegio para una charla de educación emocional en la familia, algo que cada vez se está tratando más en los centros académicos porque es algo crucial. Además, soy asesor del equipo directivo del CEIP Ramón de Valenzuela, la persona encargada de realizar determinados informes para niños con necesidades y lo que pretendemos es hacer prevención, o sea, anticiparnos a las dificultades y poder trabajar más en grupo porque individualmente no llegamos a todo. Adelantarse a las posibles dificultades que puedan aparecer te ahorra mucho tiempo y esfuerzo en esta etapa fundamental en el proceso de formación y educación de cualquier niño. Es apasionante, la verdad.

-¿Se considera valorado por los padres de sus alumnos? ¿Le reprocharon en alguna ocasión decisiones o recomendaciones?

-El problema de la actualidad es que se perdieron determinados valores educativos que habría que recuperar y poner en valor. Las familias suelen estar un poco desbordadas porque sólo atienden a una parte de la conducta del niño, y descuidan aspectos como de qué piensan o cómo se sienten. Es importante atender a esos asuntos para conseguir que el niño se sienta a gusto en el centro escolar. De ahí la importancia de la educación emocional y a partir de ahí puedes hacer lo que quieras. Las familias están suficientemente desbordadas, sobre todo porque los niños tampoco comparten tanta actividad en conjunto, suelen ser hijos únicos y pequeños, están limitados por los tiempos, y eso todo dificulta la socialización de los niños. Cosa que antes hacían de manera natural porque había más tiempo para todo y ahora, desgraciadamente, no pueden llevar a cabo.

-¿Los niños ponen de su parte los suficiente en esa labor?

-En la medida que pueden, sí. Eso entra dentro de la dinámica de cada grupo, como los liderazgos o la forma de cohesión del grupo. Un mismo niño actúa de distinta manera según en que grupo esté incluido. En general, y salvo contadas excepciones, los niños se involucran en esta etapa que completa lo que es la formación académica pura y dura. Es evidente que sin su colaboración poco o nada podríamos hacer tanto los educadores como sus propias familias, así que es importante un alto grado de implicación por parte de los jóvenes.